ABCBares, la gran extinción#CancionesDeBar
Juanjo Cuenca, metre del retaurante Richelieu Ángel de Antonio

Para toda la vida

Para toda la vida, por Rosa Belmonte - ABC.es
por Rosa Belmonte

En Murcia había un bar al lado del Palacio de Justicia llamado Legis. Un día abrieron otro no muy lejos y le pusieron Cerquis. En Madrid, Sebastián Criado Sotomayor y Luciano Díez-Canedo abrieron Richelieu en 1969. En Eduardo Dato, 11. El nombre tenía su origen en un bar llamado así al que Criado iba en París. En 1971 inauguraron Mazarino unos metros más allá. Si ellos hubieran tenido un Legis al siguiente le habrían llamado Iure o algo así. Pero estos no son bares de juzgado. Ni para tomarse a broma (también teníamos un equipo de fútbol sala en la facultad que se llamaba Macabbi De Levantar, y en Maristas, uno con el nombre de Van Seis de Pena, en homenaje al Karl Zeiss Jena).

Escribe David Trueba en «Tierra de campos» que los amantes pasan, pero un buen bar es para toda la vida. Y eso es Richelieu, que tiene clientes con un pie en valle de Josafat y gente joven. O muy joven. Más que nunca en toda su historia. Hay personas que van al Cock y a Richelieu, por citar dos bares legendarios de Madrid. Pero hay clientes del Cock que jamás irían a Richelieu y viceversa.

La esencia de Richelieu son sus camareros. El servicio. Son una coreografía tan perfecta como los ratones cosiendo el vestido a Cenicienta.

Los arquitectos Criado y Díez-Canedo construyeron el edificio que hay en Eduardo Dato y se quedaron con el bajo donde luego pusieron Richelieu, que ha dado de beber (y de comer) a generaciones. A políticos de la Transición. A franquistas y felipistas. A Carmen Sevilla o Sara Montiel. A Adolfo Suárez después de ir a la sastrería Pajares. A todos los que siguen yendo después de un funeral en San Fermín de los Navarros. Y ahí sigue. Balmoral, no. En el magnífico «Madrid» (Destino), de Andrés Trapiello, no sale Richelieu, ni Mazarino, ni Milford, otro de los bares que abrieron los arquitectos, que al principio se llamaba Cardenal Fleury (y de ahí lo de la Costa de los cardenales). A la inauguración de Mazarino fue Rocío Jurado y en el Milford se conocieron Tita Cervera y el Barón Thyssen. Richelieu es Madrid, aunque de esto no haya dicho nada Díaz Ayuso cuando le da por hacer nacionalismo madrileño. De hecho, para muchos de sus clientes, Richelieu es el verdadero kilómetro cero de Madrid y no esa Puerta del Sol que a veces se llena de pulgosos.

A Arias Cañete se le echaron encima cuando dijo que ya no había camareros como los de antes. En Richelieu, sí. El bar es bonito por dentro, con sus maderas, su retrato del cardenal… Quizá se coma mejor en Mazarino (ya de otros dueños, como Milford). Quizá sea caro. Una cerveza, seis euros. Mil pesetas. Pero te vas merendado o cenado. La esencia de Richelieu son sus camareros. El servicio. Los camareros en Eduardo Dato 11 son una coreografía tan perfecta como los ratones cosiendo el vestido a Cenicienta.

Los virus y los bares no se llevan bien. Dice Woody Allen que las dos palabras más bellas no son «Te quiero» sino «Es benigno». Hoy podríamos añadir «Hay terraza». Richelieu (también los otros) tiene terraza. Aunque durante el confinamiento dio igual. Antes de ese tiempo, sólo cerraba el 25 de diciembre y las mañanas de domingo en agosto. Con la peste podremos tener nuevas costumbres, pero mientras Richelieu esté abierto, allí estaremos. Una vez preguntaron a Eduardo Haro Ibars a qué se dedicaba. «Voy a bares», dijo. Siempre tranquiliza que haya uno bueno cerquis.