ABCBares, la gran extinción#CancionesDeBar
Cultura y tapas, por Juan Manuel Bonet
Guillermo Navarro

Cultura y tapas

Cultura y tapas, por Juan Manuel Bonet - ABC.es
por Juan Manuel Bonet

«Bares, qué lugares», decía la canción, en una época en que el Madrid de la democracia reencontrada seguía yendo al Gijón, al Lyon, al Comercial, a Chicote, a las Cuevas fifties de Sésamo, a la Cervecería Alemana, a La Venencia, al Viena, a Mayte Commodore, al Pub de Santa Bárbara o a la taberna de Antonio Sánchez, maravillosamente contada por Antonio Díaz-Cañabate. Se seguía yendo a esos sitios, y también a dos locales míticos, que salen en los recién publicados diarios de juventud de Ignacio Peyró: Balmoral, y Embassy, leyenda de espías y conspiradores forties. Se recuperaba el Círculo de Bellas Artes. Tuvieron su hora el benetiano Dickens, la rastrista y muy decó La Bobia, o el más cutre Figón de Juanita, donde el centro era Leopoldo María Panero. Se creaban La Vaquería, La Vía Láctea, el Pentagrama (el «Penta» de otra canción), el Café Central, La Mala Fama (donde oficiaba Quico Rivas), o Cock (¡aquellas invitaciones de plástico diseñadas por Gonzalo Armero, hoy piezas de colección!), por no hablar de Rockola o de El Sol. En una Barcelona donde a finales del XIX Picasso y otros, en Els Quatre Gats, habían soñado marchar a París, durante los años de la Transición funcionó la misma mezcla de tradición e innovación que en Madrid. Sumándose, a las viejas tertulias intelectuales de La Puñalada y el Zúrich, a los cócteles de Boadas y a las terrazas de la Plaza Real, locales nuevos como Zeleste, Gimlet o aquel maravilloso Bijou, obra de arte total del singular Carlos Pazos, a quien uno también debe unas señas de toda la vida: Belvedere y sus perfectos bloody maries.

Hoy más que nunca, para la literatura siguen siendo muy importantes los bares, cafés y demás establecimientos madrileños

Hace poco, en un encuentro en que Fernando Rodríguez Lafuente nos convocó en el jardín de la Fundación Ortega-Marañón a hablar del Madrid de la Movida, acabamos yéndonos… al de los veinte. Nuestra rara juventud empezó a terminar el día en que nos dimos cuenta de que sin la tradición y sin el retrovisor no éramos nada, y de que en realidad lo que añorábamos era la tertulia sabatina de Pombo, de la que hoy sólo queda, en el Reina Sofía, el cuadro de Solana. Fundada por Ramón Gómez de la Serna en 1915 en un café romántico junto a la Puerta del Sol, por ella pasó nuestra nueva literatura, de Bergamín a Gecé, más forasteros como Diego Rivera, Marie Laurencin, los Delaunay, Jorge Luis y Norah Borges, Le Corbusier, Paul Morand, Marinetti, Calder… Arte bien madrileño el de la tertulia. Ciertamente, esos son los espacios que debemos tener como referencia, los de Ramón, los de Valle (¡Luces de bohemia!), los de Cansinos y los ultraístas. Sin olvidar el hilo que unía Sol con Montparnasse: en 1930, año que pasó en París, Ramón montó una suerte de Pombo bis en La Consigne, café próximo al unamunesco La Rotonde, y al buñuelesco La Coupole...

Volviendo a la capital: ¿qué sitios literarios recomendar actualmente? El Gijón se mantiene, el Lyon se reconvirtió en pub irlandés sin gracia, el Comercial no termina de encontrar su nueva alma, el Círculo ahí sigue, Malasaña es ya casi parque temático… ¿Dónde van los poetas de hoy? Mi último libro lo presenté en el granviario Hotel de las Letras, con barra castiza a la par que moderna, Gran Clavel. La única presentación pandémica a la que he asistido ha sido la de la última novela de Javier Montes, en Tipos Infames: libros y vinos. Hoy más que nunca, para la literatura siguen siendo muy importantes los bares, cafés y demás establecimientos madrileños de bebida y sociabilidad.