Diario de campaña
Elecciones en Estados Unidos | La voluntaria 'número uno' de Trump: «No me creo las encuestas, vamos a arrasar»
Volando de Phoenix (Arizona) a Nueva York se pasa encima de muchos de esos estados que la gente elitista de las costas llama 'fly over'. Es decir, que ahí no se para, solo se sobrevuelan. Oklahoma, Kansas, Misuri, Arkansas, Iowa, Indiana. Quienes nunca van por allí lo llaman la 'América profunda'. En las elecciones presidenciales como la de este martes, todos esos territorios se tiñen de rojo republicano. Los candidatos no los visitan porque allí no tienen mucho que ganar ni que perder.
El cuaderno de campaña de Javier Ansorena, corresponsal en Nueva York, y David Alandete, corresponsal en Washington, acompañará al lector durante esta recta final antes de las presidenciales. Ambos recorrerán el país y ofrecerán un análisis de una cita que puede marcar un nuevo rumbo en el mundo
![Elecciones en Estados Unidos | La voluntaria 'número uno' de Trump: «No me creo las encuestas, vamos a arrasar»](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/21/diario-d-campania_eeuu-1200x840-ka7E-U603232127422b0F-1200x840@diario_abc.jpg)
Mítines en los estados indecisos que pueden volcar el resultado hacia uno u otro bando (Pensilvania, Míchigan, Wisconsin, Georgia, Arizona, Nevada, Carolina del Norte), un viaje a la frontera sur para analizar el fenómeno de la inmigración, el análisis de los problemas económicos y de ... seguridad en la primer potencia del mundo... Faltan dos semanas para la cita electoral por antonomasia en Estados Unidos y republicanos y demócratas redoblan sus esfuerzos para movilizar al electorado. El cuaderno de campaña de Javier Ansorena, corresponsal en Nueva York, y David Alandete, corresponsal en Washington, acompañará al lector durante la recta final de esta apasionante campaña.
4 de noviembre de 2024
![Imagen principal - La voluntaria 'número uno' de Trump: «No me creo las encuestas, vamos a arrasar»](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/11/04/campana-ansorena.jpg)
La voluntaria 'número uno' de Trump: «No me creo las encuestas, vamos a arrasar»
Hay millones de estadounidenses que pasan de la elección. Viven a sus asuntos, miran para otro lado en la pelea entre Donald Trump y Kamala Harris. Pero en estos meses de campaña, nos hemos cruzado con muchos personajes que viven para la elección. La jubilada demócrata de Monroe (Michigan), que va dejando post-it en los baños para señoras con mensajes para pedir el voto a mujeres en hogares republicanos (¡»Nadie tiene que saber a quién votas! Kamala presidenta». El vendedor de camisetas de Trump que dice que ha estado en 300 de sus mítines y que asegura que cuando no hay mitin recoge algodón en Tennessee. La voluntaria demócrata que dejó su vida en Nueva York para ingresar en la campaña demócrata, la enviaron a Carolina del Norte y se comió un huracán.
Ningún personaje supera a Deborah Yana, una señora de Iowa. La conocimos en la Convención Republicana de Milwaukee, a mediados de julio, pocos días después del intento de asesinato de Trump en Pensilvania. Sobresalía por su chaqueta de lentejuelas con las letras MAGA ('Make America Great Again', 'Hacer a EE.UU. grande otra vez'), el lema del 'trumpismo'.
Sobresalía, sobre todo, por su devoción por devolver a Trump a la Casa Blanca. Asegura que ha sido reconocida por la campaña del expresidente como su voluntaria 'top' a nivel nacional.
«Calculo que en todos estos años he hecho unas 300.000 llamadas de teléfono para pedir el voto por Trump», nos cuenta por teléfono hace un par de días, en pleno fragor de la batalla, en el sprint final de la campaña.
Es difícil saber cuánto hay de exageración heredada de su líder, que acostumbra a inflar números, ya sea en los asistentes a sus mítines o en los votos que recibe en las elecciones. Pero la realidad es que Yana está entregada a la campaña.
Acaba de pasar seis días en Pensilvania, en el condado de Bucks, uno de los territorios más disputados del estado más decisivo de la elección. «Es el más bisagra de los condados del más bisagra de los estados», ha calificado a este frente el demócrata Josh Shapiro, gobernador de Carolina del Norte. Antes estuvo en Georgia, otro estado decisivo, también cooperando en la campaña. También en Nebraska, que tiene importancia en esta elección.
«He hecho nueve mil llamadas estos días», nos cuenta sobre su reciente paso por Pensilvania, aunque eso supondría una llamada cada treinta segundos, doce horas al día. «He dado 25.000 pasos al día tocando puertas», dice, lo que añade proeza a su voluntariado.
Con independencia de la exactitud de sus números, lo cierto es que su compromiso le ha valido una invitación a Mar-a-Lago, la mansión de Trump en la costa de Florida, para seguir la noche electoral.
Ella, como Trump, como muchos de sus seguidores, no concibe otra cosa que la victoria. Eso a pesar de que las encuestas hablan de una carrera muy ajustada. «No me los creo», dice de los sondeos. «Vamos a arrasar. Comparado con otras elecciones en las que he sido voluntaria, hay mucho más entusiasmo y sensación de urgencia. Mucha gente está cambiando su voto y apostando por Trump. Es muy poderoso».
Su pronóstico es un «triunfo aplastante» del expresidente, algo «histórico». Gane o pierda Trump, ella seguirá vinculada a su nombre. Todos estos viajes para apoyar a Trump se los paga vendiendo chaquetas de lentejuelas como la que llevaba el día en el que la conocimos. La 'trumpmanía' no acabará tras la elección, con independencia del resultado.
3 de noviembre de 2024
![Imagen principal - Alegato final: no a las ejecuciones de ardillas](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/21/campana-alandete-U55588066200cEy-80x80@diario_abc.jpg)
Alegato final: no a las ejecuciones de ardillas
A apenas tres días de ir a votar, la conmoción volvió a inundar este sábado las elecciones de Estados Unidos por la triste muerte de Peanut.
La pequeña mascota era famosa en redes sociales por los vídeos que su tutor, Mark Longo, compartía en Instagram y TikTok. La rescató en la carretera, le ponía sombreritos de vaquero y gorritos de Papá Noel, la alimentaba, le daba besos, era como su hija. El Estado de Nueva York, uno de los grandes dominios demócratas, decidió que aquello no era bueno, porque una ardilla es un roedor salvaje que necesitaba de una licencia especial. Así que la requisó y la mató.
Perfect “Trump Statement” on Peanut the Squirrel 🤣
— ALX 🇺🇸 (@alx) November 2, 2024
pic.twitter.com/MPKIp7TLST
El sábado, ya nerviosos por la cercanía del día D, nos despertamos con una denuncia indignada de Donald Trump en persona en un comunicado oficial que se viralizó en redes. Decía el candidato que las autoridades de Nueva York «pusieron más empeño en encontrar y eliminar a una ardilla, que era inocente según todas las versiones, que en controlar a los inmigrantes ilegales que han ingresado sin control a su estado».
A algunos reporteros que cubren a Trump desde hace ya casi una década, aquello les pilló con la guardia baja. Ciertamente, es algo que Trump podría llegar a decir; sonaba cierto, real. Pero no lo era. Se escribieron notas, se publicaron mensajes en redes sociales. Pero pronto la campaña lo negó: Trump no había dicho nada de la ardilla, estaba más ocupado en vestirse de basurero y conducir un camión de recolección de residuos después de que Joe Biden llamara a sus partidarios «basura».
El problema fue que, como suele suceder en la campaña de Trump, la ficción acabó apoderándose de la realidad.
Primero, se pronunció uno de sus grandes aliados, el millonario Elon Musk, quien sí lamentó en su red social X la muerte de Peanut: «El exceso de poder del gobierno secuestró a una ardilla huérfana y la ejecutó».
Government overreach kidnapped an orphan squirrel and executed him … https://t.co/YKoOCJWLMv
— Elon Musk (@elonmusk) November 2, 2024
Y finalmente se acabó manifestando Trump Jr., que parece ser la puerta de entrada de todos los fenómenos virales al universo político de su padre: «Es momento de votar en contra de un gobierno que mata a una ardilla mascota pero permite conscientemente que 600,000 criminales, con 13,000 asesinos y 16,000 violadores, ingresen a su país. Tal vez el asesinato de Peanut sea el catalizador para un verdadero cambio y un despertar sobre las prioridades rotas de nuestro gobierno».
It’s time to vote out a government that will kill a pet squirrel but will gladly allow 600,000 criminals with 13,000 murderers & 16,000 rapists knowingly into their country. Maybe P’nuts murder will be the catalyst for real change & awakening as to our govts broken priorities! pic.twitter.com/g2ykG2ORaN
— Donald Trump Jr. (@DonaldJTrumpJr) November 2, 2024
Si algo ha demostrado esta elección es que las líneas entre la realidad y el rumor se desdibujan y cualquier cosa parece posible. Hasta el lamento trumpista por la muerte de una ardilla.
![Imagen principal - ¿Y si hay empate? El último giro de guión que le falta a una elección loca](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/31/campana-ansorena_20241031090412.jpg)
¿Y si hay empate? El último giro de guión que le falta a una elección loca
Volando de Phoenix (Arizona) a Nueva York se pasa encima de muchos de esos estados que la gente elitista de las costas llama 'fly over'. Es decir, que ahí no se para, solo se sobrevuelan. Oklahoma, Kansas, Misuri, Arkansas, Iowa, Indiana. Quienes nunca van por allí lo llaman la 'América profunda'. En las elecciones presidenciales como la de este martes, todos esos territorios se tiñen de rojo republicano. Los candidatos no los visitan porque allí no tienen mucho que ganar ni que perder.
Uno de ellos es una excepción: Nebraska. O más en concreto, su principal ciudad, Omaha, a la que Counting Crows cantaban como «algún lugar en el medio de América».
Omaha podría ser decisiva en evitar un escenario electoral que solo añadiría más sacudidas a una campaña -intentos de asesinato, renuncias, candidata de última hora- turbulenta como pocas: un empate entre Donald Trump y Kamala Harris.
¿Es posible? Sí, y tiene que ver con la forma en la que se elige al presidente de EE.UU. El candidato ganador no es quien obtiene más votos en la elección, sino quien obtiene una mayoría en el Colegio Electoral. Este organismo tiene 538 electores, divididos en los 50 estados del país en función de su peso demográfico (equivalen al número de diputados que cada estado manda a la Cámara de Representantes, más los dos senadores que tiene cada estado). Por ejemplo, Pensilvania, al que se considera el estado más decisivo, tiene 19 electores (equivalentes a sus 17 diputados + 2 senadores). El empate es posible si ambos candidatos suman 269 electores.
Para la mayoría de elecciones en EE.UU. rige el sistema 'winner takes it all', es decir, el ganador se lo lleva todo. O sea: si Trump obtiene en Pensilvania el 49% de los votos y Harris el 48%, el candidato republicano se llevaría todos los electores del estado, 19.
En este momento, entran en el escenario Nebraska y Omaha, casi siempre olvidados. Pero no en las últimas elecciones. Porque Nebraska y Maine son los únicos estados donde no rige la norma del 'winner takes it all'. En ellos se parte la distribución de los electores: una parte se eligen a nivel estatal y otra parte en cada uno de los distritos que envían diputados al Congreso.
La consecuencia de esto es que el distrito en el que está la ciudad de Omaha apunta a caer de lado demócrata. Es decir, una isla azul en un océano rojo en el medio del país. Esto se debe a que Omaha, como todas los centros urbanos del país, son menos conservadores y se inclinan hacia Harris.
Los demócratas han dedicado muchos esfuerzos a conseguir este distrito de Omaha porque, aquí viene lo importante, podría provocar un empate. Sería esta situación: de los siete estados clave -donde las fuerzas están más equilibradas y que deciden la elección-, Harris podría ganar solo con mantener el distrito de Omaha -que ya ganó Joe Biden en 2020) y el llamado 'muro azul' del norte. Es decir, Pensilvania, Michigan y Wisconsin. Se podría permitir perder en Arizona, Nevada, Georgia y Carolina del Norte. Pero si pierde Omaha -algo que parece improbable por las encuestas- se produciría el empate. Por eso, Trump y sus aliados han buscado aprobar un cambio legislativo de última hora para que Nebraska use el sistema 'winner takes it all' y evitar que los demócratas se lleven ese elector.
Aunque parecen improbables, también hay otras posibilidades de empate a 269 electores. Entre otras, que Trump gane Pensilvania, Michigan, Wisconsin y Nevada y que Harris se lleve Georgia, Carolina del Norte y Arizona.
Si el empate se produce, se abre un sistema complejo de elección del presidente que recae en la Cámara de Representantes. Cada delegación de cada estado en el Congreso tendría un voto, lo que daría ventaja a los republicanos. El empate en el Colegio Electoral solo ha ocurrido una vez: en 1800, la elección que llevó a uno de los padres fundadores, Thomas Jefferson, a la presidencia.
2 de noviembre de 2024
![Imagen principal - Trump también va a por la derecha](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/21/campana-alandete-U43455514776HjD-80x80@diario_abc.jpg)
Trump también va a por la derecha
Estamos a tres días de las elecciones, y parece que Donald Trump no quiere dejar nada al azar. Su máxima siempre ha sido que se hable de él, bien o mal, logrando ser la voz más escuchada, la imagen más reproducida, el nombre más repetido. Más, más y más; cada provocación mayor que la anterior. Tras freír patatas en un McDonald's, vestirse de basurero y conducir un camión de desechos, y afirmar que protegerá a las mujeres «aunque ellas no lo quieran», una de sus últimas declaraciones en esta larga y sorprendente campaña ha sido un ataque a la republicana Liz Cheney, una crítica abierta de su figura.
«Vamos a ponerla frente a los rifles, con nueve cañones apuntándole; vamos a ver cómo le sienta cuando las pistolas le apunten a la cara. Todos son halcones cuando se sientan en un despacho bonito en Washington y deciden enviar 10.000 soldados a la boca del enemigo», dijo Trump en una entrevista. La campaña de Harris ha intentado aprovechar esta declaración como una muestra del desprecio de Trump hacia los republicanos tradicionales y, en especial, hacia una mujer conservadora que no se alinea con él.
Para ellos, es una prueba más del machismo que le atribuyen, incapaz de respetar la identidad política de una mujer que no concuerda con sus puntos de vista. Cheney, hay que decirlo, apoya a Harris, como su padre, quien fue vicepresidente de Bush hijo. Pero sigue siendo una conservadora de pro: opuesta al aborto, defensora del derecho a portar armas y firme en su postura de reducir el papel del gobierno en la economía.
A pesar de su rechazo a Trump, su trayectoria política refleja los valores tradicionales del Partido Republicano. Los demócratas ven en esta última polémica una oportunidad para movilizar el voto oculto: independientes, centristas, conservadores, mujeres, cualquiera que haya tenido suficiente de casi una década de Trump en el poder o en la oposición. Pero, digan lo que digan sus críticos, Trump parece inmune. Ha lanzado declaraciones tan o más polémicas, desde aniquilar al 'quintacolumnismo' republicano hasta jactarse de poder disparar a sus seguidores y aún conservar su apoyo. Para su base, nada de esto importa; Trump sigue siendo su líder indiscutible.
31 de octubre de 2024
![Imagen principal - ¿Nueva York es 'swing state'? ¿Los demócratas amenazan Kansas? La guerra psicológica toma la campaña](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/21/campana-ansorena_20241031090412-U602892957745NaC-U603232127422xK-80x80@diario_abc.jpg)
¿Nueva York es 'swing state'? ¿Los demócratas amenazan Kansas? La guerra psicológica toma la campaña
Las presidenciales de EE.UU. han llegado a ese punto en el que las campañas son como jugadores de mus: esconden sus bazas, aparentan cartas que no tienen, intimidan al rival con envites. Donald Trump y Kamala Harris buscan con ese juego sugestionar a los electorados, desatar su entusiasmo, pesimismo, desánimo, urgencia para influir en la carrera.
«¿Habéis visto que vamos por delante en New Hampshire?», celebró esta semana aquí, en un suburbio al norte de Phoenix, Lara Trump. La nuera y copresidenta de la Convención Nacional Republicana -el órgano del partido, colocada a dedo por su suegro esta primavera. Se refería a una encuesta local que da al candidato republicano una ventaja de 0,4 puntos respecto a Harris en un estado que se considera demócrata y en el que hay un mar de sondeos que predicen la victoria allí de la vicepresidencia. «¿Y Virginia?», añadió a dos centenares de seguidores, la mayoría mujeres, reunidas en el cuartel general de la campaña en Arizona, con las paredes tatuadas con el nombre de Trump.
Virginia también apunta a demócrata, pero eso es lo de menos. La intención es aparentar que llega un 'tsunami' rojo, insuflar ánimos a la tropa, amedrentar a los votantes rivales.
El ya célebre mitin de Trump en el Madison Square Garden fue un ejemplo fantástico y efectivo de esa estrategia. Es muy difícil pensar que el multimillonario neoyorquino gane donde nació e hizo fortuna. Pero llenar ese recinto emblemático con gente con la gorra roja MAGA es un arma propagandística fenomenal. «Sería un honor tan grande ganar en Nueva York», dijo en su discurso Trump, que rechazó la idea de que acudir aquí sea «tirar el dinero» y que en anteriores ocasiones ha dicho que hubiera ganado en Nueva York si no fuera por el fraude electoral (entre las mentiras del expresidente, esta es una de las gordas: perdió Nueva York por 22 puntos en 2016 y por 23 puntos en 2020).
«Nueva York es un 'swing state'», defendió uno de sus aliados, el que fuera candidato republicano Vivek Ramaswamy. Es decir, un estado bisagra, de esos que inclinan la elección. Nada indica que eso sea así. Pero los amigos de Nueva York -burbuja liberal por antonomasia- llamaban alarmados por la demostración de fuerza de Trump «hasta en Manhattan» (no se habrán dado cuenta que solo hay que coger el ferry a Staten Island o el tren a Long Island para estar en territorio 'trumpista').
Tampoco nada indica que Kansas vaya a ser demócrata en un futuro cercano. Pero los partidarios de Harris sacan a relucir una encuesta en la que la vicepresidenta está a tiro de piedra de Trump en este estado, donde los republicanos ganan desde 1964. «¿Podría ser Kansas un 'swing state' a la espera?», titula 'Newsweek', haciendo el caldo gordo.
Hay otras formas de influir en los votantes. Kamala ha tomado el papel de 'underdog' -no favorita- para desatar la urgencia en sus votantes: los inunda con encuestas que dicen que las cosas están muy ajustadas o, incluso perdiendo, para que corran a las urnas. Trump, por su parte, prepara el terreno para clamar que hay robo si pierde. «Quizá ella sabe algo que nosotros no sabemos», ha dicho el republicano últimamente en sus mítines, sugiriendo que podría haber «algún tipo de resultado» ya preparado. Eso le sirve para animar a sus votantes para que le otorguen una victoria 'too big to rig', 'demasiado grande como para amañar'. Pero también para repetir la historia -bochornosa y violenta- de 2020 si las urnas le vuelven a dar la espalda.
![Imagen principal - Cómo hundir una campaña con una sola frase](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/21/campana-alandete-U04810474538iWR-80x80@diario_abc.jpg)
Cómo hundir una campaña con una sola frase
Es ya un clásico en la recta final de unas elecciones en Estados Unidos: la patada en boca propia, la frase explosiva que sacude toda la campaña, la gran cagada. Esta vez, llegó de la boca de quien muchos esperaban, el presidente Joe Biden, quien, sea por la edad o por cualquier otro motivo, tiende a unos deslices que para los suyos son cada vez más alarmantes.
En esta ocasión, durante una intervención emitida en video, el presidente quiso pronunciarse sobre los comentarios de un comediante en un mitin de Donald Trump en el Madison Square Garden, el domingo. El comediante, apodado Kill Tony, hizo la siguiente broma: «Está pasando de todo, hay hasta una isla de basura flotando en el océano. Creo que se llama Puerto Rico».
Biden respondió el lunes, refiriéndose así a Trump: «La única basura que veo flotando por ahí es el respaldo de sus seguidores; su demonización de los latinos es inadmisible y antiamericana».
La campaña de Trump, en apuros por la indignación de destacados portorriqueños como Bad Bunny, Jennifer López y Ricky Martin, aprovechó la oportunidad para victimizarse, acusando a Biden y a los demócratas de elitistas, de faltones, de menospreciar a los votantes de clase trabajadora que respaldan al expresidente.
Algunos de sus seguidores ya comenzaron a apropiarse del término, llevando a sus mítines carteles en los que se lee «basura», como en 2016 se apropiaron de la expresión «cesta de despreciables».
Proud to join the ranks of “clingers,” “deplorables,” and “garbage” by voting for Trump.
— Pursue Truth (@PursueTruth92) October 30, 2024
Let’s win this 🇺🇸 pic.twitter.com/w2dZUHXlLV
Aquel año, Hillary Clinton, en un evento de recaudación de fondos, dijo que los partidarios de Donald Trump podían dividirse en dos grupos. Uno de ellos era la «cesta de despreciables», los «racistas, sexistas, homófobos, xenófobos e islamófobos». Al día siguiente, Clinton matizó su comentario, disculpándose por haber dicho «la mitad» de sus seguidores, pero reafirmó su crítica a lo que consideraba actitudes intolerantes.
White House petition suggests naming next Navy ship 'USS The Deplorables' https://t.co/08cf7aeutz pic.twitter.com/KosNTKqVvX
— FOX & friends (@foxandfriends) December 14, 2016
No son solo los demócratas. Aún le pesa a Mitt Romney el comentario del 47%. En 2012 se filtró un video del candidato republicano en que afirmaba que el 47% de los votantes eran unas víctimas profesionales, dependientes de subsidios, y por eso votaban a uno de los suyos, Barack Obama. Fue un incendio, del que se apropiaron, claro, los demócratas, que hicieron lo mismo que ahora hacen los seguidores de Trump: ir a mítines con carteles en los que se leía «soy el 47%».
Esas declaraciones inesperadas pueden reventar una campaña, incluso en el caso de Biden, que ni siquiera es candidato. La prueba es que la campaña de Kamala Harris y la Casa Blanca lleva varios días en control de daños, tratando de explicar que Biden no dijo lo que dijo, que todo fue un malentendido, un error. Es inútil, el presidente dijo lo que dijo, y está grabado. No hay luz de gas posible.
La excepción, como siempre, es Trump. Sus seguidores ya se esperan de él literalmente cualquier provocación, y ninguna le salpica. Solo hay que recordar el vídeo incendiario de 2016 en que se jactaba de agarrar a las mujeres de sus partes. Y el propio candidato sabe que es inmune a esos problemas. Sus seguidores tienen fe ciega en él. Él lo describió así hace ocho años: «Podría disparar a alguien en la Quinta Avenida y no perdería ningún voto».
Ganó de hecho, gracias en parte a su negativa a pasar por el aro de la corrección política. Su caso, sin embargo, es una excepción. El resto de políticos sí que parece pagar por sus deslices y excesos.
31 de octubre de 2024
![Imagen principal - Trump prolonga su 'show' gracias a Biden: se sube a un camión de basura](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/31/campana-ansorena_20241031090412.jpg)
Trump prolonga su 'show' gracias a Biden: se sube a un camión de basura
Quizá Donald Trump tenga que invitar a Joe Biden a una cena en Mar-a-Lago, una ronda de golf o un algo después de las elecciones. A menos de una semana de la cita con las urnas, el presidente menguante de EE.UU. le ha dado un regalo electoral que su antecesor está aprovechando al máximo para ser también su sucesor.
Todo tiene que ver con la basura, que domina el final de la campaña. No es la que sale con frecuencia de la boca de candidatos y aliados, sino la basura, la convencional, el desperdicio, el residuo, la que recogen como en un baile coreografiado los basureros de la madrugada de Madrid.
El asunto comenzó con el chiste que contó un comediante 'trumpista' en los prolegómenos del mitin del candidato republicano en el Madison Square Garden de Nueva York. Llamó a Puerto Rico «isla flotante de basura». Esto puede tener gracia para muchos, pero no para el 6% de puertorriqueños que viven en Pensilvania, estado de la mayor importancia en la elección. Los demócratas se frotaron las manos y aprovecharon el asunto para reafirmar la narrativa de que Trump odia a los hispanos y a los inmigrantes. Incluso prepararon vídeos con el momento para movilizar al voto latino.
La campaña de Trump entró en pánico, pero llegó el venerable Joe. En un supuesto patinazo verbal -sin novedades aquí- hizo una declaración en respuesta al chiste asegurando de Trump que «la única basura flotante que veo ahí es sus seguidores».
Debió correr el champán en el cuartel general de Trump cuando Biden se metió en su último lío (su equipo dijo que se refería al comediante, no a sus seguidores, pero ya daba igual). Pocas horas después, en medio de la escandalera en los medios amigos de Trump porque los demócratas llaman «basura» a la mitad del país, el multimillonario neoyorquino aterrizó en Wisconsin.
Allí le esperaba, sorpresa, un camión de basura. Trump se colocó un peto fluorescente de basurero. Camino al vehículo, se pegó un resbalón que hace dudar de la fortaleza de la que presume. Subió con dificultad a la cabina. Y se sacó mil fotos diciendo: «Esto es en honor de Kamala y Joe Biden».
Era la víspera de Halloween, y a Trump le deben gustar los disfraces. Le encantó ponerse un mandil y hacer como que servía patatas fritas en un McDonald's. Y, tras el número del camión, se subió al mitin posterior con el peto de basurero. «No me lo quería poner, pero me dijeron que parecía más delgado»; dijo a miles de seguidores, encantados con la anécdota.
Todos los teloneros en el mitin hablaron de la basura. «Tengo que empezar diciendo que 250 millones de estadounidenses no son basura», dijo Trump nada más comenzar su discurso. Faltó que le diera las gracias a Joe.
30 de octubre de 2024
![Imagen principal - Por qué a Kamala le puede ir mejor de lo que parece](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/22/campana-alandete.jpg)
Por qué a Kamala le puede ir mejor de lo que parece
Pocas veces he visto en una campaña demócrata un mitin como el de Kamala Harris en Washington el martes. Es verdad, ocurrió en una ciudad que vota 95% demócrata, cerca de una Casa Blanca con un presidente demócrata y entre dos estados de mayorías cómodas, como Maryland y Virginia.
Pero había algo que no se vio en las campañas de Joe Biden en 2020, Hillary Clinton en 2016 y Barack Obama en 2012. Era la energía de un candidato inesperado, capaz de conectar con todo el partido, desde la izquierda militante hasta el ala centrista patriota. Un mitin que evocaba a Obama en 2008. Que Harris se detuviera en Washington, donde no se juega nada, es un indicio de algo que intuyo, aunque no sé con certeza: que sus encuestas internas marchan mejor de lo que ellos admiten y que buscan fortalecer la imagen de Harris mientras incomodan a Trump.
A estas alturas de la campaña de 2016, Clinton debía concentrarse en Arizona, un estado difícil para ella, y en Florida, Ohio, Iowa, Carolina del Norte. Una campaña en problemas no tiene tiempo que perder. La seguridad de Harris —Texas primero, ahora Washington— contrasta con el dramatismo de sus mensajes: los correos a donantes, las alarmas de hecatombe y las filtraciones sobre una supuesta pérdida de terreno constante. Después de casi dos décadas cubriendo política americana, sé que una campaña que se sabe perdedora nunca lo admite; y una campaña que cree que puede ganar, pero sin estar segura, moviliza cada voto hasta el último minuto. Esto me hace pensar que Harris está más confiada de lo que parece.
Trump, por su parte, rara vez muestra debilidad; su naturaleza es proyectar fuerza, incluso cuando la pierde. Que haga un mitin en Nueva York, donde sabe que no ganará, refleja más su deseo de sentirse respaldado cerca de casa que una estrategia de confianza. Solo una vez le vi derrotado: en 2020, tras un mitin en Oklahoma que no necesitaba, regresó a la Casa Blanca con la corbata desanudada, la chaqueta abierta y una expresión melancólica. Intuí que, por un momento, él mismo sospechó que podía perder.
Harris logra lo que ni Clinton ni Biden consiguieron en sus contiendas con Trump: ilusionar a las bases. Moviliza a jóvenes que reaccionan a su presencia como si fuera una estrella pop, un fenómeno típicamente americano. En 2020 y 2016 no se escuchaban gritos de «Joe» o «Hillary», pero el martes en Washington, el nombre de «Kamala» era coreado, interrumpiendo su discurso, con camisetas de su rostro y gente luchando por un selfi con la candidata al fondo.
Sospecho que en esa fiebre por Kamala también hay un rechazo latente a Trump, y que esa ilusión refleja el deseo de entregarse a una alternativa a este más clara y animada que Biden. Al fin y al cabo, esta pasión no se vio ni cuando Harris fue candidata en las primarias de 2020 ni en sus numerosos, discretos compromisos como vicepresidenta. Este cambio parece ser fruto del aparato político que impulsó la primera campaña de Obama en 2008, y se nota que han aplicado esa misma estrategia para fabricar entusiasmo.
30 de octubre de 2024
![Imagen principal - Biden sale al rescate de Trump: llama «basura» a sus seguidores](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/30/campana-ansorena.jpg)
Biden sale al rescate de Trump: llama «basura» a sus seguidores
Kamala Harris le ha puesto una orden de alejamiento a Joe Biden. No quiere verle ni en pintura. Mejor dicho, no quiere que la vean con él. Entre los lastres de la candidata demócrata, quizá el mayor es ser la vicepresidenta de un presidente muy impopular y de una Administración acosada por problemas. «¿Qué ha hecho durante los últimos tres años y medios?», se han hartado de decir Donald Trump y sus aliados cada vez que Kamala lanzaba una nueva promesa. En especial, en lo que más duele a los votantes: la economía.
Biden, por orden del equipo de Kamala, está desaparecido de la campaña. En la convención demócrata en Chicago, el pasado agosto, el presidente compareció en el día de menos peso y no se subió al escenario con quien aspira a ser su sucesora. Solo han compartido mitin en una celebración tradicional del Día del Trabajo a comienzos de septiembre en Pittsburgh, Pensilvania.
«Haré todo lo que pueda para ayudar», dijo entonces Biden. «No, gracias»; ha sido la respuesta de hecho de su vicepresidenta. Tenía razón a la vista de lo sucedido este martes: el presidente llamó «basura» a los seguidores de Trump y complicó la dinámica positiva que Kamala había encontrado en el sprint final de la campaña
El asunto viene del chiste contra los republicanos pronunciado por un comediante, Tony Hinchcliff, que teloneó a Trump en su mitin en el Madison Square Garden de Nueva York. Llamó a Puerto Rico «isla flotante de basura», algo con muy poca gracia para los puertorriqueños. Con el peligro para Trump de que hay suficientes de ellos en Pensilvania -un 6%- como para afectar el resultado en el estado más decisivo de esa elección. La campaña de Trump trató de controlar daños, rechazó el chiste, salieron portavoces a condenarlo y políticos republicanos a hablar maravillas de la isla. Pero los demócratas no piensan soltar ese hueso hasta el próximo martes. Es un reclamo fenomenal para movilizar al voto hispano, no solo el puertorriqueño.
En estas, apareció Biden. En un acto, precisamente, con votantes latinos dijo sobre aquel chiste: «La única basura flotante que veo ahí es sus seguidores».
En política, se puede insultar al rival, pero no a sus seguidores. Biden y los demócratas lo deberían haber aprendido después de aquello de la «cesta de deplorables» que dijo Hillary Clinton sobre los de Trump.
Después, Biden y su equipo dijeron que no se refería a los seguidores de Trump, solo a ese comediante en concreto. Adujeron una explicación gramatical en inglés -la diferencia entre 'supporters' y 'supporter's- demasiado tediosa para traducir. Y casi irrelevante, porque la realidad es que los aliados de Trump se lanzaron a acusar a Biden de llamar «basura» a medio país y, como poco, la crisis en la que estaba la campaña republicana quedó enfangada.
Si Biden se refería solo al comediante, debía haber elegido palabras más claras. Aunque lo que la campaña de Kamala hubiera elegido es que, por favor, estuviera callado.
29 de octubre de 2024
![Imagen principal - Cuando los periodistas somos una -mala- noticia](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/21/campana-alandete-U04810474538iWR-80x80@diario_abc.jpg)
Cuando los periodistas somos una -mala- noticia
La prensa no debería ser nunca la noticia, pero, desafortunadamente, en esta campaña electoral lo es. No solo por la animosidad de Donald Trump y sus aliados, que hacen todo lo posible por desacreditarla, sino también por la indignación en las redacciones de algunos de los principales diarios políticos ante la decisión de sus dueños de no apoyar abiertamente a Kamala Harris.
Ya llevo unos cuantos mítines de Trump como para anticipar, a mitad de discurso, la frase que parece improvisada pero no lo es: «Mirad, mirad, allá al fondo están los enemigos del pueblo, así los llamo, los 'fake news', los mentirosos». Abucheos. Algún grito. Sin embargo, al momento de conceder entrevistas, los asistentes suelen ser amables, explicarse con paciencia y sin inconvenientes.
El problema real es la campaña de Trump en sí misma. Ignoran a la prensa, especialmente a la extranjera. Restringen el acceso al candidato y a sus asesores, sin explicación alguna. Impiden el paso, vetan, reprochan. Esta actitud marca el tono de la cobertura, y estoy convencido de que afecta directamente el enfoque que adoptan los medios estadounidenses, profundizando las tensiones.
La campaña demócrata, con Biden primero y Harris ahora, es radicalmente distinta. Existe una cercanía mayor con los medios, y se brindan todas las facilidades. Permiten el acceso a portavoces y no imponen barreras. Esto facilita una cobertura, a mi entender, mucho más favorable. Se simplifica el trabajo del reportero, y eso, sin duda, influye en el tono de las informaciones, aunque sea simplemente por reflejar el ambiente de cooperación que ofrece el equipo demócrata.
No digo que este sea el único factor en las preferencias de los periodistas, pero es un hecho que una abrumadora mayoría de la profesión en EE.UU. tiene una visión desfavorable de Trump, a pesar de que sus años en la Casa Blanca fueron de una bonanza informativa sin precedentes: un torrente de noticias, filtraciones, exclusivas, anuncios, fluía desde la Casa Blanca. Las suscripciones y ventas de diarios se dispararon. La profesión brilló.
En mi caso, miembro del poco influyente grupo de prensa extranjera, el acceso a Trump fue mucho mayor que a Biden. Pude preguntarle, escucharle en persona, verle casi a diario. Al actual presidente, en cambio, solo le he lanzado una pregunta desde la distancia, cuando iba a subirse a un helicóptero, y me dio una no respuesta, una media sonrisa y un «ya veremos».
Otra vez, en la Casa Blanca, vi y escuché cómo llamaba a un reportero, Peter Doocy de Fox, «hijo de perra», aunque luego, de inmediato, le llamó para disculparse. A la vicepresidenta Harris, antes de la campaña, la vi cuatro o cinco veces, y ella no se expone a entrevistas improvisadas, todo está muy medido. Ahora predica más, necesita que su mensaje cale, corteja a los medios nacionales.
Estos, sin embargo, se han visto sacudidos por la reciente decisión de 'Los Angeles Times' y, especialmente, de 'The Washington Post', de no pedir el voto abiertamente para Kamala Harris. En el caso del 'Post', la decisión de su propietario, Jeff Bezos, ha provocado más de 200.000 cancelaciones de suscripciones. Periodistas y editores, alzando críticas en redes sociales, han lamentado el supuesto final de la democracia por esta decisión de no contribuir a la polarización política.
No es una postura muy popular, pero hay una frase de un artículo de Bezos justificando su decisión que me parece reveladora y pertinente en estos tiempos tan delicados para la independencia de la prensa: «Las recomendaciones de voto no tienen ningún impacto en el resultado de una elección. Ningún votante indeciso en Pensilvania va a decir: 'Voy a votar por el candidato que respalda el Periódico A'. Lo que realmente generan estas recomendaciones es una percepción de parcialidad, de falta de independencia. Terminar con ellas es una decisión de principios, y es la correcta».
29 de octubre de 2024
![Imagen principal - De puertorriqueños, basura y una ataque de corrección política a tiempo de la cita con las urnas](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/29/campana-ansorena.jpg)
De puertorriqueños, basura y una ataque de corrección política a tiempo de la cita con las urnas
La de cosas que ha dicho Donald Trump desde que bajó las escaleras mecánicas de su rascacielos en Manhattan en junio de 2015 y anunció su candidatura a la presidencia de EE.UU. y nunca se ha tenido que retractar de nada. Empezando por lo que dijo aquel día sobre los inmigrantes mexicanos, sin distinción de ningún tipo: «Traen drogas, traen crimen, son violadores. Y algunos, supongo, son buena gente».
Un par de días después, defendió: «No puedo pedir perdón por decir la verdad. No me importa pedir perdón por cosas. Pero no por la verdad». Llevamos desde entonces casi una década de 'verdades' -en el último año, por ejemplo, eso de que los inmigrantes indocumentados «envenenan la sangre de nuestro país» o que los inmigrantes haitianos «ilegales» (no lo son, tienen residencia temporal legal) «se comen perros y gatos»-, a lo que sus aliados republicanos responden, como mucho, con pellizcos de monja.
Frente a las muchas cosas que Trump dice en serio -aunque solo sea para llamar la atención y controlar el mensaje-, llama la atención cuánto los republicanos se han agitado por un chiste. Fue el que hizo el comediante Tony Hinchcliffe el domingo por la noche, como telonero del macro-mitin de Trump en el Madison Square Garden de Nueva York. Además de otras bromas con tufo racista, Hinchcliffe dijo que Puerto Rico es una «isla de basura flotante».
No extraña que los demócratas se lanzaran a por el chiste como tabla de salvación, con Kamala Harris presa de una tendencia en las encuestas que no invita al optimismo. La broma se ha convertido en el último intento por achuchar a la abundante minoría hispana -más pendiente de su bolsillo que de los exabruptos trumpistas- para que vaya a las urnas contra Trump. La campaña demócrata ha mordido ese palo y no lo soltará hasta la cita con las urnas del martes.
Menos esperada es la reacción aburrida y convencional de la campaña de Trump. Emitió un comunicado en el que defendía que el chiste «no refleja la opinión del presidente Trump o de su campaña». Otras bromas, como aquello que dijo Trump que actuará como un «dictador» si gana la elección «pero solo el primer día»; no merecieron una respuesta tan grave. Muchos políticos republicanos salieron a condenar el chiste del comediante Hinchcliffe. «Puerto Rico no es basura», confirmó el senador Marco Rubio. «Tiene sentido que el chiste no encajara bien», añadió su compañero de bancada, Rick Scott. «No tiene gracia y no es verdad».
El lunes, el chiste ya había viajado casi 4.000 kilómetros, desde Nueva York hasta Phoenix (Arizona). Aquí estaba Lara Trump que, además de nuera del expresidente, fue su elegida para presidir la Convención Nacional Republicana, el órgano del partido. «Es un chiste que ni el partido, ni la campaña, ni el presidente Trump lo aprueban», dijo antes de lamentar que es una «vergüenza» que haya ganado tanto protagonismo.
¿Qué fue de la incorrección política que celebran tanto los partidarios de Trump? ¿Qué de la libertad de expresión radical que promulga su aliado decisivo, Elon Musk (sorprende que, en esta polémica, se ha quedado callado)?
Buena parte del 'éxito de un chiste es su oportunidad. A una semana de las elecciones y con un 6% de puertorriqueños en el estado más decisivo de la elección (Pensilvania), los republicanos no le ven la gracia.
28 de octubre de 2024
![Imagen principal - Votar sin tener que identificarse](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/21/campana-alandete-U11577713482HAq-80x80@diario_abc.jpg)
Votar sin tener que identificarse
Párense un momento a considerar esta pregunta: ¿qué es razonable pedir para votar? Uno pensaría que cualquier documento oficial —ya sea un carné de identidad, licencia de conducir o, como en algunas democracias avanzadas, la huella dactilar— sería adecuado. Pero esta es la realidad en Estados Unidos: 136 millones de personas residen en estados donde no se exige ningún tipo de identificación para votar. Solo necesitan dar su nombre y dirección. Son 15 estados, más la capital, los que consideran que esto facilita la participación. En todos ellos, es más sencillo ir a votar que comprar tabaco, alcohol o ingresar a un pub, donde sí se pide normalmente una identificación oficial con foto.
![Habitantes de Las Vegas, Nevada, en la votación anticipada. En el primer día de votación anticipada](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/21/votingpoll-U33273427272HZe-760x510@diario_abc.jpg)
En California, algunas ciudades han intentado cambiar esta situación, impulsando ordenanzas para solicitar una identificación. Sin embargo, la mayoría demócrata en el estado aprobó una ley que impide esos cambios. En teoría, cualquier persona podría buscar un nombre y dirección en internet y tratar de votar en su lugar en Los Ángeles. Es un delito grave y se arriesgaría cárcel. Pero, ¿qué pasa si alguien vota por un familiar impedido o alguien que sabe que no asistirá? ¿Qué ocurre si alguien suplanta a un anciano ingresado?
Los demócratas argumentan que exigir una identificación oficial es una barrera para las personas de menos recursos, que a menudo no tienen pasaporte o carné de conducir, y dependen del transporte público.
Por otro lado, Donald Trump y los republicanos sostienen que esta política ha facilitado el fraude masivo, aunque esto no es real. En 2020, Associated Press detectó 475 posibles casos de fraude en seis estados clave, de 25 millones de votos emitidos. El porcentaje es mínimo y no influyó en la derrota de Trump. Aun así, algunos expertos creen que un sistema más sólido, homologado con estándares europeos, podría reforzar el sistema de voto estadounidense.
VOTER FRAUD IS NOT A CONSPIRACY THEORY, IT IS A FACT!!!
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) December 24, 2020
Este marco tan laxo, en definitiva, ha proporcionado argumentos a los republicanos para promover teorías conspirativas y tratar de frenar la certificación de la victoria de Joe Biden en 2020.
Si EE.UU. no fortalece sus protocolos de votación, con el tiempo suficiente para ello, esa discordia sólo irá en aumento.
![Imagen principal - «No me gusta ninguno». La apatía del voto hispano, otra amenaza para Kamala](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/28/campana-ansorena.jpg)
«No me gusta ninguno». La apatía del voto hispano, otra amenaza para Kamala
«¿Las quiere con cuerito?», pregunta Carlos Hernández, que regenta La Botana, un puesto especializado en carnitas michoacanas, trozos de cerdo fritos en su propia manteca. «Ay, ¡pues bien mexicano!», reacciona con alegría cuando la respuesta es positiva a que el plato lleve la exquisita piel del animal con su tocino. Y corona el plato con dos manitas de cerdo «para que las pruebe».
Quién diría que estamos en Las Vegas (Nevada). El puesto de Hernández es uno entre decenas en Broadacres, un mercadillo que es el centro neurálgico de la enorme minoría hispana en la Ciudad del Pecado. Los hispanos -muchos de origen mexicano- que ponen copas, sudan en las cocinas de los restaurantes de postín, levantan cartas en las mesas de 'blackjack' de los casinos, limpian cuartos en hoteles con miles de habitaciones o llevan y traen visitantes como conductores de Uber se escapan aquí cada vez que pueden. Vienen a comprar, a comer, a sentirse en casa. Es un mercadillo enorme, a unos diez kilómetros del lujo de cartón-piedra de los casinos del 'Strip', por el que pasan decenas de miles de personas cada fin de semana.
Muchos de ellos, los que tienen ciudadanía, son una de las claves en esta elección. En especial, por su protagonismo en estados como Nevada, uno de los siete estados que determinarán quién se queda las llaves de la Casa Blanca. De ellos, Nevada es el que tiene el porcentaje más alto de votantes latinos: uno de cada cuatro.
Kamala Harris y Donald Trump se los disputan con fiereza. Los demócratas han dominado de manera tradicional este electorado. Pero Trump, pese a su retórica contra la inmigración masiva de indocumentados -algunos dirán que precisamente por ello-, ha mejorado su apoyo entre los hispanos desde 2016.
Cuánto logre Trump arañar del voto latino será determinante en su victoria. Pero el apoyo creciente de los latinos a Trump (28% en 2016, 38% en 2020, todo apunta a que más este año) es solo es una de las amenazas de Kamala. Otra es la participación. En Broadacres, al final de la jornada, mientras los tenderos bajaban las persianas a sus puestos y los locales de comida pasaban el trapo a las mesas, no había rastro de votantes de Trump. Pero sí de votantes que no irán a las urnas. Como Hernández, el rey de las carnitas michoacanas. «No me gusta ninguno de los dos», dice. «Necesitamos nuevos líderes, que hablen a la gente de las cosas que les importan, no tanta política». O como Walter, que vende zapatos: «Al final, son lo mismo. Nuestra situación no ha cambiado ni con uno ni con otro». Incluso a alguno indocumentado, como José, que vende cedés -¿todavía se compran?- asegura que le da igual que vuelva Trump con su amenaza de deportación masiva: «Él ya estuvo cuatro años. Es todo palabras».
Esta apatía es un problema grave para los demócratas. Durante mucho tiempo, la explosión demográfica de la minoría latina se veía por los estrategas del partido como la garantía de muchas victorias electorales futuras. Un ejemplo: la mitad de los nuevos estadounidenses que pueden votar desde 2020 son hispanos. Pero este electorado ha sufrido históricamente una baja participación, pese al aumento del número de votantes registrados en los últimos años. Van a las urnas entre diez y veinte puntos menos que el votante blanco o el votante negro.
Su movilización, su registro como votantes, es una de las bazas que tiene Kamala para ganar. Le quedan ocho días para conseguirlo.
27 de octubre de 2024
![Imagen principal - La derecha se vuelca con Kamala](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/21/campana-alandete-U24514605187QYK-80x80@diario_abc.jpg)
La derecha se vuelca con Kamala
Si, al llegar a Estados Unidos en 2004, alguien me hubiera dicho que los Cheney, incluido el propio padre, harían campaña por una candidata demócrata que se opuso —y sigue oponiéndose— a la Guerra de Irak y sus consecuencias, habría pensado que el mundo se había vuelto loco. Y, efectivamente, algo de locura hay, si no en el mundo, al menos en la campaña electoral de 2024.
El campo demócrata abarca desde la izquierda más radical, encabezada por Alexandria Ocasio-Cortez, hasta Dick Cheney. De este dijo Barack Obama en 2015: «Es el peor presidente de la historia». (No lo fue, era una forma de atacarle por eso de que siempre fue el poder en la sombra, el mal entre bambalinas). Por su parte, Cheney acusó a los demócratas en 2007 de envalentonar a Al Qaeda con su oposición a la guerra de Irak.
Las normas han sido quebradas. Al frente del Partido Republicano no hay un conservador tradicional, sino un magnate que ha renunciado a defender la prohibición total del aborto (dejando esa decisión en manos de los estados) y que ha hecho aceptar a su partido el matrimonio gay. A pesar de esto, Donald Trump, que dista mucho de ser un ortodoxo de derechas, es el líder republicano más popular entre las bases en décadas, capaz de atraer el apoyo de minorías como los hispanos y los afroamericanos.
Kamala Harris, por su parte, se rodea de republicanos, generales y otros militares que sirvieron con Trump. Hace campaña junto a Liz Cheney, una de las diputadas más conservadoras del Capitolio durante décadas, quien llegó a enfrentarse a su propia hermana, lesbiana y casada, por su oposición al matrimonio igualitario.
Harris ha girado decisivamente a la derecha en esta recta final, buscando el respaldo del complejo industrial-militar: hay que mantener el apoyo militar a Ucrania, seguir enviando armas y munición, y reforzar las defensas ante la amenaza de Rusia. ¡Incluso se ha jactado de tener una Colt 45 cargada y lista para usar en defensa propia!
Igualmente sorprendente es el giro de Trump, quien, enfocado en la inmigración ilegal, cuenta ahora con el apoyo decisivo de un magnate tecnológico que hasta hace poco era un demócrata convencido. Ese aliado es un inmigrante que llegó a Estados Unidos persiguiendo el sueño de un futuro mejor.
Elon Musk se definió en su día como progresista. Desde la plataforma que le da ser el hombre más rico del mundo, defendió una mayor apertura a la inmigración, autonomía para las mujeres en torno al aborto y una regulación más estricta de la inteligencia artificial para reforzar el gobierno federal. Todo eso ha cambiado en su acercamiento a Trump. Ahora pide mano dura contra los inmigrantes ilegales y apoya las deportaciones masivas.
Esto contrasta con el hecho de que, como reveló The Washington Post, Musk mismo fue un inmigrante ilegal durante sus primeros meses en el país, después de llegar de Sudáfrica, abandonar sus estudios y fundar su primera start-up.
Es un giro en Musk similar al del candidato a vicepresidente de Trump, J.D. Vance. Leí su libro cuando salió, allá por 2016, y nunca imaginé que aquel tipo afable y bonachón, estrella de la izquierda etnográfica que buscaba acercar a los pobres de los Apalaches al bando demócrata, terminaría como el número dos de Trump, a quien entonces calificó de radical, intolerante y fascista.
Así es esta campaña, llena de giros y sorpresas, donde poco es lo que parece. Uno de los mayores contrastes es ver cómo la campaña de Harris circula hasta el apoyo de figuras como Alberto Gonzales. Quizás, a estas alturas, su nombre diga poco, pero Gonzales, más incluso que Dick Cheney, fue la auténtica bestia negra de los demócratas. Fue el fiscal general de George W. Bush que redactó los memorandos justificando el uso de la tortura en la guerra contra el terrorismo.
Los demócratas han aceptado de buena gana estos apoyos, cerrando la campaña con una advertencia: Trump representa una amenaza sin precedentes, una devastación para la joven democracia americana. La verdadera incógnita será cómo se reconcilian con una posible victoria de Trump, y con los más de 80 millones de votantes que podrían respaldarlo el día después de las elecciones.
![Imagen principal - Los izquierdistas protestan: Kamala no les da bola](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/21/ansorena-U71340765477fbp-80x80@diario_abc.jpg)
Los izquierdistas protestan: Kamala no les da bola
El otro día, en el mitin de Kamala Harris a las afueras de Atlanta, apareció una joven con una 'kufiya', un pañuelo tradicional de Oriente Próximo, utilizado en Occidente como gesto de apoyo a la causa palestina. Era significativo en su soledad. Este periódico no vio otro entre las más de 20.000 almas congregadas en un campo de fútbol americano de un suburbio de Georgia.
La isla de exaltación palestina tiene su aquel. Durante buena parte del año, las protestas antiisraelíes y propalestinas han sido combustible de la izquierda estadounidense en la antesala de las elecciones. Los líderes progresistas se volcaron con la causa y buscaron tambalear la candidatura de Joe Biden con el movimiento 'Uncommitted', que le negó su voto en primarias como gesto de rechazo al apoyo contundente al Gobierno de Benjamin Netanyahu.
Esa agitación izquierdista se neutralizó con el derrocamiento de Biden como candidata y el advenimiento de Kamala. La convención demócrata de agosto metió debajo de la alfombra las protestas y mostró la sonrisa enorme de la candidata. Todo era unión, entusiasmo, «ir hacia adelante». Y dejar de lado los asuntos más complicados. Es sorprendente el espacio mínimo que han tenido temas que acaparaban hace muy poco los periódicos, las columnas de opinión y los discursos de los políticos demócratas. ¿Quién se acuerda de los abusos policiales a la minoría negra y el 'defund the police' ('recortes a la policía') que Kamala abrazó y que ahora ni recuerda? ¿La crisis climática ya no va a sumergir Florida y quemar California? ¿Y la agenda LGBTQ, en especial en la parte T de 'transgénero'? Tan poco rastro de todo ello como la solitaria 'kufiya' en Atlanta.
En la política binaria de EE.UU., de azul o rojo, Kamala o Trump, hay dos teorías entre los demócratas sobre cómo conseguir la victoria. Los izquierdistas creen que hay que ser fiel a su ideología porque eso moviliza a las bases propias. Los más moderados consideran que para ganar hay que acercarse hacia el centro, donde hay muchos más votantes.
Kamala y su campaña han apostado por esta última, igual que hicieron en su día Barack Obama o Biden para ganar, De ahí la inclusión de republicanos como Liz Cheney, la exdiputada conservadora muy enfrentada con Trump, y sus constantes aperturas y mensajes al centro (frente a lo izquierdista que Kamala fue en las primarias de 2019).
«La realidad es que hay mucha más gente de clase trabajadora que votaría por Kamala Harris que republicanos conservadores que lo harían», ha protestado Bernie Sanders, santón de los izquierdistas de EE.UU., ante AP. Eso de la «clase trabajadora» se refiere a quienes se adhieren a sus propuestas izquierdistas, porque Harris no ha dejado de cortejar, al contrario que Hillary Clinton en 2016, a las clases medias de los estados clave. Pero lo hace con el mensaje económico, no con otros -Gaza, LGBTQ- que pueden incomodar a los moderados republicanos.
El cálculo de la campaña de Harris es que hay un 10% de votantes indecisos o que todavía se puede convencer en los estados clave. Y el 7% son «republicanos Cheney». Es decir, incómodos con Trump y que podrían votar por ella.
Esto solivianta a los izquierdistas, que ven cómo Liz Cheney se sube al escenario con Kamala mientras sus líderes quedan en segunda fila. «La tienda demócrata es suficientemente grande como para que entre el tipo que nos metió en la guerra con Irak (en referencia a Dick Cheney, padre de Liz, vicepresidente con George W. Bush y que ha dado su apoyo a Kamala). Pero no es suficientemente grande como para que un palestino hable dos minutos en la convención», protestó recientemente en 'The New York Times' Elise Joshi, joven activista izquierdista.
Sanders está exigiendo a Harris que escore su mensaje hacia la izquierda, aunque sea a última hora. si quiere ganar el martes 5 de noviembre. Esto le sirve a la izquierda estadounidense como póliza de seguros para el futuro: si Harris pierde ante Trump, será por moderada.
26 de octubre de 2024
![Imagen principal - Usted necesita que un diario le diga qué votar](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/21/campana-alandete-U13630557008TYj-80x80@diario_abc.jpg)
Usted necesita que un diario le diga qué votar
«¿Te lo puedes creer? Es increíble, ¿verdad?». El viernes en Arizona, mientras esperábamos la llegada de Joe Biden para un discurso en una reserva india en medio de la nada, asándonos en el polvo del desierto y sin una sola barra de cobertura móvil para distraernos, el tema de conversación era la última tormenta en un vaso de agua en Washington: el diario de referencia, 'The Washington Post', había anunciado que este año, por primera vez desde 1988, no pediría el voto para ningún candidato a la presidencia.
Uno puede huir de Washington, pero Washington siempre persigue. Ni a 3.600 kilómetros de la capital escapa uno del drama eterno de la política y la prensa, ambos protagonistas de su propia tragicomedia en estas elecciones. Los empleados de la Casa Blanca desplazados a Arizona estaban indignados: ¿cómo se atreve el 'Post' a no decirle a la gente por quién debe votar? Entre la prensa también se notaba cierto malestar, que prefiero atribuir al fastidio de esperar tres horas bajo una carpa a casi 40 grados, y no a que los periodistas debamos también votar en nombre de nuestros lectores.
Creo que nadie duda de a quién habrían apoyado los empleados y editores del 'Post'. En 1988, el diario se negó a respaldar al demócrata Michael Dukakis, alegando que era un desastre, pero tampoco apoyó a Ronald Reagan, quien ganó por goleada. Desde entonces, sus editoriales han pedido el voto para estos candidatos; les invito a descubrir qué tienen en común: Bill Clinton en 1992 y 1996, Al Gore en 2000, John Kerry en 2004, Barack Obama en 2008 y 2012, Hillary Clinton en 2016 y Joe Biden en 2020.
Efectivamente, todos demócratas. De hecho, cuentan que los redactores del 'Post' ya tenían listo el editorial de apoyo a Kamala Harris, pero el dueño del diario, el millonario Jeff Bezos, detuvo la publicación y sugirió no respaldar a nadie. Las lecturas son infinitas: que quiere mejorar relaciones con Trump si gana, que piensa que Kamala perderá, que está harto del giro cada vez más a la izquierda del diario y su redacción… todo especulaciones, ya que nadie sabe nada, salvo la escueta nota del propio 'Post': «'The Washington Post' afirma que no respaldará a ningún candidato para la presidencia».
El consejero delegado, William Lewis, pidió calma y aconsejó a los periodistas en un comunicado confiar en la capacidad de los lectores «para tomar sus propias decisiones».
Ese consejo, aunque parezca saludable, no apaciguó a nadie. El editor de la sección de opinión dimitió. Hubo comunicados, reproches amargos en redes sociales. Woodward y Bernstein, el icónico dúo del Watergate, emitieron su propio comunicado recordando que «a 12 días de las elecciones presidenciales de 2024, esta decisión ignora la abrumadora evidencia reportada por el propio 'Washington Post' sobre la amenaza que representa Trump para la democracia».
A esta decisión del 'Post' se suma la del 'Los Angeles Times', propiedad de otro millonario, que también optó por no publicar un editorial de apoyo a Kamala, lo que a su vez desató otra ola de indignación en California, con los mismos argumentos: Trump va a acabar con la democracia, es imperativo advertir al lector.
Pienso, sin embargo, que los lectores ya han leído suficientes análisis, editoriales, columnas y tribunas sobre los excesos de Trump y sus tendencias autoritarias. Tanto el 'Times' como el 'Post' sufren una alarmante pérdida de lectores y de ingresos. Estudios recientes reflejan una creciente desconfianza del ciudadano hacia la prensa, a la que no atribuyen gran independencia. ¿No sería más neutral, más independiente, limitarse a informar de los hechos y dejar que los lectores saquen sus propias conclusiones?
![Imagen principal - Beyoncé vs Joe Rogan: ¿quién importa más para que ganen Kamala o Trump?](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/21/campana-ansorena-U44845335577KoG-80x80@diario_abc.jpg)
Beyoncé vs Joe Rogan: ¿quién importa más para que ganen Kamala o Trump?
A solo diez días de la cita electoral, Kamala Harris y Donald Trump coincidieron este viernes en Texas. En los dos casos, era mucho más relevante con quién estaban que el hecho de parar en el estado sureño, donde la vicepresidenta tiene poco que rascar (que Texas se pinte de azul es solo un viejo sueño húmedo de los demócratas; su realización depende de un apoyo masivo de la creciente minoría hispana que nunca llega).
Trump fue a Austin, donde le esperaba Joe Rogan, el locutor de pódcast más popular de EE.UU. Kamala, a Houston, donde se dio un baño de masas con una de las reinas del pop y oriunda de la ciudad, Beyoncé Knowles (la otra reina, Taylor Swift, le entregó su apoyo tras la convención pero no se ha subido a un escenario con ella).
Las visitas de los candidatos a estos luceros de la cultura contemporánea estadounidense eran dos caras de una misma moneda: movilizar electorados donde ambos creen que pueden conseguir avances.
El pódcast de Rogan tiene casi 16 millones de seguidores en Spotify —y muchos más oyentes— y es quizá la voz más influyente en los hombres jóvenes de EE.UU. Es un votante al que le cuesta dejar el sofá para ir a las urnas. El mismo sofá desde el que el viernes escuchaba a Trump hablar con Rogan de lo divino y lo humano durante tres horas. Fue una conversación amistosa, Rogan no le puso contra las cuerdas, Trump se perdió en disquisiciones sobre si él le hubiera ganado en las urnas a George Washington o Abraham Lincoln —deslizó que sí— y se encontró en aperturas a eliminar el impuesto federal a las rentas (música para los oídos de esos jóvenes).
Beyoncé fue una muleta para Kamala en un asunto central en su campaña: el aborto y los derechos reproductivos de las mujeres. Es un flanco en el que puede ganar terreno entre votantes moderadas, en especial, en mujeres blancas no universitarias, menos entusiasmadas por la candidata demócrata. «No estoy aquí como famosa, estoy aquí como madre», dijo Beyoncé.
La cantante es una de las muchas celebridades que Harris ha alistado en su campaña. En la víspera, en un mitin a las afueras de Georgia al que asistió este periódico, tuvo como teloneros a Bruce Springsteen, Spike Lee y Samuel L. Jackson. Por fortuna para Trump, la celebridad —y la más grande hoy en EE.UU.— es él mismo.
25 de octubre de 2024
![Imagen principal - Trump en Arizona: cómo se teje el caos](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/21/campana-alandete-U44876780027bpW-80x80@diario_abc.jpg)
Trump en Arizona: cómo se teje el caos
Este jueves en un mitin de Donald Trump en Arizona pude ver y escuchar en primera persona lo que él llama «hilvanar» o «tejer» sus discursos. Es, créanme, toda una experiencia.
El candidato llegó al estadio de la Universidad Estatal de Arizona al ritmo de sus canciones favoritas, la mayoría de Pavarotti, y comenzó hablando de inmigración ilegal. «Nuestro país está siendo ocupado, hay que liberarlo», dijo.
Mientras hablaba, entre el público vio al sheriff Joe Arpaio, famoso por su mano dura con la inmigración, todo un mito en la frontera: «Joe, ¡pero qué bueno verte! Siento lo de tu mujer, murió hace poco. Se casó contigo, qué suerte tuviste, porque la verdad, ¿cómo te puede querer alguien? Jeje, es broma, es broma».
![Trump habla durante un mitin de campaña en Arizona](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/21/Arizona-U602115027009zPF-U603232127422w0F-760x427@diario_abc.jpg)
Inmediatamente, Trump vio a Kari Lake, candidata republicana al Senado en Arizona: «Kari, me han dicho que tienes una entrevista en 'Fox News'. Venga, vete, así te aplaudimos mientras te vas». Ella al principio no se movió, pero Trump insistió: «Vete, vete, que así sales entre aplausos». Lake se fue saludando, algo confundida, entre aplausos.
Trump volvió a mirar el teleprompter, pero antes de seguir con su discurso, proclamó: «¡América es el basurero del mundo!». Se detuvo, se dio cuenta de lo que había dicho y, ante las 5.000 personas que le seguían embelesadas, admitió: «Esto se me acaba de ocurrir, no lo había dicho nunca, pero me gusta. Sí, somos un basurero».
Después prometió pena de muerte para los inmigrantes que sean condenados por homicidio, deportaciones masivas, cierre de la frontera, precios bajos, pleno empleo. Llamó a los medios «enemigo del pueblo», y a Kamala Harris, «estúpida».
Así es la oratoria de Trump: caótica, a veces absurda. Sus detractores dicen que es un caos sin solución de continuidad, prueba de que la edad hace mella. (Lo mismo, por cierto, que él, a sus 78, decía de Joe Biden, que tiene 81 y era dado a errores de fondo y forma, mezclas de nombres, confusión general).
Trump se defiende diciendo que es un estilo propio, inventado por él; «hilvanar» o «tejer» ideas; improvisar, pero sin perderse. Lo ha dicho en varias entrevistas. «Dicen que me pierdo en los discursos, pero no es cierto. Yo lo llamo hilvanar las ideas, es tejer, paso de una idea a otra, y las voy uniendo. Hay que tener muy buena memoria y una gran capacidad mental para poder recordar todo y acabar el discurso», afirmó.
Lo cierto es que este estilo retórico no es nuevo. Trump siempre ha sido dado a improvisar, a decir cualquier cosa que le viene a la mente, para luego jactarse de ello, como si fuera una absoluta maravilla.
Como una de sus máximas en la vida es nunca admitir error alguno, esto puede ponerlo en aprietos. En 2019, durante el paso de un huracán por el sur del país, dijo que este iba a dirigirse al oeste, hacia Luisiana. Sus propios meteorólogos no lo creían así. El gráfico oficial que le pasaron mostraba la tormenta yendo al norte. Él simplemente tomó un rotulador de su mesa y repintó la tormenta yendo al oeste. «¿Ven? Lo he arreglado», parecía decir.
Lo que está claro, viéndolo en un mitin, es que es un experto en interpretar a una audiencia para darle lo que quiere. Se notan las décadas de experiencia fundando desarrollos inmobiliarios, presentando programas de éxito en televisión y haciendo política.
Es como un monólogo en el que el actor perfecciona sus mejores anécdotas, las que más risas y aplausos reciben, y las va incorporando en su rutina. Y puede que ahora muchos actúen sorprendidos con ese estilo, pero el monólogo de Trump hace años que está probado, reprobado y sometido al escrutinio de millones.
![Imagen principal - «Trump, fascista»: Kamala regresa a la senda de Biden en el final de la campaña](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/25/campana-ansorena.jpg)
«Trump, fascista»: Kamala regresa a la senda de Biden en el final de la campaña
Joe Biden debería estar ahora peleando por su reelección. En su lugar, el anciano líder, forzado a dar a un paso al costado en julio a favor de Kamala Harris, está como ausente, ni se le oye desde tan lejos. Pero, a la vez, está de actualidad. Porque Kamala, en el último minuto, se ha convertido en un trasunto del presidente. Al menos, en lo que se refiere a su mensaje.
En 2020, Biden definió su batalla contra Trump como una «batalla por el alma de la nación». Su campaña interrumpida actualizaba ese tema y, a la luz de los sucesos de aquella campaña electoral y el trágico y bochornoso asalto al Capitolio, se centraba en Trump como una amenaza a la democracia.
Como candidata, Kamala llegó burbujeante, entusiástica, todo sonrisas, con un mensaje de alegría y de optimismo, de «ir hacia adelante». Algo deben decir los números en esta campaña empatada en las encuestas. Porque Harris y su campaña han dado un giro. Han vuelto a cargar la suerte con lo de Biden: Trump como amenaza a la democracia.
Lo ha facilitado John Kelly, un respetado general del ejército, republicano de toda la vida y que fue mano derecha de Trump en la Casa Blanca. Kelly -secretario de seguridad nacional, primero; jefe de gabinete de Trump, después- ha dicho que el expresidente «entra en la definición general de fascista», «admira a dictadores» y que le dijo que «Hitler también hizo cosas buenas». Antes que él, había dicho cosas similares otro general de prestigio, Mark Milley, que fue jefe del Estado Mayor en la presidencia del multimillonario neoyorquino.
El cambio en el tono en la campaña de Harris se evidenció este jueves en un mitin a las afueras de Atlanta, la principal ciudad de Georgia. Debía ser una noche especial. La primera aparición conjunta en campaña de Kamala y su gran baza para movilizar al electorado: Barack Obama. Como invitado musical: Bruce Springsteen. Y una noche deliciosa en la ciudad sureña, con más de 20.000 almas escuchando. Pero más que una propuesta de futuro, se habló sobre todo de Trump. Varios teloneros -como el senador Jon Ossoff-, sacaron lo de «fascista». Obama recordó las palabras de Kelly y dijo que su sucesor es «peligroso». Y el Boss, que solo iba acompañado por una guitarra y su armónica, calificó al expresidente de «tirano americano». El asunto ya ha calado en las bases. «Es un fascista», aseguraba a este periódico Jessie Javore, una bibliotecaria de un suburbio cercano.
En el cierre del mitin, Kamala volvió a dedicar mucho tiempo a su rival. «Es hora de pasar página con Trump», dijo una vez más sobre el candidato republicano. Pero, en los mensajes de campaña, ella la ha pasado hacia atrás.
24 de octubre de 2024
![Imagen principal - Como en España, todos fachas](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/21/campana-alandete-U44876780027bpW-80x80@diario_abc.jpg)
Como en España, todos fachas
Una moda muy española se ha instalado en las elecciones estadounidenses: «Quien no piensa como yo, es un facha». No, no es que hayan invitado a ningún mitin americano al políticamente difunto Pablo Iglesias o a algún insigne integrante del otrora distinguido Consejo de Ministros. Este parece ser el lema que ha tomado fuerza en la campaña demócrata, donde las encuestas les favorecen al afirmar que Trump es una amenaza para todo el sistema democrático.
La vicepresidenta Kamala Harris declaró recientemente que Trump «ciertamente encaja dentro de la definición general de fascista»; además, respondió con un «sí» rotundo cuando el presentador Anderson Cooper le preguntó si creía que Trump es un fascista. Estas declaraciones alarmistas se suman a las denuncias de antiguos secretarios, asesores y empleados de la Administración Trump, que tras dejar sus puestos ahora participan activamente en el juego político.
He seguido a Trump de cerca durante años. No diré que es alguien de trato fácil o un artífice de consensos al estilo de Jimmy Carter, ni mucho menos un pacifista digno del Nobel de la Paz. (Recordemos que a Barack Obama le otorgaron el Nobel antes de que deportara más inmigrantes que nadie y ordenara bombardeos con drones en Yemen en los que murieron niños inocentes).
![Trump habla durante un mitin de campaña en Duluth, Georgia](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/21/trumpo-U41251204611zZf-760x427@diario_abc.jpg)
Trump es un candidato áspero, provocador, y claramente no está acostumbrado a que le lleven la contraria. Nunca olvidaré el 1 de junio de 2020, cuando ordenó desalojar una protesta frente a la Casa Blanca para hacerse una foto en una iglesia. La policía montada usó gas lacrimógeno y porrazos, incluso contra periodistas. Tumbado en el suelo, asfixiado, pensé: «Esto solo me había pasado antes en Egipto». Pero no creí que EE.UU. fuera Egipto. Pude regresar a casa, quitarme la ropa que apestaba a vinagre y cloro, escribir sobre lo ocurrido y seguir contándolo sin temor a represalias.
Trump no es un fascista, un totalitario dispuesto a desmantelar el poder legislativo y gobernar por decreto, eliminando el poder judicial. Criticar a los otros poderes puede facilitarle la vida, pero su retórica entra dentro de su derecho a la libre expresión, igual que en España el presidente Pedro Sánchez tiene derecho a imaginar un futuro sin las trabas del Congreso o el escrutinio judicial. Eso no convierte a ninguno de los dos en fascista.
Trump, en todo caso, tiene una vena bromista. En una entrevista comentó irónicamente que solo sería dictador «el primer día». Fue un chascarrillo, como tantos que hacen los candidatos, y él mismo lo ha repetido: «Fue solo un chiste».
En España llevamos décadas con la costumbre de que gran parte de la izquierda tache de «fachas» a quienes no comparten sus ideas o no aceptan sus postulados sin dudar. En nuestro país, ya no cabe un fascista más. Pero en EE.UU., esta tendencia se ha instalado, y el riesgo es que un partido acuse al otro de querer desmontar el estado de derecho. Algo no solo falso, sino imposible.
Ya hubo pánico entre los demócratas cuando Trump ganó en 2016. Muchos amenazaron con exiliarse, y nadie lo hizo. Su presidencia fue caótica, y los periodistas sufrimos su estilo cáustico. Fue sometido a dos 'impeachments' y, al final, todo culminó en una insurrección reprobable, ridícula y fallida. El estado de derecho de la primera democracia moderna puso a Trump en su sitio, lo hizo desalojar el poder y esperar su turno para volver a intentarlo.
No hay nada de fascista en eso. De hecho, la ligereza con la que se utiliza esta palabra es una afrenta a las víctimas de regímenes autoritarios que perdieron su libertad y su vida.
![Imagen principal - «Es la economía, estúpido»: las mil versiones del adagio en Georgia](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/24/campana-ansorena.jpg)
«Es la economía, estúpido»: las mil versiones del adagio en Georgia
«La economía iba bien con Trump, pero la mía va mejor con Biden». Lo dice Steven Reid, un tipo de Tennessee que aposenta una panza prodigiosa en una silla de cámping. Tiene instalada una mesa con camisetas, gorras, carteles y baratijas de Donald Trump a las afueras del mitin del expresidente de este miércoles en Duluth (Georgia, no confundir con el de Minnesota, patria chica de Bob Dylan). Cuenta, con una sonrisa, que la gente está tan mal que los bancos embargan propiedades y él las compra baratas. También dice que cuando está sin trabajo recoge algodón a 13 dólares la hora. Y defiende, con la cara enrojecida por el sol -«estamos aquí desde las cinco de la mañana»- y por la cerveza con la que finaliza el jornal, que conoce los mítines de Trump mejor que nadie. «Desde 2015, habré ido a unos trescientos» (probable exageración). Es uno entre las decenas de vendedores ambulantes que siguen a Trump por todo el país. La agenda ahora es frenética. El viernes estará en Texas. El domingo, en Nueva York, donde Trump mostrará el dedo corazón a la que fue su ciudad, llenando el Madison Square Garden. Reid dice que estará allí, haciendo negocio con los rascacielos de Wall Street a la vista.
Es muy difícil saber de verdad cómo es la economía de Reid. Y muy fácil saber que la economía es la gran preocupación de la muchedumbre que acude a ver a Trump a un pabellón deportivo con capacidad para 13.000 personas (miles se quedan fuera). Lo es para el 'millennial' Josh Finnerty, que se considera un moderado pero está harto de pagar alquiler y no poder permitirse una casa, como hicieron sus padres y los padres de sus padres. También para Ron Chack, de origen vietnamita, que tiene una sola gran preocupación: «La inflación».
«No te lo tomes a mal, pero 'es la economía, estúpido'», dice Rick Marlette, tocado con un sombrero 'cowboy' de Trump, que recupera el adagio más manido y cierto de la política. Aunque lo creó un demócrata -Jimmy Carville, estratega político de Bill Clinton en 1992- se usa desde todos lados. Es difícil encontrar un votante en Georgia -estado decisivo- que no mencione lo que duele el bolsillo.
Dentro, en el pabellón, tras el rugido de bienvenida con el que le recibe su parroquia, Trump dedica sus primeras palabras con la pregunta retórica más potente de esta campaña: «¿Estáis mejor que hace cuatro años?». Después, no economiza en palabras -casi hora y media de discurso-, ni en salidas de guión -imita a Emmanuel Macron, celebra no haber grabado sus conversaciones en la Casa Blanca para evitar lo que le pasó a Richard Nixon- ni en ataques a Kamala Harris. «Esa mujer está loca», «no puede juntar dos frases», «eres la peor de la historia», «tiene un cociente intelectual bajo». Detrás de las cortinas, sus estrategas quieren que hable más de impuestos, de precios, de empleos. Pero él hace las delicias de los suyos. El único precio del espectáculo son las horas de cola para entrar -había gente apostada desde las cinco de la mañana- y el atasco de salida.
23 de octubre de 2024
![Imagen principal - Lo que no contamos de Kamala](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/22/campana-alandete.jpg)
Lo que no contamos de Kamala
Hay asuntos que, al parecer, mejor no tocarlos. O mejor dicho: hay temas que, cuando atañen a los demócratas en campaña electoral, es preferible no mencionar.
Permítanme que me explique: de Donald Trump creo que lo sabemos absolutamente todo. Mis compañeros y yo hemos escrito en estas páginas sobre qué come, qué ropa viste, con quién se ha acostado o qué se llevó su exmujer Ivana en el divorcio. Hasta se han publicado —eso sí, en otros medios— artículos, para mí innecesarios, sobre partes de su anatomía que, créanme, es mejor no conocer. La actriz porno con la que tuvo una aventura, Stormy Daniels, se ha encargado de revelar detalles íntimos.
Ahora bien, ¿han oído hablar de la supuesta relación del marido de Kamala Harris con la niñera durante su primer matrimonio? ¿O que cuando tenía 29 años, Harris salió con el entonces alcalde de San Francisco, Willie Brown, que tenía 60? ¿O las alegaciones de plagio en su libro publicado en 2009? ¿O de las denuncias sobre el ambiente tóxico en su oficina como vicepresidenta, con una alarmante cantidad de despidos y dimisiones durante estos cuatro años?
Si todo esto le sorprende, es porque los medios hemos fallado en la equidad con que tratamos a los candidatos.
Es evidente que no se aplica la misma vara de medir con los demócratas que con Trump, y esto solo sirve para darle más fuerza al republicano en su eterna campaña de victimización. Como él mismo ha dicho: «Ningún presidente ha sido tratado tan mal en la historia como yo». (Habría que preguntar a los herederos de John F. Kennedy y Abraham Lincoln, claro).
La prueba de esta disparidad es Joe Biden. Con el tiempo, las actividades de su hijo Hunter se han convertido en una fuente legítima de preocupación. Sus dudosos negocios internacionales, su drogodependencia y los delitos que ha confesado no fueron profundamente investigados hasta que Biden ya estaba en la Casa Blanca. Hace cuatro años, los medios estadounidenses optaron por no informar sobre los contenidos de un ordenador portátil que resultaron ser explosivos, y luego, a su manera, pidieron disculpas.
¿Es posible que haya menos escrutinio hacia los demócratas por los constantes ataques de Trump a la prensa? Tal vez, pero yo mismo he escuchado a Biden llamar en la Casa Blanca «estúpido hijo de perra» a un reportero de Fox. Además, el presidente actual ha dado solo una decena de conferencias de prensa al año, frente a las 22 de Trump. El trato no debería medirse solo por las formas, sino también por el fondo.
En definitiva, cubrir una campaña supone transmitir los hechos de manera desapasionada, sin importar cuán histriónico o provocador sea el personaje del que se informa. Implica, además, tratar a todos con el mismo rigor y distancia. No hacerlo significa caer en el juego de la parcialidad, lo que termina por socavar la credibilidad del periodismo.
Y cuando la prensa deja de cumplir su función de manera imparcial, no solo se erosiona nuestra confianza, sino que se contribuye a una polarización aún más profunda en una sociedad ya de por sí muy fracturada.
![Imagen principal - Trump y Obama, enemigos acérrimos, se citan en la decisiva Atlanta](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/23/campana-ansorena.jpg)
Trump y Obama, enemigos acérrimos, se citan en la decisiva Atlanta
Ruido de sables en Atlanta, la mayor ciudad de Georgia, estado clave de estas elecciones. Aquí se han citado las dos grandes figuras de la política estadounidense de este siglo. Barack Obama y Donald Trump. Este último arenga este miércoles a los suyos en Duluth, un suburbio al noreste de la ciudad de la Coca-Cola. A pocos kilómetros de allí, Obama será la gran estrella del mitin de Kamala Harris del jueves.
Lo de Obama y Trump es un Boca-River de la política. Se odian con devoción. Viene de lejos. El primer gran papel en la escena política del multimillonario neoyorquino fue propagar bulos sobre el lugar de nacimiento de Obama. La Constitución impone que para ser presidente hay que haber nacido en EE.UU. Trump, sin fundamento, dudaba en 2011 que fuera el caso de Obama, que se había convertido en 2008 en el primer presidente negro de la historia de EE.UU. Deslizaba que había nacido en Kenia, como su padre. Y que se había registrado como musulmán. Era una declaración con tufo racista que no ha sido excepcional en Trump.
Ese mismo año, Obama se vengó en su discurso en la tradicional cena de corresponsales en Washington. Le ridiculizó -antes lo había hecho el presentador de la gala, el cómico Seth Meyers- delante de toda la elite política, empresarial y mediática de la capital. Todos se reían a carcajada limpia. Menos Trump, que estaba allí, con su tupé inamovible y con cara de circunstancias.
Cuenta la leyenda 'trumpista' que esa fue la noche que el multimillonario se decidió a ir a por la Casa Blanca (la realidad es que era una aspiración muy vieja). Y cerró bocas y risas cinco años después, en su triunfo histórico ante Hillary Clinton.
Obama y Trump no pueden ser más diferentes. Aquel es pulcro, intelectual (aunque en la última convención demócrata, cuando aparentó mofarse del tamaño del pene de Trump, mostró otra cara). Este es burdo, populista. Ambos son encantadores de serpientes, seductores del público, cada uno con su estilo. Obama es admirado. Trump, idolatrado.
En este cara a cara, pelean por lo mismo: los decisivos votos de Atlanta y sus suburbios. A Obama lo ha reclutado Harris para un último empujón con el electorado más decisivo aquí para los demócratas, la minoría negra. Atlanta es la gran ciudad de la clase media afroamericana y la candidata demócrata está sufriendo para conseguir el mismo nivel de apoyo que tuvo Obama, o incluso Biden. Trump se esfuerza en movilizar a sus bases y en robar un puñado de votos de la minoría negra con su mensaje económico y apelando a la radicalidad de Harris en cuestiones como los derechos de los transgénero. Guantes fuera.
22 de octubre de 2024
![Imagen principal - Texas no será demócrata: El voto latino se aleja de la izquierda](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/22/campana-alandete.jpg)
Texas no será demócrata: El voto latino se aleja de la izquierda
Desde hace tiempo circula en Texas el rumor de que este estado está a punto de volverse demócrata. El sueño de la izquierda estadounidense es que este vasto territorio, hogar de 30 millones de personas, deje de ser un bastión republicano y se convierta en un estado disputado, como Arizona o Nevada, o incluso completamente demócrata, como Nuevo México y Colorado.
Estos anhelos a menudo desembocan en análisis complejos y proyecciones que sugieren una conclusión simplista: con el crecimiento de la población hispana, los republicanos están condenados.
Solo en parte es esto cierto: Texas es casi mayoritariamente hispano. Según el censo, el 39,26% de la población es hispana y el 39,75% es blanca no hispana. Pero el problema para los demócratas es su creencia de que el voto hispano les pertenece de manera automática, sin considerar las complejidades de este electorado.
Las encuestas recientes muestran un cambio significativo en el apoyo de los latinos hacia el Partido Republicano, especialmente en áreas urbanas. En distritos mayoritariamente hispanos, la ventaja demócrata ha disminuido considerablemente desde 2016. En las zonas fronterizas, muchos votantes hispanos apoyan políticas de refuerzo fronterizo más que en ciudades grandes como Houston o Dallas.
Este lunes, paseando por las afueras de El Paso, cerca del muro fronterizo, vi una casa que ondeaba una bandera que decía: «Trump 2024, finish the job», «Trump 2024, acaba el trabajo». El dueño, claramente hispano, no estaba muy dispuesto a hablar, pero alcanzó a contarme en español con acento chicano que nació y creció en El Paso, tiene familia en Juárez y apoya la inmigración legal y ordenada: «Que sigan las reglas, como todos», me dijo.
También se quejó de que los inmigrantes recientes, sobre todo guatemaltecos, hondureños, venezolanos y colombianos, solo han beneficiado al crimen organizado, que trafica y se lucra con ellos. Quise preguntarle por esto, pero me cerró la verja en las narices y se fue.
Aunque parecía culpar a las víctimas de la trata, el testimonio de este tipo refleja una realidad más amplia: los hispanos no votan automáticamente por los demócratas y en muchos casos hasta están encantados con Trump. Entre sus preocupaciones están la seguridad, la economía y la inmigración. Y hoy, quien promete mano dura es Trump, el mismo que propuso un muro que, aunque no completó, sigue siendo un símbolo poderoso para no pocos de estos votantes, sobre todo si viven cerca de él.
![Imagen principal - Mormones, indios, 'amish', camareros… La batalla de los 'microelectorados'](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2024/10/22/campana-ansorena(1).jpg)
Mormones, indios, 'amish', camareros… La batalla de los 'microelectorados'
Sabemos que la carrera entre Donald Trump y Kamala Harris está muy empatada y que sus campañas llevan meses tratando de convencer y movilizar a sus electorados estratégicos. La minoría negra, las mujeres o los jóvenes, en el caso de los demócratas. Los hombres blancos o los hispanos conservadores, en el de los republicanos.
Pero, en la trinchera electoral también se pelea para empujar a 'microelectorados' que, en otras campañas, ni aparecerían en las pizarras de los estrategas. Suponen un porcentaje mínimo del cuerpo de votantes, pero podrían ser decisivos ante el empate técnico entre Trump y Harris, y tienen equipos dedicados a su cortejo.
Un ejemplo son los mormones. Solo tienen una presencia abundante en Utah, donde está la sede de la Iglesia de Jesucristo de Santos de los Últimos Días, su nombre oficial. Utah es un estado decidido, tendrá color rojo republicano la noche del 5 de noviembre. Pero hay comunidades mormonas con suficiente presencia en Arizona y Nevada, aproximadamente un 6% y 5%, respectivamente, como para poder inclinar la balanza en estos dos estados decisivos.
Un caso todavía más extremo es el de los 'amish', una vertiente cristiana que conserva la vida tradicional, alejada de los avances tecnológicos. En Pensilvania, la mayoría en el condado de Lancaster, son varias decenas de miles de personas. No llegan ni siquiera al 1%, pero los republicanos -a quienes los 'amish' votan- persiguen sus carros tirados a caballo para que vayan a las urnas.
Muy cerca de allí, los demócratas tienen operaciones especiales para registrar como votantes y llevar a las urnas a los hispanos de ciudades como Allentown y Reading, donde su presencia se ha disparado en los últimos años y podrían ser decisivos en Pensilvania, quizá el estado más determinante.
Pero hay más: no se entiende la propuesta de 'no tax on tips' -propinas libres de impuestos-, adoptada por ambos candidatos, sin reconocer su impacto en camareros, cocineros y demás trabajadores de la hostelería de Nevada, en especial, en los enormes casinos de Las Vegas.
Hay mucho más: los árabes de Michigan enfadados con los demócratas por la guerra en Gaza, los jóvenes de Omaha (Nebraska), los indios nativos de Arizona, los indios de la India en los suburbios de Filadelfia… Todos han cobrado protagonismo en la caza del 'microelectorado'. Está por ver quién acierta en la estrategia. La batalla, al menos, sirve para comprobar la diversidad exuberante de la primera potencia mundial.
21 de octubre de 2024
![Imagen principal - De la persuasión a la movilización](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/plantillas/elecciones/EEUU/campana-ansorena.jpg)
De la persuasión a la movilización
Otra mañana en una oficina local del Partido Demócrata en Carolina del Norte. Por la ventana, los empleados y los voluntarios han visto la vegetación de esta parte de los Apalaches cubierta de nieve a comienzos de año, florecida y reverdecida en primavera, inundada de luz en un verano de convenciones, atentados y renuncias. «Diez y doce horas al día aquí», dice una de las voluntarias. Las hojas ahora amarillean, la señal más clara de que se acerca la cita con las urnas. La elección coincide con el momento en el que el otoño explota en los bosques como un espectáculo pirotécnico.
Una trabajadora de la campaña, Meredith, instruye a un voluntario, James, sobre la actividad de ese día. Estamos a las afueras de Asheville, la ciudad más afectada por el huracán hace tres semanas, todavía recuperándose de la tragedia humana -más de cuarenta muertos en este condado- y material. Es el primer día desde el huracán en el que irán a tocar puertas de votantes desde la catástrofe. Por respeto, no van a las zonas más afectadas. No es el momento de hablar de Kamala a alguien que ha perdido a un ser querido o su negocio.
«Ya no tratamos de convencer, nos centramos en que vayan a votar»
Este es el primer trabajo de Meredith, que acaba de graduarse en la universidad. Y la primera dedicación de James como jubilado. «Ya no tratamos de convencer, nos centramos en que vayan a votar», explica la joven. El voluntario sale a la calle con una aplicación en su móvil que le lleva a casas de votantes registrados como demócratas, Con un mensaje claro: la urgencia de ir a votar, a ser posible de forma anticipada. «Otra razón de no ir a casas de republicanos es para no ayudarles a recordar que ya se puede votar».
Desde el comienzo de la elección, las campañas saben que se decidirá por dos elementos: convencer a los indecisos y movilizar a las bases. «La fase de persuasión ha acabado, estamos en la de movilización»; dice alguien en la oficina.
Las encuestas muestran que la gran mayoría de EE.UU. tienen su voto decidido. Da igual que Trump dé vueltas a hamburguesas o que Kamala cante en una iglesia negra, el retrato está hecho... Solo entre el 3% y el 5% se declara indeciso. Con la carrera muy empatada, pueden ser decisivos. Pero los demócratas creen que sale más a cuenta poner los esfuerzos en llevar a los suyos a las urnas. Faltan dos semanas para saber si será suficiente para ganar.
![Imagen principal - Trump está desatado](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/plantillas/elecciones/EEUU/campana-alandete.jpg)
Trump está desatado
Raro, extravagante, fuera de lo común. Así define la Real Academia la palabra «bizarro». Y, pocas veces esa descripción ha sido más apropiada que para la campaña de Donald Trump en 2024. Se le ve feliz, pletórico. Lo mismo se pone un delantal de McDonald's para freír patatas, como hizo este domingo en Pensilvania, que interrumpe un mitin para bailar el «YMCA», o suelta una anécdota irrelevante sobre lo bien dotado que estaba el legendario golfista Arnold Palmer, fallecido en 2016.
En resumen, Trump está en su elemento, confiado, sin filtros. Si quiere cantar, canta; si quiere bailar, baila. No se guarda una sola broma. El sábado, en Pensilvania, dejó de leer el teleprompter y soltó, con una sonrisa pilla: «Como vicepresidenta, Kamala es una mierda».
Para quienes hemos seguido de cerca su trayectoria, desde los platós de telerrealidad hasta el Despacho Oval, este Trump en campaña es ciertamente llamativo. Decir que durante su presidencia era infeliz sería caer en la psicología amateur, pero está claro que no era la misma persona que vemos hoy.
Aquellos fueron cuatro años de calvario: la investigación de la trama rusa, dos «impeachments», la derrota en las elecciones de mitad de mandato en 2018, la pérdida del control del Capitolio, una sucesión interminable de filtraciones y despidos, y, finalmente, su caída en 2020, acompañada de falsas denuncias de fraude y una insurrección fallida.
Trump ha renacido y ahora ha recortado distancias con Harris
Trump parecía atraer siempre sobre sí una nube oscura en Washington, sus comparecencias públicas eran un torrente de reproches. Llegaba siempre con su capote negro, su larga corbata roja, cara de enfado. Se decía acosado: por los medios, por los demócratas, por los jueces. Cada despido -de jefes de gabinete, asesores de seguridad nacional, ministros y generales-era traumático, seguido de filtraciones que revelaban más caos interno.
Pero, tras la insurrección y las múltiples imputaciones, Trump ha renacido. Estados Unidos es, como dicen, un país de segundas oportunidades, y la carrera política de Trump está teniendo la suya. Pese a haber sido marginado tras el asalto al Capitolio, e incluso habiendo evitado participar en la transición de poderes, Trump, a sus 78 años, ha demostrado que aún tiene energía para continuar, incluso después de haber sobrevivido a dos intentos de asesinato.
Este Trump, lejos del líder superado por los desafíos de su presidencia, parece haber conquistado nuevamente a una parte del electorado. Ha recortado la ventaja que le sacaba Kamala Harris en verano, y las encuestas lo sitúan de nuevo en posición de ganar. Ese impulso se refleja en su renovada confianza en la campaña, y una sonrisa que no se le borra.
La duda es qué impulsa realmente su campaña. Sus detractores hablan de venganza, de ajustar cuentas pendientes. Sus seguidores, en cambio, aseguran que busca terminar el trabajo que dejó inconcluso. Lo cierto es que Trump parece estar más cómodo saludando desde la ventanilla de un McDonald's después de freír patatas que discutiendo sobre aranceles, alianzas militares o políticas sobre el aborto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete