Cuentan las crónicas que el Rey Alfonso X «EL Sabio»,
entre 1270 y 1280, alentado por su gran devoción mariana, mandó erigir una iglesia o
ermita consagrada a la Virgen en en lugar llamado de Las Rocinas, recién conquistado a
los árabes, en los mismos tiempos en los que, atraído por la belleza de los terrenos y
los venados creó el coto de caza que hoy se conoce como Doñana.
Pero la historia, como es frecuente, se disocia de la leyenda, que aporta
bellísimos e incomparables datos sobre un mismo hecho. Según la tradición piadosa,
teñida de leyenda, que al parecer se conocía en Almonte y en pueblos vecinos desde el
siglo XVI, aunque no aparece escrita hasta el XVIII, un hombre que había salido a cazar o
a apacentar ganado, en La Rocina, halló entre malezas y espinas la Venerada Imagen de la
Virgen colocada sobre un tronco de árbol. Quiso llevarla a la villa de Almonte, distante
tres leguas del sito del hallazgo. Pero la Imagen volvió a su lugar y allí se levantó
una ermita para cobijarla.
Texto de la aparición de la Imagen de la
Virgen del Rocío (S. XVIII)
«Entrado el siglo XV de la
Encarnación del Verbo Eterno, un hombre que, o apacentaba ganado o había salido a cazar,
hallándose en el término de la Villa de Almonte, en el sitio llamado de La Rocina (cuyas
incultas malezas le hacían impracticables a humanas plantas y sólo accesible a las aves
y silvestres fieras), advirtió en la vehemencia del ladrido de los perros, que se
ocultaba en aquella selva alguna cosa que les movía a aquellas expresiones de su natural
instinto. Penetró aunque a costa de no pocos trabajos, y, en medio de las espinas, halló
la imagen de aquel sagrado Lirio intacto de las espinas del pecado, vio entre las zarzas
el simulacro de aquella Zarza Mística ilesa en medio de los ardores del original delito;
miró una Imagen de la Reina de los Angeles de estatura natural, colocada sobre el tronco
de un árbol. Era de talla y su belleza peregrina. Vestíase de una túnica de lino entre
blanco y verde, y era su portentosa hermosura atractivo aún para la imaginación más
libertina.
Hallazgo tan precioso como no esperado, llenó al hombre de un gozo sobre
toda ponderación, y, queriendo hacer a todos patente tanta dicha, a costa de sus afanes,
desmontado parte de aquel cerrado bosque, sacó en sus hombros la soberana imagen a campo
descubierto. Pero como fuese su intención colocar en la villa de Almonte, distante tres
leguas de aquel sitio, el bello simulacro, siguendo en sus intentos piadosos, se quedó
dormido a esfuerzo de su cansancio y su fatiga. Despertó y se halló sin la sagrada
imagen, penetrado de dolor, volvió al sitio donde la vio primero, y allí la encontró
como antes. Vino a Almonte y refierió todo lo sucedido con la cual noticia salieron el
clero y el cabildo de esta villa y hallaron la santa imagen en el lugar y modo que el
hombre les había referido, notando ilesa su belleza, no obstante el largo tiempo que
había estado expuesta a la inclemencia de los tiempos, lluvias, rayos de sol y
tempestades.
Poseídos de la devoción y el respeto, la sacaron entre las malezas y la
pusieron en la iglesia mayor de dicha villa, entre tanto que en aquella selva se le
labraba templo. Hízose, en efecto, una pequeña ermita de diez varas de largo, y se
construyó el altar para colocar la imagen, de tal modo que el tronco en que fue hallada
le sirviese de peana. Aforándose aquel sitio con el nombre de la Virgen de Las Rocinas».