España ha sido, sin lugar a dudas, la mayor decepción de este Mundial Brasil 2014. La Roja llegaba a este torneo como máxima favorita junto a la canarinha. Durante seis años (2008-2014) fue capaz de tocar el cielo con las manos y consiguió proclamarse, gracias a su atractiva fórmula de juego, en el portavoz del fútbol más atractivo del planeta. Sus enemigos observaban su camiseta de la misma forma que se mira a una bestia intratable, con la convicción de que poco o nada se puede hacer para frenarla si tienes la mala fortuna de tener que enfrentarte contra ella.
Pero todo cambió en este torneo. La sangre roja que recorría su cuerpo se pudrió ante Holanda (derrota 5-1). Del Bosque intentó en vano una rápida transfusión en el segundo partido, el que nos enfrentó ante Chile. Nada cambió. Era demasiado tarde para resucitar a un equipo muerto, física y mentalmente. Xabi Alonso lo confesó tras la derrota frente a Chile: «Nos ha faltado hambre».
A las primeras de cambio, con un balance de siete goles en contra y uno a favor en los partidos en los que se jugaba la vida, España regresó a casa y volvió recordarnos lo complejo que resulta ganar, en cualquier partido. De nuevo, volvíamos a parecernos a los equipos de antaño, aquellos que creíamos tener olvidados en el baúl de nuestra memoria.