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DOS MIL AÑOS DE HISTORIA TRAS LAS SANDALIAS DE UN PESCADOR GALILEO

Madrid. Luis Pardo

.«Y yo te digo que tú eres Pedro, y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y a tí te daré las llaves del reino de los cielos. Y todo lo que ates en la tierra será también atado en los cielos: y todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos». En estas palabras se esconde la promesa con que Cristo da al apóstol Pedro la potestad plena y absoluta de «atar y desatar» como su representante en la tierra.De este modo, arranca la Iglesia primitiva: con la figura del Pontífice romano como el más alto Tribunal de la Cristiandad, a cuya jurisdicción (extensible de Oriente a Occidente) se recurre en caso de conflicto o desacuerdo.Defensor de la FeEn esta primera etapa, el Papa se encargaba de examinar y dictaminar sobre las distintas actitudes heréticas que ya por entonces empezaban a germinar en el seno de la Iglesia. Prueba de ello son las sucesivas condenas que del arrianismo, el nestorianismo, monofisismo, etc, tienen lugar en el Concilio de Nicea (325), Efeso (431) y Calcedonia (451),... En este periodo, creció considerablemente el prestigio y la primacía de la Santa Sede con la misma fuerza con que empezaba a declinar el hasta entonces casi infinito poder del Imperio Romano.

Un hecho fundamental que atestigua la autoridad y el prestigio de que gozaba el obispo de Roma fue la firma de la famosa «Fórmula de Hosmidas» en el año 517 a cargo de más de dos mil obispos orientales, el patriarca de Constantinopla y el Emperador de Oriente. En ella se declaraban «fieles y comunes a la Sede apostólica por todos reconocida».Se puede decir que en esta primera época, en este primer medio siglo, la principal preocupación de la Santa Sede fue la de declarar como axiomáticas su procedencia y sistema de sucesión. Estos planteamientos empezaron a transformarse a partir de la época medieval: comenzó el afán de acumular poder temporal con una adquisición progresiva de territorios y tierras y con una autoridad completa sobre sus inquilinos.

La raíz de aquella nueva situación estuvo estrechamente relacionada con el momento político crítico que entonces vivía Italia y la debilidad que se iba apoderando de los emperadores asentados en Bizancio a la hora de proteger a los romanos contra los godos. Fue un momento propicio que el Papa supo aprovechar convirtiéndose en jefe supremo aunque sin dejar de reconocer a Bizancio y a su emperador como su señor temporal. Se trataba, en definitiva, de llenar un vacío de poder para asegurar la libertad de la Iglesia, en un mundo cada vez más hundido en el caos.El año 739 resultó clave en la historia del papado. Los lombardos se convirtieron en una auténtica amenaza. Y empezaron a apreciarse las repercusiones de dos hechos anteriores. Por un lado la dependencia de Roma del poder político cada vez más fuerte y los primeros visos de cisma entre la Iglesia de Occidente y la de Oriente. En ese mismo año el Papa Gregorio III al verse solo frente a la amenaza de los lombardos recurre a Oriente pidiendo ayuda a Bizancio, que no puede ayudarle. Esto le lleva a pedir el apoyo a Pipino, rey de los francos y predecesor de Carlomagno.

Nueva etapa

El año 756 fue una fecha clave: Pipino derrotó definitivamente a los lombardos y reconoció el derecho del Papa sobre una parte del territorio italiano, abriendo un paréntesis en la historia del papado, que no se cerró hasta al año de la independencia italiana (1870). Esto hay que matizarlo, ya que con la creación de la Ciudad del Vaticano en 1929 se reinstauró el poder temporal aunque de forma bastante limitada.

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