Podemos
pues concluir que con el gesto de Pipino nace, además del poder político ligado a la
figura del Papa, un periodo en el que se multiplican las interferencias de
otros poderes en las decisiones de la Santa Sede. El papado medieval se caracterizó por
la relativa dependencia que tanto la Iglesia de Oriente como la Occidente mantuvieron
respecto del poder temporal. Un ejemplo ilustrativo de dicha dependencia radica en el
Pontificado de León III (795-816) que no dudó un instante en pedir a Carlomagno que no
dejara de proteger la Santa Sede. Tras sofocar una revuelta en Roma, Carlomagno fue
coronado y proclamado emperador Emperador por el el Papa el día de Navidad del año 800.
Este acto restableció la situación del Imperio Romano que había dejado de existir hace
324 años y supuso el principio de una alianza entre Carlomagno y el Papa. Este gesto de
coronación significó en el fondo el dominio de un poder sobre otro. En este sentido, el
tema de las investiduras es muy ilustrativo sobre las diferencias internas. La investidura
era una ceremonia a través de la cual el señor o príncipe investía con el báculo y el
anillo a los abades y obispos.
La siginificación de estos actos que tenían en
principio un sentido simbólico fue degenerando hasta el punto de dar otra impresión: que
eran los príncipes y señores quienes investían los cargos eclesiásticos.La naturaleza
de estos cargos se transformó hasta parecer uno más dentro del organigrama político de
un Estado. Esta situación generó abusos, como el mercadeo simoníaco de los favores
eclesiásticos.Con el nuevo milenio las cosas empezaron a cambiar: el Papa Nicolás II
intentó acabar con estos abusos y tomó la decisión de que el Papa fuera designado
exclusivamente por los cardenales. Sin embargo, sería su sucesor, el Papa Gregorio VII,
el que más empeño puso en acabar con este problema. Esta postura le enfrentó con
Enrique IV de Alemania. Todo comenzó cuando Gregorio VII tomó la decisión de abolir la
investidura laica y diversos tipos de abusos. Ante la oposición de Enrique IV, Gregorio
VII le excomulgó y el rey germano tuvo que humillarse pidiendo perdón al Papa, refugiado
en el castillo de Canossa. Este arrepentimiento no duró mucho y, una vez obtenido el
perdón, Enrique IV restableció el enfrentamiento no sin antes haberse asegurado de que
sus posesiones no corrían peligro.
El resultado de esta reincidencia fue una segunda
excomunión en el año 1080 que no amedrentó al emperador alemán, que tomó Roma cuatro
años después desterrando a Gregorio que moriría al cabo de un año en Salerno.Este
conflicto de interés no cesó hasta la firma por Calixto II y Enrique V del acuerdo de
Worms según el cual la Santa Sede aceptó la presencia de un funcionario del emperador
que en calidad de observador se comprometía a garantizar que las elecciones
eclesiásticas tuvieran lugar con plena libertad. Una libertad que duraría hasta la
entrada en acción del emperador Federico Barbarroja que se propuso la creación de un
Imperio sin límites, donde el Pontífice sería un funcionario más. Esta idea del papel
que debía jugar la Santa Sede suscitó un nuevo enfrentamiento entre la Casa de
Hohenstauffen y el Papado, que duró más de un siglo.Con el Papa Inocencio III
(1198-1216) se abre un nuevo periodo cuyas características son completamente distintas a
las relatadas hasta ahora.
Los Papas empezaron, aunque fuera de un modo
indirecto, a ejercer su influencia en los asuntos de los Estados. Inocencio III fue el
responsable de que se iniciara una reforma de la Santa Sede y el restablecimiento de la
autoridad papal en los Estados Pontificios. La personalidad de este Papa se dejó notar
por toda la vieja Europa. No dudó en excomulgar a todos aquellos príncipes que se
enfrentaran a su autoridad, siempre para defender la libertad de la Iglesia.Cisma de
OccidenteEn el siglo XVI tuvo lugar el gran cisma en el seno de la Iglesia Occidental. El
origen fue la Reforma impulsada por el agustino alemán Lutero, cuya politización se
produjo de inmediato. La consecuencia fue la pérdida de la unidad y, con ella, la de
naciones enteras del norte de Europa. Muy poco después, la ruptura se produjo con
Inglaterra, donde la ambición de Enrique VIII y sus problemas dinásticos crearon una
Iglesia, la anglicana, más dócil al poder civil que la católica.
Con el Concilio Vaticano I, la Iglesia inaugura una
nueva etapa cuya principal característica es la independencia absoluta de la Santa Sede.
El Pontificado a partir de Pío IX y León XIII se esforzó notablemente por mantenerse al
margen de las tentaciones del poder temporal. Con la modernidad llegó también la
fórmula de los Concordatos para resolver así los problemas particulares que pudieran
surgir con los Estados. Se trata de acuerdos bilaterales de carácter contractual entre la
Santa Sede y el poder civil, en los cuales que queda establecido el tipo de relaciones
mutuas que se quieren llevar.Otra fecha clave se produjo en 1929 con la firma del acuerdo
de Letrán por parte de Pío XI por el que la Santa Sede recuperaba definitivamente su
independencia territorial. El Concilio Vaticano II, por último, ha abierto a la Iglesia a
los tiempos modernos, dotándola de instrumentos capaces para evangelizar un mundo cada
vez más secularizado.
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