CATECISMO, ROCA FIRME PARA LA FE DEL FUTURO
Madrid. S. R.
El 26 de junio de 1992, el Vaticano hacía público
uno de los logros más importantes del siglo XX, en lo que a los intereses de la Iglesia
católica se refiere: el nuevo catecismo, que incorporaba no sólo el espíritu del
Vaticano II sino también las inquietudes y cuestiones que la ciencia y el pensamiento
habían planteado a la Iglesia en los últimos decenios.
Este catecismo suponía el punto final de otro, sin
que se pueda hablar en absoluto de ruptura o de discontinuidad. El antiguo, el de Trento,
cedía el paso al nuevo, pero más como una entrega del testigo que como una
capitulación.En la presentación del nuevo catecismo, el cardenal Ratzinger, verdadero
cerebro del mismo, aunque hayan sido muchos los que han colaborado en su redacción, dijo
que «los fieles tiene derecho a recibir, íntegro y completo, el anuncio de la fe
cristiana».
Ratzinger explicó también que «no se trata de un
texto legislativo, pues no cambia la disciplina de la Iglesia, sino que presenta la
doctrina católica como es, como fue y como será». Tampoco pretende, aclaró el
purpurado alemán, «reforzar las tendencias fundamentalistas», aunque matizó que «si
vivir en la certeza de la fe es fundamentalismo, entonces el catecismo confirmará esta
tendencia. Pero si uno se refiere al sentido estricto de la palabra fundamentalismo como
se aplica a algunas sectas, el catecismo no tiene nada que ver con eso.
La cuestión es que se da el adjetivo
fundamentalista a todo lo que es un núcleo de doctrina claro y específico, y esto es una
manipulación linguística que debemos combatir, aclarando que la Iglesia tiene una fe,
pero que la fe no está cerrada a la racionalidad».Ataques progresistasCon este discurso,
el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe estaba respondiendo de hecho a
los ataques vertidos contra el catecismo por los teólogos considerados «progresistas»,
para los cuales se trataba de un texto anticuado, que no introducía modificaciones ni en
la moral ni tampoco en la forma de interpretar las Escrituras.
En cuanto al contenido en sí del catecismo, este
es tan variado como lo es el dogma y la moral católica. Está dividido en tres grandes
capítulos, uno para cada una de las dos cuestiones citadas y otro más para la vida de
oración.
Algunos de los artículos más polémicos fueron
los referidos a la pena de muerte, sobre la cual la Iglesia se pronuncia con toda claridad
afirmando que, si bien sigue siendo legítima cuando se aplica con arreglo a Derecho, hoy
en día no se puede considerar que se den las condiciones que la hagan necesaria, pues hay
otras muchas formas de proteger a los inocentes de la posible reincidencia del criminal.
Por eso, la Iglesia desaconseja el uso de la pena máxima y anima a los Gobiernos a que la
supriman cuanto antes.Otros asuntos más o menos polémicos fueron los siguientes:l La
existencia del demonio: «Satanás o el diablo y los otros demonios son ángeles caídos
por haber rechazado libremente servir a Dios y sus designios. Su elección contra Dios es
definitiva. Ellos intentan asociar al hombre a su rebelión contra Dios». (nº 1248).
Pecado original
Pecado original: «A su descendencia Adán y Eva
han transmitido la naturaleza humana tal y como la han dejado después del primer pecado,
por lo tanto privada de la santidad y de la justicia original. esta privación es llamada
‘pecado original’.» (nº 1251).l Doble naturaleza de Cristo: «El
acontecimiento único y del todo singular de la encarnación del Hijo de Dios no significa
que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla
confusa entre lo divino y lo humano. Él se ha hecho verdaderamente hombre permaneciendo
verdaderamente Dios» (nº 1306).l Virginidad de María: «El profundizamiento de su fe en
la maternidad virginal ha conducido a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua
de María. También en el parto del Hijo de Dios hecho hombre.
La Iglesia confiesa en efecto que el nacimiento de
Cristo no disminuyó su integridad virginal sino que la consagró. La liturgia de la
Iglesia celebra a María desde antiguo como la Aeiparthenos, siempre Virgen.» (nº
1338).l Imitación de Cristo en la Cruz: «La Cruz es el único sacrificio de Cristo,
único mediador entre Dios y los hombres. Pero, dado que en su Persona divina encarnada se
ha unido en cierto modo a todo hombre, Él da a todos la posibilidad de ponerse en
contacto, en la forma que Dios conoce, con el misterio pascual». (nº 1459).l Muerte del
Señor: «En beneficio de todos Jesús ha gustado la muerte, es decir, ha conocido
realmente el estado de muerte que consiste en la separación entre el alma y el cuerpo
que, en todo caso, han permanecido unidos a su persona divina. La Iglesia cree que es
verdaderamente el Hijo de Dios el que ha muerto y ha sido sepultado» (nº 1469).l
Testigos de la Resurrección: «La fe de la primera
comunidad de creyentes está fundada sobre el testimonio de hombres concretos, conocidos
por los cristianos y, en su mayoría, vivos todavía entre ellos. Estos testigos de la
Resurrección de Cristo son ante todo Pedro y los Doce, pero no sólo ellos. Pablo habla
claramente de más de quinientas personas a las cuales Jesús se apareció de una sola
vez, además de a Santiago y a todos los apóstoles» (nº 1499).l Veracidad de la
Resurrección: «Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de
Cristo como algo distinto del orden físico y no reconocerla como un hecho histórico.
Lejos de mostrarnos una comunidad atrapada por una excitación mística, los Evangelios
presentan a los discípulos abatidos y atemorizados» (nº 1487).
CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO
El nuevo Código de Derecho Canónico vio la luz en
el pontificado de Juan Pablo II, aunque en propiedad no se pueda atribuir a su iniciativa
su publicación. Este importante texto legislativo estaba ya en avanzado estado de
gestación cuando el cardenal Wojtyla fue elegido por sus colegas para dirigir la Iglesia
católica. De hecho, la comisión pontificia que fue encargada de su redacción había
echado a andar por orden de Juan XXIII en 1963, en pleno Concilio Vaticano II.Sin embargo,
sí se puede atribuir al buen criterio de Juan Pablo II los últimos y definitivos pasos
de esta «carta magna» de la Iglesia, pues el Papa llevaba ya más de cuatro años al
frente de la Iglesia cuando fue publicada, el 25 de enero de 1983. Además, se supo que el
propio Papa revisó el nuevo texto personalmente antes de ser publicadoA lo largo del
Código prevalece la Constitución Dogmática de la Iglesia y se adivina que su entramado
es el de la «Lumen Gentium». En él se ponen de manifiesto, por ejemplo, los derechos y
deberes de los fieles, mientras que en el Código anterior éstos eran prácticamente
ignorados. Los fieles, según el Código aprobado por Juan Pablo II, tienen el derecho y
el deber de exponer su parecer a la jerarquía eclesiástica y la posibilidad de
manifestar su disentimiento. El seglar también tiene derecho a impartir enseñanzas en
centros eclesiásticos.