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4. A las víctimas de tantos sufrimientos va el recuerdo conmovido de toda la comunidad católica: los mártires y los confesores de la fe de la Iglesia en Ucrania nos ofrecen una magnífica lección de fidelidad a costa de la vida. Y nosotros, testigos privilegiados de su sacrificio, somos conscientes de que han contribuido a mantener en la dignidad a un mundo que parecía dominado por la barbarie. Han conocido la verdad, y la verdad los ha hecho libres. Los cristianos de Europa y del mundo, arrodillados en oración junto a los confines de los campos de concentración y de las cárceles, deben agradecerles su luz: era la luz de Cristo, que hacían resplandecer en las tinieblas. Éstas, a los ojos del mundo, durante largos años parecieron prevalecer, pero no pudieron apagar esa luz, que era luz de Dios y luz del hombre ofendido pero no doblegado.

Esa herencia de sufrimiento y de gloria está atravesando hoy un cambio histórico: caídas las cadenas de la cárcel, la Iglesia greco-católica en Ucrania ha vuelto a respirar el aire de la libertad y a recobrar plenamente su papel activo en la Iglesia y en la historia. Para cumplir con sabiduría y clarividencia esa tarea, delicada y providencial, es necesaria hoy una reflexión particular.

Por la senda del concilio Vaticano II

5. La celebración de la Unión de Brest se ha de vivir e interpretar a la luz de las enseñanzas del concilio Vaticano II. Tal vez éste sea el aspecto más importante para la comprensión del alcance de ese aniversario.

Es sabido que el concilio Vaticano II quiso reflexionar principalmente sobre el misterio de la Iglesia, de forma que uno de los documentos más importantes que redactó fue la constitución Lumen gentium. Precisamente por esta profundización, el Concilio reviste una importancia ecuménica particular. Lo confirma el decreto Unitatis redintegratio, que traza un programa muy clarificador sobre la acción que conviene llevar a cabo con vistas a la unidad de los cristianos. Me pareció oportuno volver a tratar sobre ese programa, a los treinta años de la conclusión del Concilio, con la carta encíclica Ut unum sint, publicada el 25 de mayo de este mismo año (9). Esa encíclica describe los pasos ecuménicos que se han dado después del concilio Vaticano II y, al mismo tiempo, en la perspectiva del tercer milenio de la era cristiana, trata de abrir nuevas posibilidades para el futuro.

Situando las celebraciones del año próximo en el marco de la reflexión sobre la Iglesia, promovida por el Concilio, deseo sobre todo invitar a profundizar la función propia que la Iglesia greco-católica ucrania está llamada a desempeñar hoy en el movimiento ecuménico.

6. Hay quien ve en la existencia de las Iglesias orientales católicas un obstáculo para el camino del ecumenismo. El concilio Vaticano II no dejó de afrontar ese problema, indicando las perspectivas de solución, tanto en el decreto Unitatis redintegratio sobre el ecumenismo como en el decreto Orientalium ecclesiarum, dedicado específicamente a ellas. Ambos documentos se plantean en la perspectiva del diálogo ecuménico con las Iglesias orientales que no están en plena comunión con la Sede de Roma, a fin de valorizar la riqueza que las demás Iglesias tienen en común con la Iglesia católica y de fundar en esa riqueza compartida la búsqueda de una comunión cada vez más plena y profunda. En efecto, "el ecumenismo trata precisamente de hacer crecer la comunión parcial existente entre los cristianos hacia la comunión plena en la verdad y en la caridad" (10).

Para promover el diálogo con los ortodoxos bizantinos, se constituyó, después del concilio Vaticano II, una comisión mixta específica, que ha contado entre sus miembros también con representantes de las Iglesias orientales católicas.

En varios documentos se ha tratado de profundizar el esfuerzo por lograr una mayor comprensión entre las Iglesias ortodoxas y las Iglesias orientales católicas, con resultados positivos. En la carta apostólica Orientale lumen (11) y en la carta encíclica Ut unum sint (12) he tratado ya acerca de los elementos de santificación y de verdad (13), comunes al Oriente y al Occidente cristiano, y acerca del método que conviene seguir en la búsqueda de la comunión plena entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas, a la luz de la profundización eclesiológica llevada a cabo por el concilio Vaticano II: "Hoy sabemos que la unidad puede ser realizada por el amor de Dios sólo si las Iglesias lo quieren juntas, dentro del pleno respeto de sus propias tradiciones y de la necesaria autonomía. Sabemos que esto sólo puede llevarse a cabo a partir del amor de Iglesias que se sienten llamadas a manifestar cada vez más la única Iglesia de Cristo, nacida de un solo bautismo y de una sola Eucaristía, y que quieren ser hermanas" (14). La profundización en el conocimiento de la doctrina sobre la Iglesia, llevada a cabo por el Concilio y por el posconcilio, ha trazado una senda que se puede definir nueva para el camino de la unidad: la senda del diálogo de la verdad alimentado y sostenido por el diálogo de la caridad (cf. Ef 4, 15).

7. La salida de la clandestinidad significó un cambio radical en la situación de la Iglesia greco-católica ucrania: se encontró frente a los graves problemas de la reconstrucción de las estructuras de las que había sido completamente privada y, más en general, ha tenido que tratar de redescubrirse plenamente a sí misma, no sólo en su propio interior, sino también en relación con las demás Iglesias.

Demos gracias al Señor porque le ha concedido celebrar este jubileo en la situación de libertad religiosa reconquistada. Y démosle gracias también por el crecimiento del diálogo de la caridad, en virtud del cual se han dado pasos significativos en el camino hacia la anhelada reconciliación con las Iglesias ortodoxas.

Múltiples emigraciones y deportaciones han alterado la geografía religiosa de esas tierras; tantos años de ateísmo de Estado han marcado profundamente las conciencias; el clero no basta aún para responder a las inmensas necesidades de la reconstrucción religiosa y moral: éstos son algunos de los desafíos más dramáticos que han de afrontar todas las Iglesias.

Ante estas dificultades se requiere un testimonio común de la caridad, para que no encuentre obstáculos la predicación del Evangelio. Como he dicho en la carta apostólica Orientale lumen, "hoy podemos cooperar para el anuncio del Reino o convertirnos en causantes de nuevas divisiones" (15). Que el Señor guíe nuestros pasos por el camino de la paz.

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