4. El mismo Concilio recordó que "con ser una y única la Iglesia fundada por
Cristo Señor, son muchas, sin embargo, las comuniones cristianas que se presentan ante
los hombres como la verdadera herencia de Cristo; ciertamente, todos se confiesan
discípulos del Señor, pero sienten de modo distinto y marchan por caminos diferentes,
como si Cristo mismo estuviera dividido (cf. 1 Co 1, 13). Esta división contradice
clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica a
la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura"7. Sin embargo, en estos
últimos tiempos, Dios "rico en misericordia" (Ef 2, 4), ha tocado los
corazones de muchos cristianos divididos entre sí, inspirándoles un deseo sincero de
encontrar el camino de la plena koinonía. "También hoy Cristo pide que un
impulso nuevo reavive el compromiso de cada uno por la comunión plena y visible"8.
Los padres conciliares insistieron en el hecho de que "el restablecimiento de la
unión atañe a la Iglesia entera, tanto a los fieles como a los pastores; y afecta a cada
uno según su propia capacidad"9. Para responder a esta llamada divina, propusieron a
todos los católicos ayudas y medios eficaces a fin de promover el movimiento ecuménico,
con la esperanza de alcanzar la plena comunión en la Iglesia "una, santa, católica
y apostólica".
Las Iglesias orientales católicas pueden dar una
gran contribución a esta causa, que está inspirada por la gracia divina. En efecto, les
"corresponde (...) la especial misión de promover la unidad de todos los cristianos
sobre todo de los orientales, según los principios del decreto (...) sobre el ecumenismo,
principalmente con la oración, con el ejemplo de vida, con la escrupulosa fidelidad a las
tradiciones orientales, con un mejor conocimiento mutuo, con la colaboración y estima
fraterna de las cosas y de los espíritus"10.
A este propósito, en la encíclica Ut unum sint
he subrayado que "el método que se ha de seguir en la búsqueda de la comunión
plena entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, cuestión que ha alterado con
frecuencia las relaciones entre católicos y ortodoxos. La Comisión ha puesto las bases
doctrinales para una solución positiva del problema, que se fundamentan en la doctrina de
las Iglesias hermanas. En este contexto se ha visto también claramente que el método que
se ha de seguir para la plena comunión es el diálogo de la verdad, animado y sostenido
por el diálogo de la caridad. El derecho reconocido a las Iglesias orientales católicas
de organizarse y desarrollar su apostolado, así como la participación efectiva de estas
Iglesias en el diálogo de la caridad y en el teológico, favorecerán no sólo un real y
fraterno respeto recíproco entre los ortodoxos y los católicos que viven en un mismo
territorio, sino también su común empeño en la búsqueda de la unidad"11.
5. La prosecución eficaz de una tarea tan noble
supone por parte de las Iglesias orientales un renovado y generoso impulso en la
formación de los futuros pastores, en la celebración de la sagrada liturgia como centro
vital de la comunidad, en la atención constante a las necesidades de los hermanos
mediante gestos de caridad concreta y en la propuesta de una catequesis que, recorriendo
los fundamentos de la fe cristiana, transmita la "buena nueva" como levadura de
la vida diaria, en comunión con la Iglesia universal, comprometida en la nueva
evangelización, en el umbral de un nuevo milenio cristiano.
El mundo en el que vivimos "ha sufrido tales y
tantas transformaciones culturales, políticas, sociales y económicas, que es preciso
plantear el problema de la evangelización en términos totalmente nuevos"12. Por
tanto, es necesario estudiar una "nueva cualidad de evangelización, que sepa
proponer de modo convincente al hombre de hoy el mensaje perenne de la salvación"13.
Sobre todo, es necesario acelerar el paso hacia la reconciliación plena entre las
Iglesias y dentro de las comunidades eclesiales14. Si la Iglesia es "en Cristo como
un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo
el género humano"15 y tiene una tarea que desarrollar en favor de la reconciliación
de toda la humanidad, esta vocación no puede realizarse con plena eficacia mientras
existan divisiones entre los creyentes en Cristo.
Quiera Dios que la perspectiva del ya próximo
jubileo del año 2000 suscite en todos una actitud de humildad, capaz de realizar la
"necesaria purificación de la memoria histórica"16 a través de la conversión
del corazón y la oración, de modo que favorezca la petición y el ofrecimiento
recíproco de perdón por las incomprensiones de los siglos pasados.
La mirada dirigida hacia el futuro que ve "la
cercanía del final del segundo milenio anima a todos a un examen de conciencia y a
oportunas iniciativas ecuménicas, de modo que ante el gran jubileo nos podamos presentar,
si no del todo unidos, al menos mucho más próximos a superar las divisiones del segundo
milenio"17.
6. Ojalá que desde lo más íntimo del corazón de
los hijos de toda la Iglesia católica se eleve una acción de gracias ferviente por el
camino de fidelidad y de valentía por el cual el Padre ha conducido a las Iglesias
nacidas de la Unión de Uzhorod. El hecho de que la celebración programada pueda llevarse
a cabo con la debida solemnidad y libertad es un signo de su amor. Al mismo tiempo, se ha
de elevar una súplica ardiente al Espíritu Santo para implorar que llegue cuanto antes
el momento en que todos los creyentes en Cristo logren dar gloria a la Trinidad
"unánimes, a una voz" (Rm 15, 6). Para este feliz acontecimiento es
condición indispensable que en el corazón de cada uno reine la valentía del perdón:
también esta gracia ha de invocarse con perseverancia incansable.
Al acercarse el tercer milenio cristiano, el Obispo
de Roma celebra con corazón agradecido este jubileo y, recordando conmovido a cuantos han
sufrido hasta el heroísmo para no ser infieles a sus compromisos de fe, ofrece ahora sus
penas a Dios, en comunión con toda la Iglesia, como sacrificio agradable, por la unidad
de los cristianos y la salvación del mundo.
La Madre de Dios, que a los pies de la cruz
recibió de su Hijo la misión de velar con solicitud materna por el camino de la Iglesia;
la Reina de la paz, que permitió al Verbo eterno establecer su morada en medio de
nosotros para reconciliarnos con el Padre; la Virgen de Pentecostés, de cuya intercesión
esperamos una nueva efusión del Espíritu de santidad, María santísima, haga sentir su
presencia amorosa junto a estos hermanos y hermanas nuestros que se preparan para celebrar
con alegría un aniversario tan significativo.
Al encomendarle a ella, Madre de la unidad y de la
paz, esas amadas comunidades eclesiales, imparto de corazón a todos mi bendición
apostólica.
Vaticano, 18 de abril del año 1996, decimoctavo
de mi pontificado.
NOTAS
1 Cf. Bullarium Romanum IV/3 (1769-1774),
373-376.
2 Cf. Car. ap. Egregiae virtutis (31 de
diciembre de 1989), 1: AAS 73 (1981), 258.
3 Car. enc. Slavorum apostoli (2 de junio de
1985), 14: AAS 77 (1985), 796; cf. Car. ap. Orientale lumen (2 de mayo de
1995), 3: AAS 87 (1995), 747.
4 Cf. Con. ecum. Vat. II, Decr. sobre las Iglesias
orientales Orientalium ecclesiarum, 2.
5 León XIII, Car. ap. Orientalium dignitas
(30 de noviembre de 1894): Leonis XIII Acta, 14 (1894), 360.
6 Con. ecum. Vat. II, Cons. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium, 13.
7 Con. ecum. Vat. II, Decr. sobre el ecumenismo Unitatis
redintegratio, 1.
8 Juan Pablo II, Car. enc. Ut unum sint (25
de mayo de 1995), 100: AAS 87 (1995), 981.
9 Con. ecum. Vat. II, Decr. sobre el ecumenismo Unitatis
redintegratio, 5; Juan Pablo II, Car. enc. Ut unum sint (25 de mayo de 1995),
101: AAS 87 (1995), 981.
10 Cf. Con. ecum. Vat. II, Decr. sobre las Iglesias
orientales Orientalium ecclesiarum, 24.
11 N. 60: AAS 87 (1995), 957-958.
12 Juan Pablo II, Discurso a los participantes en
el VI Simposio del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa, 11 de octubre de
1985, 1: AAS 78 (1986), 179; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua
española, 20 de octubre de 1985, p. 9.
13 Juan Pablo II, Mensaje a los presidentes de las
Conferencias episcopales de Europa, 2 de enero de 1986, 6: AAS 78 (1986), 457; cf.
L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de enero de 1986, p. 9.
14 Cf. Juan Pablo II, Car. enc. Ut unum sint
(25 de mayo de 1995), 78: AAS 87 (1995), 968.
15 Con. ecum. Vat. II, Cons. dogm. sobre la Iglesia
Lumen Gentium, 8.
16 Juan Pablo II, Car. enc. Ut unum sint (25
de mayo de 1995), 2: AAS 87 (1995), 922.
17 Juan Pablo II, Car. enc. Tertio millennio
adveniente (10 de noviembre de 1994), 34: AAS 87 (1995), 26-27.
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