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Un momento para experimentar. La historia de la astronomía está en deuda con estos fenómenos celestes. Los eclipses totales de Luna o Sol han permitido deducir medidas siderales esenciales. Gracias a ellos, el griego Aristarco de Samos (310 a. C.-230 a. C.) determinó por primera vez los tamaños del Sol, la Luna y la Tierra y las distancias entre ellos. Y aunque sus mediciones no fueron totalmente exactas, su trabajo predijo, 1.800 años antes que Copérnico, que la Tierra giraba sobre sí misma y daba una vuelta al día. También le sirvieron a Hiparco de Nicea para establecer, en el siglo II, el movimiento retrógrado de los puntos equinocciales, denominado "precesión de los equinoccios". Ya en tiempos más modernos, el eclipse total de Sol del 29 de mayo de 1919 "permitió corroborar la refracción de los rayos de luz al pasar cerca del Sol debido a su gran campo gravitatorio, un fenómeno que ya intuyó Albert Einstein y que expuso en su teoría general de la relatividad", dice Javier Armentia, director del Planetario de Pamplona. Hoy, las observaciones científicas sobre los eclipses son muy valiosas, especialmente cuando su recorrido barre amplias superficies. Una red compleja de observatorios puede proporcionar datos que aumenten la información sobre cómo afectan a la atmósfera de la Tierra las pequeñas variaciones del Sol y mejorar así, entre otras cosas, las predicciones de las erupciones solares. Especialmente importante para avanzar en el conocimiento de la estructura interna y externa del Sol es el estudio de su corona, la luminosidad rojiza que aparece rodeando al astro antes de su total "desaparición" durante el eclipse, o al principio y al final de la fase de anularidad. Esta luz es emitida por la cromosfera, la región de la atmósfera solar que se extiende alrededor del astro, pero es invisible a simple vista porque su luz brilla un millón de veces menos que la del Sol. En los años 40 se inventaron los telescopios coronógrafos que simulan un eclipse total y, desde entonces, es posible estudiar la corona en cualquier momento, aunque no haya eclipses. Pero estos aparatos no reducen por completo la luz atmosférica. Y si bien este efecto puede minimizarse cuando los telescopios se sitúan a bordo de satélites, todo esto resulta muy costoso. Por eso, "los eclipses totales siguen siendo ocasiones privilegiadas para las observaciones coronales. Y prueba de ello es el gran número de científicos que acuden a los sitios donde se producen para realizar observaciones", explica Serra-Ricart.
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Fuente: El Semanal. Más información aquí | |||||||||||
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