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PERSEGUIDO POR LOS NAZIS

La ayuda espiritual de Jan Tyranowski —quien le encomendó enseñar oración mental a otras personas—, junto con sus lecturas y su piedad personal le llevan a descubrir la vocación al sacerdocio. Empieza su aventura de seminarista clandestino, que hubiera terminado en un campo de concentración si los oficiales de la Gestapo que llegaron a su casa en agosto de 1944 para arrestarle hubiesen registrado tambien el semisótano y la entrada posterior. Junto con otros seminaristas, Karol Wojtyla se refugia en la residencia del arzobispo de Cracovia durante seis meses hasta que, en enero de 1945, el Ejército Rojo «libera» la ciudad. El 1 de noviembre de 1946, recibe la ordenación sacerdotal en la capilla privada del arzobispo, a la que terminaría volviendo en 1963 como titular de la diócesis y baluarte frente al régimen hasta que el segundo cónclave del año 1978 depositó en sus hombros un peso mucho mayor. Los años sacerdotales de Karol Wojtyla son un catálogo precoz de los rasgos principales de su Pontificado. La dilatada experiencia como capellán de obreros y de universitarios le ayudaría a madurar la encíclica «Laborem Exercens» y los encuentros mundiales de la Juventud que renovaron el rostro de la Iglesia. Sus estudios de filosofía, su tesis doctoral sobre la ética de Max Scheler y sus años de profesor en la Universidad Católica de Lublin ponen las bases lejanas de la encíclica «Fe y razón» de 1998.

A diferencia de otros sacerdotes, Karol Wojtyla mantiene un intenso contacto con estudiantes y familias jóvenes que incluye paseos por las montañas y excursiones de varios días en kayak. Los participantes le llaman «tío» en vez de «padre» para no provocar el sobresalto de clericales y comunistas. Las misas sobre una piragua, con dos remos en forma de cruz forman parte de su ministerio en el centro de un extenso grupo de chicos y chicas de la Universidad, pero también de su resistencia cultural al régimen comunista, que obstaculizaba contínuamente las actividades de la Iglesia católica.

Años después, como obispo, Karol Wojtyla celebraría la Misa del Gallo en un descampado del barrio obrero de Nowa Huta, la «nueva ciudad» comunista en la que no se permitía construir un templo. Wojtyla, tozudo y a la vez prudente, evitó choques sangrientos pero mantuvo la protesta y la presión hasta que las autoridades permitieron a los obreros levantar la nueva catedral. Cuando, una vez elegido Papa, empezó a insistir en que «Europa debe respirar con sus dos pulmones», las autoridades de Varsovia y del Kremlin sabían ya que no pararía hasta conseguirlo, empleando la misma tactica: tozudez infinita sin violencia.

El cargo de obispo no debilitó su vocación de poeta, filósofo y profesor. Karol Wojtyla continuó asistiendo a congresos universitarios y escribiendo libros de filosofía como «Persona y acto», de antropología como «Amor y responsabilidad», y de eclesiología como «Fuentes de renovación: La puesta en práctica del Concilio Vaticano II». En 1967, con 47 años, Pablo VI le convierte en el segundo cardenal más joven de la Iglesia. En 1976, le pide que dirija los ejercicios espirituales del Papa y la Curia. El conjunto de meditaciones lleva su firma personal incluso en el título que recibió como libro: «Signo de contradicción».
En febrero de 1969, el cardenal Wojtyla rompió viejos moldes visitando a la comunidad judía de Cracovia y entrando en la sinagoga de Kazimierz. Era un preludio de lo que repetiría en 1986 en la sinagoga de Roma, con alcance universal. Alli le recibió el rabino jefe, Elio Toaff, salvado de la muerte por un sacerdote católico durante la ocupación alemana de Italia.

Entre los momentos clave de su vida, Karol Wojtyla recuerda las sesiones del Concilio Vaticano II, donde conoció a los mejores teólogos de Europa al tiempo que volcaba sus energías innovadoras en los documentos sobre ecumenismo y libertad religiosa. Aquella larga asamblea le permitió, en diciembre de 1963, peregrinar a Tierra Santa y «sentir» personalmente los lugares de Jesús, desde las colinas verdes de Galilea frente al lago de Tiberíades hasta las laderas amargas del huerto de los Olivos frente a Jerusalén. El Cenáculo, la roca áspera del Gólgota y la tumba vacía en la iglesia del Santo Sepulcro quedaron para siempre en su alma.

Al regresar a Cracovia como arzobispo metropolitano en enero de 1964, su programa está ya trazado: aplicar en la diócesis más culta de Polonia el Concilio Vaticano II. Así lo hizo sin descanso durante 14 años y cuando, el 16 de octubre de 1978, justo después de la elección, el cardenal decano le preguntó: «¿Cómo quieres ser llamado?», su respuesta fue volver a unir —como ya había hecho Albino Luciani— los nombres de los dos papas del Concilio: «Juan Pablo II». Era el programa de su Pontificado.

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