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El «Papa viajero»:
101 viajes internacionales, 30 vueltas al mundo

Más de un centenar de viajes, 30 vueltas al mundo, tres veces la distancia entre la Tierra y la Luna... Juan Pablo II no conocía más fronteras que las de la intolerancia, como la que le impidió viajar a Rusia y a China. Polonia, su tierra natal, fue la más visitada, con ocho encuentros. Nuestro país lo acogió con cariño hasta en cinco ocasiones

Por Juan Vicente Boo

.Kilómetro a kilómetro, el «atleta de Dios» dio 30 veces la vuelta al mundo en sus giras por Italia y 101 viajes internacionales, uno de los rasgos más característicos del primer pontificado «global» en la historia de la Iglesia. El primer Papa viajero, Pablo VI, salió sólo nueve veces fuera de Italia. Karol Wojtyla emprendió tantos viajes agotadores porque se consideraba «el sucesor del apóstol Pedro, pero también el del apóstol Pablo».

Juan Pablo II visitó 130 países —la mayoría de los 189 que forman el planeta—, y muchos de ellos en varias ocasiones. Los más privilegiados son Polonia, con ocho visitas; Estados Unidos con siete, y Francia con seis, y México y España con cinco. A continuación vienen Portugal y Brasil con cuatro viajes. Los itinerarios más agotadores y más peligrosos han sido los de África, pero hay algunos al extremo Oriente que bastarían para acabar con la salud de cualquiera. En 1986, un viaje de trece días a Bangladesh, Singapur, Nueva Zelanda y Australia acumuló 48.974 kilometros, casi 9.000 más que la circunferencia del planeta.

Entre julio y agosto de 2002, con el dolor marcado en su rostro por la enfermedad, Juan Pablo II fue capaz de recorrer todo el continente americano, desde Toronto a México, pasando por Guatemala, para encontrarse con un millón de jóvenes y canonizar al primer santo canario y guatemalteco y al indio Juan Diego.

Beso en el asfalto

Para cada uno de los 130 países visitados, la primera llegada del Papa —con el beso al suelo en el asfalto del aeropuerto mientras se lo permitió la salud— era siempre inolvidable, pero buena parte de los viajes de Juan Pablo II se convertieron en noticia para la humanidad.

Su primera escapada fuera de Italia, en enero de 1979, incluyó momentos de entusiasmo irrepetibles en México, con multitudes entusiastas de centenares de miles de personas: un espectáculo sin precedentes en los dos mil años de cristianismo, que se ha repetido «in crescendo» hasta superar la cifra del millón de personas en muchos lugares e incluso la de cuatro millones durante el encuentro de 1995 con los jovenes en Manila.

Vuelta a casa

El primer viaje a Polonia, en junio de 1979, tuvo un sabor especial. El Papa volvía a su tierra, todavía sometida a la dictadura comunista, y los jerarcas del partido temían una sublevación popular. Juan Pablo II les sorprendió con sus invitaciones a la calma civil y a la oración como única arma, dejando de lado toda violencia política.

Aun así, la visita del Papa fue una inyección de optimismo que permitió hinchar el pecho a Polonia y marcó el principio del fin del imperio comunista, desmoronado sólo diez años más tarde. Aquel verano de 1979, Juan Pablo II volvió a Auschwitz, y su visita al campo de exterminio fue un vigoroso gesto de condena de los totalitarismos asesinos del siglo XX. El «Papa de los derechos humanos» comenzaba a invocar su defensa sin necesidad de discursos.

«John Paul, Superstar»

El mundo contempló con igual asombro su tercer viaje, en octubre de 1979, cuando fue recibido como un héroe en Estados Unidos a pesar de que ese país se había negado siempre a establecer siquiera relaciones diplomáticas con la Santa Sede, un error subsanado pocos años después.
El primer discurso sobre la paz en Naciones Unidas, la misa en el Yankee Stadium, la visita al Bronx, los aplausos de los jóvenes en el Madison Square Garden obligaron a la revista «Time» a concederle el título de «John Paul, Superstar», preludio del nombramiento de «Hombre del Año» a un personaje que era en realidad el «Hombre del Siglo».

stados Unidos volvería a mirar asombrado al Papa cuando, sin dolerle prendas, se presentó en Cuba en 1998 para decirle cuatro cosas en privado a Fidel Castro y compartir cinco días inolvidables con los católicos de la isla-prisión. «Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba», apuntó el Pontífice. Juan Pablo II condenó la tiranía política, pero tambien el embargo internacional, volviendo a irritar a Washington como cada vez que se ha opuesto al embargo, o a los bombardeos, contra Irak, tanto en la primera guerra del Golfo como en el ataque que se produjo en 2003.

El «continente de las lágrimas»

En 1980, Juan Pablo II se lanzaba a su primer viaje al «continente de las lágrimas». Aquellos diez días en África a través de Zaire, Congo, Kenia, Ghana, Burkina Faso y Costa de Marfil, estrechando miles de manos en medio de multitudes sudorosas y recorriendo a pie caminos polvorientos, dibujaron un perfil de verdadero apóstol de los miserables del mundo, al que se irían añadiendo tantas otras imágenes: el Papa con los pobres de las «favelas» de Río de Janeiro, con los moribundos de Madre Teresa en Calcuta, con los enfermos de sida en los hospitales, cuando la «gente bien» les despreciaba y la enfermedad no tenía cura.

Kilómetros y kilómetros a lo largo del mundo, compartiendo respeto y afecto con los sacerdotes de una ceremonia de «vudú» que enroscan sus serpientes en un pueblo de Benin, con los mineros de Bolivia o con los esquimales de Alaska. De país en país o de tribu en tribu, Karol Wojtyla se ha puesto todos los gorros y sombreros, desde el casco de minero boliviano a las plumas de jefe comanche, sin perder nunca su dignidad: todos le sientan bien.

Romper barreras

El Papa comenzó a romper barreras religiosas milenarias en Marruecos  durante su encuentro con cincuenta mil jóvenes musulmanes el 18 de agosto de 1985 en el estadio de Casablanca. A partir de ahí, las continuas muestras de respeto a todo sentimiento religioso, la defensa de la libertad de conciencia y, sobre todo, las peticiones de perdón por los males cometidos por los cristianos a lo largo de dos milenios le abrieron al Papa las puertas de Israel en el año 2000 y las de la Gran Mezquita de Damasco en Siria el 2001. Al cabo de dos milenios, el «sucesor de Pedro» volvía a Jerusalén, y el «sucesor de Pablo» volvía a Damasco. La imagen del Santo Padre depositando en el Muro de las Lamentaciones una petición de perdón por los pecados cometidos por los cristianos contra los «hermanos mayores» judíos a lo largo de la historia dio la vuelta al mundo.

Este Pontífice la dio el equivalente a 30 veces, y eso que en los últimos meses de su Pontificado la Santa Sede optó por realizar unos viajes más «cómodos», en los que el Papa no debía hacer muchos desplazamientos, al tiempo que se limitaban los actos públicos. El viaje soñado a Rusia se le resistió, pese a que durante unos instantes pareció estar muy cerca, con la intención del Santo Padre por llevar el icono de la Virgen de Kazán al patriarca Alexis II. Las puertas de China siguieron cerradas para el hombre que abrió los goznes del Gran Jubileo del Año 2000 y que contribuyó como nadie a dar el mazazo definitivo al Muro de Berlín

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