IRAK: LA ÚLTIMA BATALLA
El compromiso de Juan Pablo II para evitar la guerra tuvo
especial plasmación en el ataque de Estados Unidos a Irak en 2003. En contra de la
mayoría de los mandatarios mundiales (a quienes recibió o envió delegados), la condena
de Karol Wojtyla a la «guerra preventiva» le convirtió en un icono para la inmensa
mayoría de la sociedad occidental, contraria al conflicto bélico. Además de las
palabras, el Papa llamó a todos los creyentes del mundo, no sólo a los católicos, a
orar juntos por la paz.
Con el conflicto a punto de estallar, el Pontífice
pidió «multiplicar los esfuerzos» a favor de la paz, pues «no nos podemos detener ante
los ataques del terrorismo, ni ante las amenazas que se alzan en el horizonte». «Es cada
vez más urgente anunciar el “Evangelio de la paz” a una humanidad tentada
fuertemente por el odio y la violencia», afirmó el Santo Padre. «No hay que resignarse,
como si la guerra fuera inevitable», insistió. «La paz requiere reconocer en el otro a
un hermano al que hay que amar sin condiciones. Esta es la senda que conduce a la paz, un
camino de diálogo, de esperanza, y de sincera reconciliación».
«Gestos de paz se dan en la vida de personas que
cultivan en su propio ánimo constantes actitudes de paz», añadió el Santo Padre. Los
esfuerzos de Juan Pablo II no sirvieron para parar la guerra, pero sí para dejar clara
una postura coherente contra la violencia, que marcó todo su Pontificado.
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