EL VOLCÁN DE LOS BALCANES
Pero la proclamación de la independencia no fue suficiente
para que las cosas marcharan bien. De hecho, el complicado mapa étnico de la región, con
minorías de las tres razas y de las tres religiones presentes en cada una de las
Repúblicas balcánicas, hacía muy difícil establecer una frontera segura y cierta.
Así, los serbios que vivían en Croacia, ayudados por el Ejercito de la ex-Yugoslavia
–que había quedado casi en su totalidad en manos de Serbia–, se proclamaron
independientes; lo mismo hicieron después los serbios de Bosnia; ambas Repúblicas
quedaron muy disminuídas en sus territorios; además, para favorecer la implantación de
una sola raza en la zona, que se pretendía anexionar a la llamada «Gran Serbia», se
procedió a una brutal limpieza étnica, con deportaciones masivas, asesinatos,
violaciones y todo tipo de vejaciones sobre las minorías, para conseguir de éstas que,
voluntariamente o a la fuerza, abandonaran el país.
Mientras, la comunidad internacional, sobre todo
las naciones europeas, se mostraban pasivas. Dudaban si intervenir o no en un conflicto
que podía ser tan sangriento como el del legendario Vietnam. El bloqueo económico,
burlado continuamente, no sirvió más que para poner de manifiesto la ineficacia de ese
tipo de medidas. La actitud del Papa ante este vergonzoso conflicto en el mismo corazón
de la civilizada Europa fue la misma que en el caso de la Guerra del Golfo: defender la
causa de la justicia y de la paz por todos los medios posibles y, sólo ante la evidencia
de la masacre cometida contra miles de víctimas indefensas, reclamar una acción mundial
más eficaz.
Volver al
índice