«¡NO TENGÁIS MIEDO!»
Por el Cardenal Ángel SOLANO
Contemplar este arco de tiempo del Pontificado de Juan Pablo II nos permite acercarnos también a una mejor comprensión del significado profundo de su ministerio y de las líneas maestras que animan su acción pastoral. De esta manera, puede percibirse mejor la magnitud de la contribución de este papa a los grandes problemas de la Iglesia y del mundo de hoy.
Hoy, con frecuencia, el hombre no sabe qué lleva dentro, en lo profundo de su alma, de su corazón. «Con demasiada frecuencia se siente inseguro del sentido de su vida en este mundo y le invade la duda, que viene a convertirse en desesperación» (Discurso del 22 de octubre de 1978). Ante la inseguridad y el temor, el Papa proclama con todas sus fuerzas: «¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo...! Abrid a su potestad salvadora los confines de los estados, los sistemas económicos y políticos, los vastos campos de la cultura, de la civilización, del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo sabe qué hay dentro del hombre. ¡Sólo Él lo sabe!».Presentar la figura del Santo Padre es, ante todo, tratar de delinear la trayectoria de un testigo de Jesucristo.
En efecto, tal es la clave para entender la vida y el ministerio de Juan Pablo II, que comprende al hombre y su historia desde el misterio de la Redención de Cristo. Así lo expresaba en la Plaza de la Victoria, de Varsovia, durante su primer viaje a su querida Polonia: «No se puede excluir a Cristo de la historia del hombre, en ninguna parte del globo, en ninguna latitud o longitud geográfica. Excluir a Cristo de la historia del hombre es un acto contra el hombre». (Homilía, 2 de junio de 1979). La certeza expresada en este texto constituirá el contenido fundamental de su primera encíclica. «Redemptor hominis», a la que el mismo Papa ha llamado su encíclica «programática».
Ella es la clave que permite comprender con mayor hondura la orientación de todo su magisterio.Su visión teológica del hombre constituye el trasfondo que ayuda a entender mejor las grandes encíclicas sociales de Juan Pablo II: «Laborem excercens», «Sollicitudo rei socialis» y «Centesimus annus», donde, entre otras cosas, puso particularmente de relieve el valor y la espiritualidad profunda del trabajo, los inaceptables excesos del comunismo y del capitalismo, y la conexión de la doctrina social de la Iglesia con el concepto teológico de persona.
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