EL NUEVO PENSAMIENTO POLÍTICO
Por Mijail Gorvachov
Durante los últimos años, he mantenido un intenso intercambio de cartas con el Papa Juan Pablo III, tras nuestro encuentro en el Vaticano, en diciembre de 1989. Existió entre nosotros un profundo sentimiento de simpatía y de comprensión, que, por lo demás, nos testimoniamos mutuamente en cada mensaje.
Creo que puedo decir que existió en nosotros la voluntad de llevar adelante y de completar algo que habíamos creado juntos. No es fácil describir el tipo de comprensión que se creó entre el Papa y yo, porque existe un aspecto yo diría que instintivo, o intuitivo, ciertamente personal, que tiene una enorme importancia. Simplificando mucho, podría decir que, al estar cerca de él, me di cuenta, y he comprendido, el papel del Papa en la creación de eso que se ha dado en llamar «el nuevo pensamiento político». No tengo la menor dificultad en admitir y reconocer que, en sus discursos, había muchas ideas con las que yo estaba de acuerdo, lo que confirma nuestra sintonía, la cercanía de la que acabo de hablar.
Aquellas ideas suyas eran muy parecidas a las nuestras. Siempre he apreciado en el pensamiento de este Papa, sobre todo, su contenido y su calidad espiritual, su esfuerzo por contribuir al desarrollo y crecimiento de una nueva civilización en el mundo.
Además de eso, Juan Pablo II fue, a la vez que el Papa de Roma, un eslavo; y este hecho facilitó seguramente nuestro recíproco entendimiento. Podemos decir que todo lo que ha ocurrido en Europa oriental no habría sucedido sin la presencia de este Papa, sin el gran papel también político que ha sabido jugar en la escena mundial. Más allá de lo que nosotros hayamos podido hacer en mi país, yo sigo convencido de la trascendental importancia de este Papa en estos años. Ya he subrayado sus altas cualidades espirituales; debo añadir que en nuestro encuentro de Roma, me causó un enorme impacto también desde el punto de vista humano. En pocas palabras: estamos ante una excepcional personalidad, pues de este hombre emanaba una energía que hacía sentir una honda sensación de confianza hacia él.
Cuando en la historia de Europa ha habido un viraje profundísimo, Juan Pablo II ha jugado un papel decisivo. Vivimos una transición muy delicada, en el que el hombre, la persona, tiene y debe tener un peso determinante. Y todo lo que sirva para reforzar la conciencia del hombre, su espíritu, es más importante que nunca.
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