Sollicitudo Rei Socialis (30 de
diciembre de 1987)
CARTA ENCÍCLICA SOLLICITUDO REI
SOCIALIS DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II AL CUMPLIRSE EL VIGESIMO ANIVERSARIO DE
LA POPULORUM PROGRESSIO
Venerables Hermanos,
amadísimos Hijos e Hijas:
salud y Bendición Apostólica
I. INTRODUCCIÓN
1. La preocupación social de la Iglesia, orientada
al desarrollo auténtico del hombre y de la sociedad, que respete y promueva en toda su
dimensión la persona humana, se ha expresado siempre de modo muy diverso. Uno de los
medios destacados de intervención ha sido, en los últimos tiempos, el Magisterio de los
Romanos Pontífices, que, a partir de la Encíclica Rerum Novarum de León XIII
como punto de referencia,(1) ha tratado frecuentemente la cuestión, haciendo coincidir a
veces las fechas de publicación de los diversos documentos sociales con los aniversarios
de aquel primer documento.(2) Los Sumos Pontífices no han dejado de iluminar con tales
intervenciones aspectos también nuevos de la doctrina social de la Iglesia. Por
consiguiente, a partir de la aportación valiosísima de León XIII, enriquecida por las
sucesivas aportaciones del Magisterio, se ha formado ya un « corpus » doctrinal
renovado, que se va articulando a medida que la Iglesia, en la plenitud de la Palabra
revelada por Jesucristo (3) y mediante la asistencia del Espíritu Santo (cf. Jn
14, 16.26; 16, 13-15), lee los hechos según se desenvuelven en el curso de la historia.
Intenta guiar de este modo a los hombres para que ellos mismos den una respuesta, con la
ayuda también de la razón y de las ciencias humanas, a su vocación de constructores
responsables de la sociedad terrena.
2. En este notable cuerpo de enseñanza social se
encuadra y distingue la Encíclica Populorum Progressio,(4) que mi venerado
Predecesor Pablo VI publicó el 26 de marzo de 1967.
La constante actualidad de esta Encíclica se
reconoce fácilmente, si se tiene en cuenta las conmemoraciones que han tenido lugar a lo
largo de este año, de distinto modo y en muchos ambientes del mundo eclesiástico y
civil. Con esta misma finalidad la Pontificia Comisión Iustitia et Pax envió el
año pasado una carta circular a los Sínodos de las Iglesias católicas Orientales así
como a las Conferencias Episcopales, pidiendo opiniones y propuestas sobre el mejor modo
de celebrar el aniversario de esta Encíclica, enriquecer asimismo sus enseñanzas y
eventualmente actualizarlas. La misma Comisión promovió, a la conclusión del vigésimo
aniversario, una solemne conmemoración a la cual yo mismo creí oportuno tomar parte con
una alocución final.(5) Y ahora, tomado en consideración también el contenido de las
respuestas dadas a la mencionada carta circular, creo conveniente, al término de 1987,
dedicar una Encíclica al tema de la Populorum Progressio.
3. Con esto me propongo alcanzar principalmente dos
objetivos de no poca importancia: por un lado, rendir homenaje a este histórico
documento de Pablo VI y a la importancia de su enseñanza; por el otro, manteniéndome en
la línea trazada por mis venerados Predecesores en la Cátedra de Pedro, afirmar una vez
más la continuidad de la doctrina social junto con su constante renovación. En
efecto, continuidad y renovación son una prueba de la perenne validez de la
enseñanza de la Iglesia.
Esta doble connotación es característica de su
enseñanza en el ámbito social. Por un lado, es constante porque se mantiene
idéntica en su inspiración de fondo, en sus « principios de reflexión », en sus
fundamentales « directrices de acción » (6) y, sobre todo, en su unión vital con el
Evangelio del Señor. Por el otro, es a la vez siempre nueva, dado que está
sometida a las necesarias y oportunas adaptaciones sugeridas por la variación de las
condiciones históricas así como por el constante flujo de los acontecimientos en que se
mueve la vida de los hombres y de las sociedades.
4. Convencido de que las enseñanzas de la
Encíclica Populorum Progressio, dirigidas a los hombres y a la sociedad de la
década de los sesenta, conservan toda su fuerza de llamado a la conciencia, ahora,
en la recta final de los ochenta, en un esfuerzo por trazar las líneas maestras del mundo
actual, —siempre bajo la óptica del motivo inspirador, « el desarrollo de los
pueblos », bien lejos todavía de haberse alcanzado— me propongo prolongar su eco,
uniéndolo con las posibles aplicaciones al actual momento histórico, tan dramático como
el de hace veinte años.
El tiempo —lo sabemos bien— tiene siempre
la misma cadencia; hoy, sin embargo, se tiene la impresión de que está sometido a un
movimiento de continua aceleración, en razón sobre todo de la multiplicación y
complejidad de los fenómenos que nos tocan vivir. En consecuencia, la configuración
del mundo, en el curso de los últimos veinte años, aún manteniendo algunas
constantes fundamentales, ha sufrido notables cambios y presenta aspectos totalmente
nuevos.
Este período de tiempo, caracterizado a la vigilia
del tercer milenio cristiano por una extendida espera, como si se tratara de un nuevo «
adviento »,(7) que en cierto modo concierne a todos los hombres, ofrece la ocasión de
profundizar la enseñanza de la Encíclica, para ver juntos también sus perspectivas.
La presente reflexión tiene la finalidad de
subrayar, mediante la ayuda de la investigación teológica sobre las realidades
contemporáneas, la necesidad de una concepción más rica y diferenciada del desarrollo,
según las propuestas de la Encíclica, y de indicar asimismo algunas formas de
actuación.
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