La «angustia» de dormir entre lobos
Los ataques del cánido no cesan. Lo dicen las cifras y lo denuncian los ganaderos. Es la «impotencia» ante otra «escabechina» que ha llevado a más de uno en Castilla y León a tirar la toalla y vender con «dolor» su cabaña
Quiñones defiende a la ganadería en extensivo como «fundamental» para «la conservación de los ecosistemas»
![Celso Corral, junto a uno de sus hijos, alimentando a las vacas que tenían en la provincia de Zamora y vendieron](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/06/24/lobo-eva-hijo-RJhDRfNIvutCbzK3vlKO0HI-1200x840@diario_abc.jpg)
Ese despertarse otra vez en mitad de la noche pensando en «cómo estará el ganado», en «si el lobo habrá vuelto a atacar», en «qué me voy a encontrar»... Esa «impotencia» al llegar a la finca y descubrir «la escabechina» que ha ... dejado el cánido. Ese dormir entre lobos en el que no sólo es una pesadilla que interrumpe abruptamente el sueño, es la realidad con la que conviven decenas de ganaderos en Castilla y León.
Más allá de unas cifras que arrojan que los ataques van en aumento y la cabaña en mengua, está el sentir con el que viven quienes tienen su ganado en extensivo. Ese espacio natural que comparten con el cánido y quieren seguir haciéndolo, pero sin por ello sufrir unas «pérdidas» hasta la asfixia. Saben que para el lobo «hasta cinco alambres de espino» no son un obstáculo, pero claman contra el aumento de ejemplares de una especie protegida que ya, dicen, no es tan difícil ver.
En 2023, en la Comunidad se contabilizaron 3.558 ataques del canis lupus. «Y no todos se notifican» por el papeleo y las dificultades para cobrar la indemnización –ese año ascendieron a 3,45 millones de euros–, se queja Eva Ferreira, ganadera zamorana hasta que hace tres meses vendió sus vacas.
Las dañinas incursiones del cánido crecieron el pasado ejercicio un 16 por ciento respecto a 2022, y un 33 en comparación con los 2.669 ataques de 2021, el ultimo año en el que el lobo fue cazable al norte del Duero hasta que en septiembre entró en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (Lespre). 5.566 cabezas de ganado muertas, un nueve por ciento más que el año anterior y un 30 a mayores que en ese 2021 a cuyo estatus de protección exigen volver tanto desde la Junta de Castilla y León como desde las organizaciones agrarias y los propios ganaderos.
El vacuno, para el que, dicen, las medidas de protección son casi inviables, es el que acaparó más cabezas muertas: 2.889, el 52 por ciento. «Tenemos familia. No podemos estar todo el día con el ganado», clama Antonio Canas, de Villardeciervos, Zamora, la provincia con más daños. Después, el ovino, con una de cada cuatro y 2.205 víctimas confirmadas. Pero también el equino (298), como la ganadería que tenía hace años José Negranes en la provincia de Palencia, o el caprino (159).
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![Celso y Eva, con sus vacas en la sierra zamorana de Sanabria, cuando tenían ganado](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/06/24/lobo-eva-marido-U80038235381Djb-760x427@diario_abc.jpg)
Eva Ferreira, exganadera de San Martín de Castañeda (Zamora)
«En marzo malvendimos las vacas. Era o las quito o me sigo yendo a la ruina»
«¿Y qué hacemos? ¿Seguimos manteniendo al lobo?». Las preguntas que se hacía y se sigue haciendo Eva Ferreira, incluso ahora que hace más de tres meses «malvendimos» las vacas y dijeron adiós a la ganadería en la que con tanta ilusión se habían embarcado hace catorce años ella y su marido, Celso Corral. Era seguir en San Martín de Castañeda (Zamora) o irse a la capital y «montar y bar». «Y yo no me quería ir», recuerda rotunda. En un camión, rumbo a a la provincia de Salamanca partieron los animales a los que ni la noche antes de salir el cánido dejó en paz. Se llevó dos más por delante, y mientras preparaban la carga, allá en lo alto, vieron como pasaban tres ejemplares.
Con «dolor», unas fotos que guarda como oro en paño en el teléfono y las lágrimas escapándose de sus ojos revive esa forzada despedida en la que, dice, «hasta los perros aullaban» al ver que «sus» vacas y terneros marchaban para siempre. El campo, esa sierra en pleno Parque Natural del Lago de Sanabria, siguen ahí, pero «ya no es lo mismo» ir con el ganado, «¡y merendar allí!».
Tres reses quedan ahora de una explotación en la que hubo más de 120. Pero la disyuntiva era clara: «O las quito o me sigo yendo a la ruina». Así que ante unas pérdidas que ni quiere cuantificar, la «impotencia» de ver cómo las fauces del canis lupus seguían mermando su cabaña, la muerte «intoxicadas» por plantas de varias, llegó el final.
Entre el año pasado y menos de tres meses de éste, «más de veinte» contabiliza que mató el cánido. «Y no cobras nada», censura sobre la burocracia que supone dar los partes, «los papeles y papeles»... Las «veces» que saben que un animal falta «pero ni lo ves», cuando ya ha pasado tiempo entre el ataque y el hallazgo del cadáver en una ganadería en extensivo en la montaña; ese día en el que lo que encontraron fueron «los 'palos'–huesos– de la ternera y los pelos del lobo», terneros recién nacidos que ni siquiera han llegado a ser «dados da alta» y quedan fuera de la posible indemnización... «No se duerme», resume de ese día a día pensando «en qué me voy a encontrar», en darse de bruces con «otra escabechina» y «¡la mala leche que se te pone!».
Así que llegó el final. Ya eran «muchas las pérdidas, y antes de tener más, decidimos venderlas». Para ellos la pena sigue, y sus hijos, Álex y Eric, de once y siete años, han tardado en perdonárselo. Ya tenían tres reses cada uno a su nombre. El mayor «lo pasó muy, muy, muy mal», pena. «Ya no quiere subir» al monte. Cayó en «depresión» y hasta «nos deseó la muerte» porque «le encantaba» estar con el ganado.
Tiene la duda y el gusanillo de si algún día volverán a tener vacas. Pero, zona de lobos como siempre ha sido, advierte, «en 14 años no ha habido tantos como este año». Las conversaciones al otro lado de la barra en la que ahora está, lo reafirman. Si antes era más difícil divisarlo y atisbar el «primer» es algo que «no se olvida», no hace tanto, un día al ir a ver al ganado, allí estaba «y se quedó mirando como si nada. Ni se inmutó». Clama por el control cinegético, aunque para su cabaña ya no servirá.
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![Uno de los potros que tenía José, mordido por el lobo](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/06/24/LOBOPALENCIAPOTROHERIDO-U65711655442hNy-760x427@diario_abc.jpg)
José Negranes, exganadero en Villanueva de la Peña (Palencia)
«De seis potros, se comieron cuatro y dos estaban mordidos. No era viable y ¡se acabó!»
«Impotencia. Rabia. Como darte con una pared de hormigón...». Lo que todavía siente José Negranes al recordar cómo las fauces del lobo le llevaron a «tirar la toalla». «No pude más y decidí quitar el macho para que las yeguas no pudieran parir». Y, así, acabar con la cabaña de equino en la que con tanta ilusión se había embarcado más de un decenio atrás para proseguir con ese «amor» por la ganadería que «siempre» había sentido y sigue teniendo, una vez que él sólo, cuando «los hijos se marcharon a estudiar», no podía atender al vacuno que antes tenía.
Ahora, un caballo de montar –otra de sus pasiones– y tres burros, que introdujo sin éxito como medida disuasoria de los cánidos, son los animales que le quedan allí donde hace un lustro había yeguas de monte y sus crías. «De seis potros, se comieron cuatro y otros dos estaban mordidos, y los salvé a base de curarlos y cerrarlos». Esa estampa desoladora que encontró una mañana –otra más– aún la tiene grabada en la retina, pese al paso del tiempo. Fue la gota que colmó el vaso: «No era viable».
«¡Esto no puede ser!», recuerda que se dijo. Y «se acabó», rememora, pese a que había intentado «aguantar lo que pude». Ni el vallado con cinco alambres de espino en una finca «¡a quinientos metros del pueblo!», Villanueva de la Peña (Palencia), fue suficiente para impedir la incursión depredadora del lobo. Ya con 67 años y todavía en activo, pero únicamente como agricultor, reconoce con pena que «hubiera seguido» con la ganadería: «Me encantaba». «Pero, no», zanja, pese a echar de menos ese «placer de ver a las yeguas en primavera, cómo les luce el pelo...».
Él fue «de los primeros» en esta zona de la Montaña Palentina, al norte de la provincia, en padecer al lobo. «Ahora, todo el mundo los está sufriendo», apunta este «defensor del lobo a tope», como se define. Pero pide medidas ante el incremento de unos cánidos que «no entienden de fronteras». «Desde que era pequeño, había lobos, pero nunca se habían metido tanto cerca del pueblo», puntualiza.
«¡¡¡Buuufff!!!», resopla sólo de rememorar esa «angustia», esas noches «sin dormir, despertándote y pensando en subir» por si estaba el lobo, sabiendo que no es fácil sorprender a este animal «muy listo». Pero cada vez menos imposible. Aunque «normalmente» las incursiones del cánido que padeció eran nocturnas, un día al llegar a la finca, allí de lo encontró. «Indescriptible», la situación al ver cómo la manada «rodeaba al potrín recién nacido, y según metieron los dientes, ¡adiós!». Se llevaron media pata y la vida del animal. De José, allí quedó su «impotencia», ese «alma que se te cae a los pies». «Lo más raro que me ha pasado», dice. Una sensación «rarísima» en la que se quedó «en blanco», sin capacidad de reaccionar. «Y si el cerebro no funciona, el cuerpo no funciona...». Fue otro ataque más hasta que el último hizo rebosar el vaso de su paciencia, tras haber visto otra vez cómo una yegua «se quedó» con la cría muerta «un día y medio» sin moverse a raíz de otro ataque del cánido, que, precisa, sabe «cómo y cuándo» atacar.
«Dicen que pagan, pero no recibí ni un duro. 125 euros por potro de un seguro privado que tenía», lamenta a la vez que recalca que no son sólo las pérdidas económicas, también «los problemas» y «ver a los animales muertos». Por la venta de cada potro podría obtener entre 700 y 800 euros a los siete u ocho meses; y hasta 1.200 ya con quince, y cuando tienen treinta, las yeguas ya pueden parir... y así «ir ampliando la cabaña». La suya acabó. En su pueblo, recuerda, había hasta 40 ganaderos, ahora «cero», pese a que «hay muchos pastos» en la zona, pero ya sin animales que los coman.
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![Antonio Canas, con sus vacas en Villardeciervos (Zamora)](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/06/24/antonio-villardeciervos-ganadero-U37450047602Ccv-760x427@diario_abc.jpg)
Antonio Canas, ganadero en Villardeciervos (Zamora)
«Nos lo están robando. Es como si te atracan a la puerta de casa. Ser ganadero se acaba»
«Como salir a la calle y ver que te han destrozado el coche. Nos lo están robando. Es como si te atracan a la puerta de casa». Así trata de hacer ver desde el campo a la ciudad y los despachos «la impotencia, rabia que no te imaginas...» que siente un día sí y casi otro también cuando acude a la finca y se encuentra con otro ternero muerto, mordido, que no está y «la vaca está bramando»... El lobo han vuelto a atacar. «Veinte terneros» hasta principios de mayo se llevó por delante, recuenta Antonio Canas, ganadero de Villardeciervos (Zamora). Zona de lobos, pero donde los problemas con el cánido se han multiplicado en los últimos años. «Horroroso. No te deja tranquilo por el miedo», resume la situación quien lleva «desde los 14 años» entre el ganado y ahora ve con penar cómo el canis lupus se ha convertido «en una gotera fuerte» sobre una ganadería con muchas las piedras en el camino.
Más de una vez ha pensando en tirar la toalla. Pero ya, con casi 49 años, «tenemos que aguantar los que no podemos ir a otro lado», asume a la vez que echa un vistazo por un entorno en el que cada vez son menos. «Ser ganadero en estas zonas se acaba», augura, «cansado, aburrido por la impotencia». De pequeño, recuerda, podían avistar algún ejemplar, porque «lobos siempre ha habido», pero ahora «se ven cuatro, cinco, seis...». Y no sólo por la noche, pues ya «ataca a cualquier hora». «No tiene miedo», apunta y recuerda cómo uno de sus trabajadores iba con el ganado y «el lobo venía a por el perro» y por más que intentaban ahuyentarlo se ponía a la espera intentando atacar. «Lo de ahora no es normal», lamenta sobre lo que califica de «plaga», a la vez que echa en falta ese control cinegético que sí había antes. «Matar a un lobo es casi más grave que matar a una persona», sentencia.
Reclama «controlar que no haya daños». «Que no quiten el pan de nadie», subraya Antonio, consciente de que «como mucho» percibirá algo «por tres, y no sé si lo cobraré» de todos los muertos. Clama contra una «burocracia». «A veces, encuentras un huesín», un ataque que cubrió la nieve, terneros que faltan sin rastro...
Con las ovejas, que también tiene, los mastines «sí funcionan», pero con las vacas en extensivo, en campo abierto, «no hay ninguna medida a no ser que estén encerradas», algo inviable contra el lobo, subraya, en este tipo de ganadería.
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