Ciclismo

Españoles que adoraron el Tour de Francia

Vicente Blanco se estrenó en 1910 con dos muñones. Bahamontes, Delgado o Induráin lo colonizaron después

La ronda gala sale de Bilbao 31 años después del inicio en San Sebastián sin españoles para aspirar a la victoria

El amarillo del Tour inunda Bilbao

Alberto Contador, tras proclamarse campeón del Tour de Francia de 2007 EPA

Por segunda vez en su historia España acoge una salida del Tour. Hace 31 años, San Sebastián. Mañana, Bilbao. Las dos proceden del mismo vivero, el País Vasco, su afición incondicional al ciclismo, sus carreteras repletas de cicloturistas, su cantera, su fervor por la ... bicicleta... Es la culminación de una pasión a la que el Tour es sensible. España ha vivido un protagonismo singular desde 1910, la primera aparición de Vicente Blanco 'El Cojo', hasta las leyendas de Bahamontes, Perico Delgado o Induráin, los ciclistas que adoraron el Tour.

VICENTE BLANCO

El primero

Al primer español que participó en el Tour le faltaban los cinco dedos del pie derecho y tenía destrozados los músculos del izquierdo. Con dos muñones y una bicicleta vieja que le sirvió de medio de transporte entre Bilbao y París, Vicente Blanco 'El Cojo' se convirtió en una leyenda por ser el primero.

A mitad de camino entre la fábula y la realidad, la historia de Blanco está repleta de condimentos. Nació en Deusto en 1884 y antes que ciclista fue marinero, cocinero, albañil, obrero en una siderúrgica. Al Tour fue por recomendación de un médico, que le aconsejó bicicleta después de tres accidentes que casi le cuestan la vida. Primero se cayó de una casa en construcción. Un año después, una barra de metal al rojo vivo le atravesó el talón de arriba abajo. Y poco más tarde, el engranaje de una máquina le arruinó el pie derecho. Perdió los cinco dedos.

Con la cojera corrió el Tour en 1910. De Bilbao a París, en bici. Y de París, a Roubaix, 272 kilómetros la primera etapa del Tour. Ahí acabó su aventura. Llegó fuera de control. «No pude hacer nada frente a aquellas fieras tan bien alimentadas», sentenció.

FEDERICO M. BAHAMONTES

El pionero

El 'Águila de Toledo' tiene una vivencia y una anécdota detrás de cada palabra. Federico Martín Bahamontes (94 años) es el ganador vivo más antiguo del Tour (1959), una leyenda de la posguerra española que se dedicó a este deporte por necesidad. «Comí gatos y pasé hambre, mucho hambre, por eso me hice ciclista», confesó a ABC.

Pasajero del estraperlo, de la venta clandestina de productos para sobrevivir, Bahamontes pertenece a la España de nuestros abuelos, desconocida e inimaginable para muchos. Una familia huyendo de la guerra, durmiendo bajo los puentes, robando fruta, picando piedra…

Bahamontes le pidió permiso a su madre para ir al Tour y, más allá de las hazañas que protagonizó, es el propietario de una de las anécdotas más célebres de la historia del Tour. Aquel helado de vainilla que se tomó en el col de La Romeyere cuando iba escapado, solo en cabeza. La leyenda contaba que era una sobrada del toledano, que su superioridad como escalador era tal que podía tomar cucuruchos en las cumbres de los puertos. En realidad, se le había roto un radio de la bici, pero nada manchará su historia.

Bahamontes disputó diez veranos el Tour, lo ganó una vez, se impuso seis en el gran premio de la montaña (su escarapela), conquistó siete etapas, vistió siete días el maillot amarillo de líder y subió en tres ocasiones al podio.

MIGUEL INDURÁIN

Desfile triunfal

La esencia del Tour, su grandeza, los números, la memoria… Todo coincide en la figura de Miguel Induráin (58 años), el mayor embajador de España en los veranos de Francia. El navarro es propietario de todos los guarismos que lo convierten en el mejor ciclista español que ha corrido la mejor carrera del mundo. Más Tour que nadie (cinco consecutivos, de 1991 a 1995), más victorias de etapa (12, diez contrarreloj y dos en los Pirineos antes de ser quien fue), más días vestido de amarillo (60, a enorme distancia del segundo, Luis Ocaña, 17) y más ediciones en el podio (cinco).

Por encima de las cifras queda la influencia, el magnetismo que desplegó el sigiloso Induráin, sus ademanes calmados, sus silencios, su estigma de hombre bueno en vez de la corte de caimanes que se supone deben ser los campeones del deporte y en particular los ases del ciclismo (Anquetil, Merckx, Hinault, Armstrong, Contador, Froome, Pogacar…).

Induráin vivía y dejaba vivir, permitía el lucimiento de sus adversarios, no humillaba a nadie, no entendía el deporte como una guerra sin cuartel. «Es incapaz de concebir el mal», lo definió su cardiólogo y médico de confianza, José Calabuig.

Hace 31 años se impuso en el prólogo del Tour 1992, celebrado en las calles de San Sebastián. Era el comienzo de su reinado, de su desfile triunfal por Francia. Su hegemonía obligó al Tour a mirar a España, a poner traductores de castellano, a olvidar durante un lustro el gobierno férreo de lo francés. Consiguió en 1996, el verano de su derrota en Les Arcs, en Hautacam ante Riis, que el Tour pasase por la puerta de su casa, en Villava, y que una etapa terminase en su ciudad, Pamplona. Logró lo que ningún ciclista español pudo siquiera imaginar. «No me gusta ser protagonista», resumió en una entrevista a ABC.

PEDRO DELGADO

La pasión de Perico

Si Induráin invitaba a disfrutar de un paseo triunfal, a la seguridad de una máquina infalible, Perico incitaba a una exótica aventura de final impredecible. Todo podía suceder con el segoviano, la victoria más excitante o la debacle más insospechada. Delgado fue el Nadal de los ochenta, carismático e indomable, desplegó una fuerza de voluntad en los Tour que refrescaron la memoria de los españoles, televisión en directo, color, los escarabajos colombianos, Fignon escupiendo a la cámara...

«No fui consciente de que en casa pasábamos hambre», confesó Delgado en una entrevista a ABC. Es el último hijo de la necesidad, hermanos de la pobreza que salieron a flote con el ciclismo. Hasta su victoria en el Tour de 1988 tuvo el suspense de un no positivo por probenecid.

CONTADOR, SASTRE, FREIRE

Alegrías y durezas

La peor época del ciclismo fueron los años de plomo de la vinculación de los campeones al dopaje. La escalera de siete pisos de Lance Arsmtrong en el Tour tuvo refrendo en el ciclismo español. Floyd Landis, vencedor de la edición de 2006, fue descalificado en el laboratorio por un positivo de testosterona y la victoria recayó, amarga y sin gloria, en la espalda de Óscar Pereiro, un ciclista del que nunca se hubiera esperado una victoria global en el Tour.

Alberto Contador contagió de esperanza al ciclismo español con su espíritu periquista, siempre al ataque, escalador de primer nivel, espíritu guerrero e inconformista. Todo lo que construyó como paladín del esfuerzo se diluyó etéreo en unos nanogramos de clembuterol que él atribuyó a un solomillo. Perdió el Tour que había ganado en 2010 y el Giro que conquistó en 2011. Contador se repuso de aquel golpe tremendo y ha pasado a la historia como un ejemplo de voluntad.

Carlos Sastre coronó tantos años de dedicación con el triunfo en el Tour de 2008, su día épico en Alpe d'Huez, su rebeldía ante los hermanos Schleck. Óscar Freire ha ingresado en la historia del Tour como el único español que logró el maillot verde, la regularidad, además de sus cuatro etapas.

BILBAO 2023

En segunda fila

El Tour emerge para los españoles desde el País Vasco con una visión en segunda fila. No hay ningún candidato para el triunfo, para medirse a Vingegaard o Pogacar. Enric Mas es la regularidad en persona, pero sin el colmillo para aspirar a algo más. Mikel Landa y el landismo poseen un tope, la culminación de objetivos después de las promesas. Ciclista intermitente, no parece que a los 33 años vaya a dar ahora la sorpresa. La mayor esperanza debería ser Carlos Rodríguez, el granadino del Ineos séptimo en la última Vuelta a España. No está la perla, el referente de un futuro próspero: Juan Ayuso no debuta aún en el Tour y se reserva para la Vuelta.

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