DESPUÉS DEL... BALONCESTO
Alfonso del Corral: alero, médico y caminante
Ejemplo de talento, disciplina y capacidad de trabajo, este madrileño ha triunfado en los mundos del deporte y la medicina. Hoy en día disfruta al máximo de la vida y relaja cuerpo y mente en Cantabria
DONATO, DE ÍDOLO A DEMANDANTE DE EMPLEO
Cuando se menciona el nombre de Alfonso del Corral (67) aparece una doble imagen: la del deportista corajudo que llegó a lo más alto a base de esfuerzo y de sacar el máximo partido a sus condiciones y la del médico de éxito que cuidó de los galácticos del Real Madrid ... en su época más mediática. Y en lo que siempre se coincide es en lo buena persona que es, que le ha permitido sembrar de amigos toda su vida. «Es lo que me inculcaron mis padres desde pequeño. Éramos una familia militar de siete hermanos y la familia numerosa suele ser magnífica, con unos valores que luego te sirven para siempre», indica este madrileño que desde muy pequeño supo que para salir adelante tenía que ser el mejor en lo que hiciera.
«El gran motor de la vida es el hambre y entonces nos ponían a estudiar y estudiábamos; a hacer deporte y lo hacíamos a tope. Queríamos hacernos un futuro, labrarnos una carrera con ilusión y con fuerza. Yo estudiaba un poco por cumplido, porque mi auténtica pasión era el deporte, fundamentalmente el baloncesto», reconoce. Destacó en los distintos equipos de la capital, el Maravillas, Vallehermoso, Castilla, Tempus o Inmobanco, siempre con la esperanza de subir algún día al primer equipo blanco. Una llamada que no acababa de llegar.
«Entonces muy pocos podían vivir del baloncesto y nunca quise dejar los estudios. Escogí medicina un poco por descarte, pero pronto me cautivó y aprendí a disfrutar de ella», apunta. Después de pasar por el Estudiantes, el OAR de Ferrol y el Cajamadrid, se situó de nuevo en la órbita blanca.
Sueldo de 300 euros
«Para mí fue una sorpresa volver al Madrid, donde pasé mis últimos cuatro años como profesional viviendo un auténtico sueño. Necesitaban un alero que sustituyera a Biriukov en la Copa de Europa (donde por normativa no podía jugar) y que acompañara a Iturriaga, Corbalán y compañía. En 1984 ya estaba casado y vivía con cierta precariedad de un sueldo de 300 euros como residente en el Gregorio Marañón, por eso cuando ganaba un título y me daban una prima diez veces mayor se me saltaban las lágrimas«, recuerda.
Los logros deportivos (dos Ligas y una Copa Korac) no se le subieron a la cabeza, pues sabía que su destino estaba en la medicina. «Me ofrecieron ser médico del equipo y lo acepté de inmediato; luego llegó dirigir el Centro Médico del club y, como colofón, todos los servicios médicos y a la primera plantilla de fútbol. En todos esos puestos puse la misma humildad y pasión que cuando jugaba».
Del Corral siguió formándose, acabó su tesis doctoral y en distintos congresos internacionales conoció a los mejores galenos del mundo. Pero también la realidad de la vida laboral y las vanidades. «Es complicado gestionar recursos humanos, pero tuve la suerte de que yo fui deportista y en el vestuario del Bernabéu no trataba con futbolistas millonarios, sino con amigos, porque también trataba a sus familias. El fútbol fue siempre muy cariñoso conmigo». El ambiente, pues, lejos de ser galáctico era el de un grupo muy unido que «salía a cenar, se quería y que fruto de esa gran relación consiguió unos resultados altísimos».
Pasada esa etapa de alta exposición mediática, se centró en su trabajo de cirujano traumatólogo en el Rúber Internacional, en su clínica privada y, hoy, en consultas puntuales.
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«Sigo trabajando porque me divierte y me mantiene con mucha fuerza. Pero tengo claro que hay que saber valorar el tiempo libre», apunta. Por eso busca refugio en Cantabria, donde «me relajo, entro en paz y en comunicación con el Todopoderoso. Es un sitio que me encanta y se come fenomenal. Es mi rincón y el de mi familia».
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