Para mí, la más hermosa corrida del año es la del Domingo de Pascua, en Sevilla. Esta tarde se han conjugado todos los elementos para un rito extraordinario. Sólo ha fallado uno. Pero resulta que ese elemento fallido era el esencial, la base de todo: el toro. Sin eso, todo es demasiado poco. Los toros de Juan Pedro Domecq irritan hasta a este paciente público: muy flojos, parados, deslucidos, con muy poca casta... Así, no cabe la emoción, todo queda en detalles estéticos. Manzanares demuestra su gran momento, corta una oreja. Morante apunta bellísimas pinceladas de la escuela sevillana. Daniel Luque se justifica, voluntarioso.
Todos los diestros quieren torear esta corrida; todos los aficionados —y muchos que no lo son— presenciarla. Ha pasado la tristeza de la Semana Santa, aunque sea tan poco triste como lo es en Sevilla. Se ha recogido en su capilla el Silencio, han desfilado los «armaos» de la Macarena, ha escuchado piropos la Esperanza de Triana... Todos queremos renacer, resucitar, como el campo andaluz, en primavera. Brilla la cal, refulge el albero. Todo está preparado para el gran rito. Se abre el gran portón... y empieza la decepción.
El primer toro, justo de presencia, es flojísimo. El comienzo de faena de Morante es precioso: ayudados por alto; corre la mano con suavidad... y el toro se derrumba. Le piden que lo mate. Alargando el brazo, logra una estocada corta. Ha habido demasiado poco toro.
El cuarto mansea, sale suelto, hace muy floja pelea en varas: pica bien Aurelio Cruz, provocando la arrancada y midiendo el castigo. No admite lances. Nadie da un duro por la faena pero Morante insiste, el toro se deja (¡vaya verbo para un toro bravo!), la faena va creciendo: ayudados, derechazos, cambios de mano... Todo, con naturalidad, con gusto, con armonía. Muy tardíamente, suena la música: ¡nada menos que el bellísimo «Suspiros de España»! Faena típicamente sevillana, que puede recordar viejas fotografías de Rafael el Gallo, con esa capacidad de improvisación que, según Pepe Luis Vázquez, es lo característico del toreo de esta tierra: la sorpresa, la gracia inesperada... Recuerdo a don Manuel Machado: «Sin más que gracia / contra la ira...» Tiene mucha gracia Morante pero el toro de Juan Pedro ¡muestra tan poca ira!... Así, no hay emoción y la estética se diluye. Además, Morante, que ha hecho el esfuerzo con la muleta, no lo hace con la espada.
Vuelve José María Manzanares a la Plaza sevillana después del indulto de «Arrojado». Sin alcanzar esa cumbre, demuestra hoy su gran momento, su seguridad, además de su estética. El segundo toro, chico, sale ya cayéndose, levanta protestas. Lo sostienen con el capote a media altura. Se llama el toro «Dibujante» pero el que dibuja el toreo es el alicantino: enseguida, le coge el sitio, corre bien la mano, levanta olés de un público tan sensible a la belleza como éste. Consigue redondos completos, cambios de mano que entusiasman. Por la izquierda, el toro se queda más corto, se defiende. Aunque está muy parado, insiste José María en citarlo para recibir, cerca de tablas: logra un estoconazo espectacular, que queda, incluso, contrario. La petición es unánime y el presidente concede la oreja.
Le esperan en el quinto para que redondee el triunfo pero el animal sale suelto, soso, parado, con las manos por delante; no se entrega en el capote, hace muy pobre pelea en varas. Hasta esta cuadrilla, la mejor de la actualidad, suda tinta. Curro Javier, valentísimo con los palos, saluda una justa ovación. En la muleta, no hay manera de hilar pases a este «Hilador», que no repite. Manzanares no se rinde: lo engancha, lo conduce, le enseña a embestir, lo gradúa, le consiente: manda. Le saca todo lo que tiene el toro y más. (Se venga el toro con una zancadilla que le hace rodar por el albero). Y lo mata, esta vez al volapié, de una gran estocada. Demuestra encontrarse en un momento igual o todavía mejor que el año pasado.
Daniel Luque quiere justificar su presencia en este cartel de lujo. Recibe al primero encadenando una serie de verónicas notables. Quita Morante con los pies juntos y Luque replica con otro quite innecesario. Ahí se acaba el toro, parado por completo en la muleta.
Muy voluntarioso pero desigual está Luque en el último, que vale tan poco como sus hermanos. Alarga con un arreón innecesario. Otra vez será...
Todo ha sido hermosísimo... salvo lo esencial: los toros. Y esto, por muchos aditamentos estéticos que le pongamos, es una corrida de toros. Reflexionen los ganaderos. Y los diestros que se apuntan a este tipo de reses, con las que están tan cómodos. Este desastre no lo salva ni la belleza de la Plaza de los Toros sevillana.