En China no hay víctimas del Covid-19, pero sí del Covid 0
Gracias a sus controles y confinamientos, la mortalidad por coronavirus es muy baja en China, pero las restricciones dejan un reguero de accidentes, suicidios y tratamientos médicos interrumpidos
Opinión: Las trayectorias del Covid, por César Nombela
Oficialmente, la última muerte por coronavirus en China fue el 26 de mayo. Gracias a su política de Covid 0, basada en el cierre de fronteras, restricciones de movimientos, pruebas masivas y confinamientos, el país más poblado del mundo solo reconoce 5.226 ... fallecidos mientras Estados Unidos contabiliza más de un millón y España unos 114.000. Pero eso no significa que no haya víctimas de la pandemia en China.
Que se sepa, las últimas son los 27 fallecidos al volcar un autobús de la cuarentena en la provincia de Guizhou el 18 de septiembre. Desde el brote que sacude a su capital provincial, Guiyang, el vehículo llevaba a un campo de aislamiento a 47 personas, contactos de enfermos de Covid o vecinos de una urbanización donde se había detectado algún caso.
Contraviniendo las normas de transporte, viajaban de madrugada por una carretera montañosa a 250 kilómetros del brote, ya que las autoridades chinas suelen aislar a los contagiados y sus contactos para cortar la cadena de transmisión y en Guiyang ya no había sitio.
A pesar de la censura, el accidente ha desatado una oleada de críticas en internet contra la política de Covid 0. Mientras el resto del mundo recupera la normalidad, China sigue atrapada por las restricciones y confinamientos. A su impacto social y psicológico se suma el daño económico, lo que está provocando disturbios en barrios cerrados de Shenzhen, fronteriza con Hong Kong.
En otras regiones más remotas y menos desarrolladas, como Tíbet y Xinjiang, abundan las quejas por la falta de comida, al igual que ya ocurriera durante los confinamientos de Xi´an y Shanghái. Como los encierros son tan estrictos que nadie puede salir de casa, las familias dependen de los alimentos que reparten las autoridades. A la vista de las fotos que circulan por las redes, suelen ser verduras o pollos de mala calidad, así como fideos instantáneos o comida procesada, que no sacian el hambre de quienes llevan días, o semanas, recluidos.
En la región musulmana de Xinjiang, que sufre una feroz represión política y religiosa, las protestas agitan el miedo a una revuelta. En el Tíbet, otra zona levantisca, el cierre desde hace casi dos meses de su capital, Lhasa, ha sido tan desastroso que sus autoridades se han visto obligadas a disculparse. La situación es tan desesperada que cinco personas se suicidaron en Lhasa entre el 23 y el 25 de septiembre, según denuncia el Centro Tibetano para los Derechos Humanos y la Democracia (TCHRD).
Esta tragedia no solo ocurre en el Tíbet. En internet abundan espeluznantes vídeos y fotos de personas que se han suicidado por problemas económicos o de salud. Cuando se cierra una ciudad por el coronavirus, los enfermos crónicos dejan de recibir sus tratamientos y algunos saltan desde sus balcones para poner fin a su agonía. Igual de estremecedores son los vídeos de algunos confinados que, por falta de alimentos, se arriesgan a salir por sus ventanas para que sus vecinos les den algo de comer y acaban cayendo al vacío.
En Shanghái, cuyos25 millones de habitantes estuvieron confinados durante abril y mayo, un estudio de Data Humanism sobre mil encuestados por WeChat descubrió que el 40 por ciento estaba al borde de la depresión. A los dos años y medio de pandemia, el confinamiento fue tal mazazo que el jefe de su comisión de Salud, Wu Jinglei, fue hospitalizado por migrañas y uno de sus funcionarios, Qian Wenxiong, se quitó la vida.
A los 588 fallecidos por Covid durante el brote de Shanghái, que contabilizó 620.000 contagios, hay que añadir un número indeterminado de víctimas colaterales por suicidios, tratamientos médicos interrumpidos y hasta de pacientes que murieron por no tener una prueba PCR negativa para entrar en un hospital. Los casos que causaron más indignación fueron el de una enfermera, fallecida por un ataque de asma a las puertas de un centro médico, y el de la madre de un conocido economista taiwanés, Larry Hsien, porque su PCR se retrasó más de cuatro horas y no pudo recibir la inyección que necesitaba para sus problemas de riñón.
Más que al Covid, cuya variante Ómicron es muy leve, el miedo en China es ser confinado o internado en un campo de aislamiento. «Después de estar encerrada en casa con síntomas muy leves, allí me llevaron cuando ya había dado negativo y al principio tenía miedo porque algunos sitios eran terribles. Pero tuve que ir porque, si me negaba, no me pondrían en verde el código de salud», cuenta Cindy, universitaria de 24 años que se contagió en el brote de Shanghái. Aunque solo pasó cuatro días en el gimnasio de un instituto que, a su juicio, «no estaba mal», sus compañeras de piso fueron recluidas en un centro comercial abarrotado. «Al menos allí teníamos más comida de la que nos repartían confinadas en casa», se conforma Cindy con resignación porque sabe que «de nada sirve enfadarse o protestar».
Hartos de la política de Covid 0
A pesar de su paciencia, cada vez más chinos están hartos de la política de Covid 0 y de no poder viajar no solo al extranjero, por falta de pasaportes o por la cuarentena al volver, sino dentro del país. Además de las recomendaciones y órdenes de no salir de sus ciudades salvo extrema necesidad, muchos temen quedar atrapados en un brote y no poder regresar a casa. A principios de septiembre, había brotes en 103 localidades, el número más alto desde el estallido de la pandemia en Wuhan, y 65 millones de chinos estaban confinados en 33 ciudades, incluidas siete capitales de provincia, según la revista Caixin.
Un panorama totalmente distinto al que se respira, ya sin mascarilla, en el resto del planeta. Mientras otros países de Asia como Japón y Taiwán se reabren y levantan sus cuarentenas, igual que ha hecho incluso su región especial de Hong Kong, China se sigue aferrando a la política de Covid 0, cada vez más en entredicho.
Pero se trata de una cuestión de Estado con la que Pekín pretende legitimar su modelo autoritario frente a la sangría que la pandemia ha provocado en las democracias occidentales. Incluso cuando el director de la OMS, el doctor Tedros, criticó en mayo que era «insostenible» y pidió un cambio, sus comentarios fueron censurados y las autoridades le llamaron «irresponsable».
Para mantener la política de Covid 0, que el presidente Xi Jinping ha convertido en una causa personal, el régimen esgrime un estudio de las universidades de Fudan e Indiana y de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos, publicado en mayo por la revista 'Nature'. Sin medidas de control ni antivirales como el Paxlovid, autorizado en China, un brote de 20 casos provocaría a los cuatro meses 112 millones de contagios y 1,5 millones de muertos. Un tercio de ellos serían mayores de 60 años todavía sin vacunar.
Ahí radica el problema: aunque el 90 por ciento de la población china está inmunizada, la proporción baja al 61 por ciento para los mayores de 80 años. Además, hay más de 50 millones de mayores de 60 años sin vacunar y el riesgo es que se dispare su mortalidad, como ocurrió durante la primavera en Hong Kong, que sufrió el mayor índice de letalidad del mundo y un colapso de su sistema sanitario.
Multiplicada por 1.400 millones, la situación sería peor en China, donde 2,7 millones de personas necesitarían cuidados intensivos, según dicho estudio. Durante 44 días, harían falta un millón de camas en las UCI y ahora solo hay 64.000. Pero, eso sí, tanto los casos graves como los fallecimientos se reducirían en un 89 por ciento con antivirales y aumentando la vacunación. Para que el número de muertes no superara las 88.000 que deja la gripe estacional en China, el 97 por ciento de los ancianos debería estar vacunado y la mitad de los enfermos tomar antivirales.
Pero, al haber atajado la pandemia con tantos controles, la vacunación no se ve como una urgencia. Como una pescadilla que se muerde la cola, las autoridades invierten más en medidas de prevención como las pruebas PCR cada dos o tres días y la construcción de gigantescos campos de aislamiento, en lugar de incrementar el número de hospitales, camas y médicos para mitigar el Covid.
En vísperas del XX Congreso del Partido Comunista, que empieza el 16 de octubre y en el que Xi Jinping se perpetuará en el poder, se han reforzado todavía más los controles de movimientos y endurecido las restricciones. China viene registrando una media de mil casos diarios de Covid, una cifra ínfima para su población, y lo último que quiere el régimen es que se le descontrole la epidemia justo ahora.
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Los más optimistas piensan que la política de Covid 0 se relajará tras el Congreso, pero el otoño es mala época para reabrir porque es cuando más circulan los virus. Además, en marzo se celebra otra importante reunión del Parlamento, que confirmará la continuidad de Xi Jinping como presidente, y será otro momento especialmente sensible. Por lo tanto, no se esperan cambios significativos hasta primavera. Mientras tanto, en China no habrá víctimas del Covid-19, pero sí del Covid 0.