Locus amoenus
Inés Muñoz, de conquistadora a monja de clausura
Inés Muñoz introdujo en el Perú el trigo, los olivos, las naranjas, los melones, las higueras, los melocotones y toda suerte de hortalizas, pues aunque llegó al Perú como conquistadora, salió de Sevilla como campesina y acabó de monja en Lima
Retrato de Inés Muñoz de Ribera por Mateo Pérez Alessio, pintado en 1599
Siempre se habla del valor, sacrificio y heroísmo de los primeros conquistadores del siglo XVI, pero casi nunca se dedican los mismos elogios a las mujeres que se embarcaron a Indias, a sabiendas de que sólo les aguardaban penalidades. En efecto, aquellas mujeres eran conscientes ... de que en las nuevas poblaciones tendrían que contraer matrimonio con soldados heridos, enfermos, tullidos y perjudicados. Asimismo, las leyes las obligaban casarse de nuevo al año de enviudar, porque las ciudades recién fundadas no podían permitirse el lujo de albergar a viudas que habían heredado encomiendas. De hecho, dos reales cédulas de 1550 y 1552 establecieron que «las viudas ricas contrajesen nuevo lazo, sin excusa valedera en contra, con españoles escogidos entre los que más hubieran contribuido al restablecimiento del orden».
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Sin duda, no faltaron mujeres avezadas que heredaron tantas encomiendas como difuntos maridos acumularon, sobre todo en el Perú, donde las guerras civiles y las rebeliones contra la Corona provocaron que una misma mujer enviudara hasta cuatro veces, con la consecuente acumulación de encomiendas. No obstante, como para muchas de ellas no era plan casarse más de una vez, la fundación de conventos se convirtió en una opción socorrida para viudas lo suficientemente ricas, como para dotar con sus encomiendas los primeros conventos de América. Tal fue el caso de la sevillana Inés Muñoz (1510-1594), fundadora del Monasterio de la Limpia y Pura Concepción de Nuestra Señora de la Ciudad de los Reyes del Perú.
Francisco Martín e Inés eran labriegos, y así viajaron al Nuevo Mundo con sus alforjas llenas de semillas, esquejes y hortalizas, con la finalidad de sembrar, labrar la tierra y tener huertos
Inés Muñoz era esposa del medio hermano del conquistador Francisco Pizarro, Francisco Martín de Alcántara, vecino de Castilleja del Campo. La pareja pasó a Indias en 1530, perdiendo a sus dos hijas pequeñas durante la travesía. Mientras su marido participaba en la conquista del Perú, Inés lo esperó en Panamá, pero cuando se fundaron las primeras ciudades ella se convirtió en una de las vecinas principales y en 1535 fue la primera española casada que se instaló en Lima con su legítimo esposo.
A diferencia de sus hermanastros extremeños -soldados y aventureros-, Francisco Martín e Inés eran labriegos, y así viajaron al Nuevo Mundo con sus alforjas llenas de semillas, esquejes y hortalizas, con la finalidad de sembrar, labrar la tierra y tener huertos. Así fue como Inés Muñoz introdujo en el Perú el trigo, los olivos, las naranjas, los melones, las higueras, los melocotones y toda suerte de hortalizas, al mismo tiempo que demostró ser una extraordinaria administradora de sus tierras y heredades. Sin embargo, aquella temprana prosperidad se truncó por culpa de la rebelión de Almagro «El Mozo», quien asesinó a su marido y al gobernador Francisco Pizarro en 1541. Inés Muñoz enterró a su esposo y cuñado, protegió como pudo a sus sobrinos huérfanos y exigió justicia al Rey. Sus demandas fueron satisfechas, pero tuvo que casarse de nuevo con Antonio de Ribera, Caballero de Santiago recién desembarcado y que nada más llegar besó a la santa, pues doña Inés aportó al enlace una riquísima encomienda.
No obstante, varios años después y siendo viuda de nuevo, su único hijo cayó gravemente enfermo, quien temiendo que su anciana madre tuviera que casarse de nuevo le dijo en su lecho de muerte: «Por cierto, Señora, que durmiendo soñaba que vi a VM, con hábito de monja de la Limpia y Pura Concepción de la Madre de Dios, en compañía de otras muchas, y no puedo creer que tan grande bien haya sido soñado, y así pido a VM que se acuerde de esto, si Dios me llevare de esta enfermedad». Doña Inés de Ribera fundó aquel monasterio en 1573, vinculando así sus prósperas encomiendas a la manutención del convento y de paso vinculó a su joven nuera viuda, pues por experiencia sabía que era mejor ser monja de clausura que esposa a la fuerza.