Locus amoenus
La constelación sevillana de Guillermo Cabrera Infante
Al escritor cubano y su mujer, Miriam Gómez, les encantaba el apogeo solar de Sevilla y habían hecho planes para envejecer juntos en nuestra ciudad
![La constelación sevillana de Guillermo Cabrera Infante](https://s3.abcstatics.com/abc/sevilla/media/cultura/2021/05/29/s/cabrera-infante-sevilla-kGIC--1248x698@abc.jpg)
El fallecimiento del escritor cubano Guillermo Cabrera Infante me sorprendió en Tokio, donde no pude abrazar a nadie para recordarlo. Las comunicaciones de entonces no eran tan sencillas como en nuestros días y a Miriam Gómez -su esposa- sólo conseguí llamarla a Londres cuando regresé ... a Sevilla. Su muerte fue absurda, pues falleció como consecuencia de una infección que contrajo dentro del propio hospital inglés donde se estaba recuperando de una operación que había salido muy bien. ¿Por qué lo convoco en nuestro locus amoenus? Porque Miriam y Guillermo habían decidido mudarse a Sevilla y ya les había encontrado una casa en La Rinconada, muy cerca de la mía.
En El libro de los pasajes (1982) -una obra que Walter Benjamin comenzó a escribir en 1924 y que dejó inconclusa cuando murió en 1940- descubrimos cómo nuestra memoria, nuestras lecturas y nuestros paseos crean «constelaciones» personales con nuestras ciudades más queridas, tal como le ocurrió a Benjamin con París, Berlín, Moscú y Nápoles. Así, cuando leí El libro de los pasajes me puse a pensar en cuántos escritores del mundo construyeron con Sevilla sus constelaciones personales y reparé en que Guillermo Cabrera Infante fue uno de ellos, pues las ciudades de su corazón fueron La Habana, Londres, Roma y Sevilla.
Cabrera Infante visitó Sevilla por primera vez en 1964 y se sintió bendito «entre todas las mujeres», pues vino acompañado de Miriam Gómez, su madre y sus dos hijas. Aquella primera aventura sevillana la contó con gracia y juegos de palabras en una divertida crónica que tituló «En busca de Don Juan» (2002), donde narró cómo entonces le dijeron que Don Juan era una invención creada por los franceses para denigrar a don Miguel de Mañara, santo varón. Y entonces Cabrera Infante replicó: «Es posible, pero más lo es Carmen, creada por un escritor francés». Para qué habló… «¡¡Carmen sí es sevillana!!», tronaron sus interlocutores. Cabrera Infante siempre se preguntó risueño, cómo era posible que un personaje de Tirso fuera tenido por invención francesa, mientras un personaje de Merimée era considerado máxima expresión de lo sevillano.
Desde aquella remota visita hasta su muerte en 2005, Guillermo Cabrera Infante nos ha visitado en diversas ocasiones, y en la mayoría de ellas tuve la fortuna de estar muy cerca suyo. En 1992 participó en las sesiones del simposio «El Descubrimiento de Occidente» de la Fundación San Telmo; en 1994 dio una memorable conferencia en la sala San Hermenegildo dentro del ciclo «Historias para una novela»; en 2002 intervino en las IX Jornadas de Arte Contemporáneo que Fernando Martín organizó para la Real Maestranza de Caballería de Sevilla; en 2003 nos apadrinó a los escritores que asistimos al I Encuentro de Escritores Latinoamericanos -desde Roberto Bolaño hasta Gonzalo Garcés, pasando por Jorge Volpi y Santiago Gamboa- convocado por la Fundación José Manuel Lara, y en 2004 aprovechó una visita a Cádiz para venir a casa y afinar los detalles de su malograda mudanza sevillana.
Tan lejos de La Habana, a Miriam y Guillermo les encantaba el apogeo solar de Sevilla y habían hecho planes para envejecer juntos en nuestra ciudad, sobre la que Cabrera Infante había escrito: «Sevilla, por fin, es como Roma: una ciudad eterna para visitantes contemporáneos, un hábito y un hábitat para todas las almas». Esta reflexión proviene de El libro de las ciudades (1999), un libro bellísimo que avaló sin proponérselo la teoría de las «constelaciones urbanas» de Benjamin, porque Cabrera Infante confesó en aquel prólogo: «Es así que he buscado en otras ciudades el esplendor que fue La Habana». Es decir, que Guillermo había reconocido el brillo de La Habana en Bath, Londres, Roma, París y Sevilla, tal como Walter Benjamin advirtió las reverberaciones de Berlín en París, Moscú y Nápoles.
En Puro humo (1985) y Cine o sardina (1997), Cabrera Infante escribió sobre Sevilla cuando habló de Marlene Dietricht en The Devil is a Woman (1935), una película filmada en una Sevilla de cartón piedra donde llovía siempre («Primero llueve el agua improbable, después las profusas serpentinas: es carnaval y Marlene se llama Concha Pérez. Es, ya lo vieron, una fantasía de la carne en carnaval sin Cuaresma»), que comenzaba con Marlene trabajando en la Fábrica de Tabacos y terminaba con Marlene dándole esquinazo a su viejo amante, mientras le decía al nuevo pretendiente: «¿Sabes? Una vez trabajé en una fábrica de cigarrillos». ¿La Marlene sevillana era otra invención francesa? Todavía veo la sonrisa de Guillermo a través del humo de su habano.
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