entrevista
«Mama Reme», maestra en las Tres Mil Viviendas desde hace 23 años: «A mis alumnos les digo que el rencor y la venganza son malas consejeras y que es mejor perdonar»
Conocida y respetada en uno de los barrios más pobres de España, sacudido hace pocos días por un nuevo episodio de violencia, Remedios Carmona no ha querido irse nunca del barrio: «Aquí siento que puedo hacer más que en cualquier otro colegio de Sevilla»
«Cuando llegué aquí, el absentismo escolar era del 80 por ciento»
«Mis padres no sabían leer ni escribir pero nunca dudaron del valor de la escuela para sus hijos»
«La labor del Comisionado para el Polígono Sur, si la está haciendo, no es suficiente»
![La maestra sevillana Remedios Carmona](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sevilla/2024/06/09/remedios-carmona-maestra-RSAicVtOfH2dHVzzVge3yMK-1200x840@diario_abc.jpg)
Remedios Carmona, a la que la mayoría de alumnos y familias del colegio «Andalucía» llaman «Mama Reme», es una maestras más veteranas y respetadas del Polígono Sur de Sevilla. Nació en Los Corrales, se crio en un ambiente en el que tenía como vecinos ... a muchas familias de etnia gitana, y pertenece a un grupo de docentes que inauguraron la EGB y el COU se denominan a sí mismos «de la Transición». Entonces no existía Preescolar y ellos eran profesores especialistas en Matemáticas y Lengua, lo que hoy se conoce como áreas instrumentales. Lleva 23 años en un centro situado en uno de los barrios más desfavorecidos y vulnerables de España, sacudido hace pocos días por un nuevo episodio de violencia, con dos víctimas mortales, del que ella prefiere no hablar ni entrar en detalles para no caldear más los ánimos, muy inflamados en todo el entorno de las Tres Mil Viviendas.
-¿Cómo recuerda su llegada al colegio?
-En esa época no contaban mucho con las especialidades con las que nos graduamos nosotros. El sistema educativo quería maestros de las nuevas especialidades para innovar, dejando a un lado a ese grupo que nos denominamos. Éramos especialistas en Matemáticas y Lengua y recuerdo que tuvimos que hacer protestas y manifestaciones para que nos tuvieran en cuenta y nos llamaran para trabajar. Y así logramos que empezaran a contar con nosotros. Llegué al colegio «Andalucía» por casualidad. Hace 23 años mis niños eran muy pequeños y no podía aceptar un destino como Almería o Granada, lejos de Sevilla. Y como tenía poco tiempo de servicio, me quedaban siempre libres los destinos que nadie elegía o las plazas en las zonas más lejanas. Y en 2001 quedó vacante un puesto en Sevilla capital, en el colegio Andalucía. Miré la lista y no me explicaba que pudiera quedar un puesto vacante en Sevilla capital. Hasta pensé que se les había pasado a todos mis compañeros, o sea, que no se habían dado cuenta. El caso es que solicité la plaza y me la dieron. Entonces las plazas se proclamaban por llamamiento a viva voz en el Salón de Actos de la Delegación de la Consejería de Educación y recuerdo que cuando salió mi nombre y el del colegio, todos mis compañeros, empezaron a aplaudirme. Debían de ser cerca de 200 los que estábamos allí pendientes de los destinos y yo me pregunté por qué me aplaudían.
-O sea, que no se les había pasado. Simplemente nadie quería esa plaza en ese colegio...
-Exacto. Cuando me enteré de que ese centro estaba en las Tres Mil Viviendas, me hinché de llorar. Recuerdo que trataron de consolarme y me propusieron dar una vuelta por el colegio esa misma tarde para que pudiera tranquilizarme y dormir mejor.
-¿Y se tranquilizó?
-No. Recuerdo que vi a un burro dentro de uno de los pisos que estaban junto al colegio, cosa que dejó sorprendida, porque yo nunca había visto una imagen parecida.
-¿Cómo fueron sus primeros días en el centro?
-Los primeros días tuve cerrado el estómago, no pude comer ni prácticamente dormir. A los tres o cuatro días tuve que ir al médico a pedirme la baja, pero mi médico, que me conocía bien, me dijo: Espera quince días y, si sigues así, te doy la baja«. Pasaron esos quinces días y no volví a su consulta.
-¿Fue bien recibida por los alumnos en esos primeros días de clase?
-Tenía un sexto de EGB con bastante repetidores con conductas muy disruptivas que al no conocerme, no me respetaban ni me dejaban dar clase. Los niños pertenecían a familias muy diversas del barrio, que aún siendo de etnia gitana, cada uno tenía una procedencia diferente. Esos primeros días volaban todo tipo de objetos, yo me senté en una sillita baja al lado de la puerta para que ellos no se salieran y por si yo tenía que salir.
-¿Y cómo le dio la vuelta a eso?
-Poco a poco me fueron conociendo y dando mi sitio, pero tuve la gran ayuda de un alumno. Tendría 12 ó 13 años, no sabía leer ni escribir porque era absentista, y fue él, el que tras esos primeros días tan difíciles, armándose de valentía, me dio la categoría de maestra y dijo: «Maestra, de ahora en adelante tú enseñas lo que tengas que enseñar».
-¿Sigue existiendo alumnado de esa edad que no sabe leer ni escribir?
-Estamos mucho mejor que en 2001 pero seguimos teniendo alumnado que no sabe leer ni escribir, pero porque son absentistas severos, incluso en los cursos. Pero los que asisten con regularidad tienen una competencia lingüística y matemática adecuada.
-¿Cuáles son los valores que quiere transmitir a sus alumnos?
- En mi colegio, desde que nos constituimos como Comunidad de Aprendizaje incorporamos metodologías como grupos interactivos, tertulias dialógicas, trabajos por proyectos y para mí, de forma muy especial, «El Club de Valientes». Mi filosofía en estos 23 años ha sido siempre decir la verdad y no permitir los abusos. Esos son dos de los pilares fundamentales de este club, que me permitió trabajar la convivencia y en crear «escudos protectores», que eran los propios alumnos. Gracias a ellos prevenimos muchos conflictos, diciendo la verdad y enseñándoles a proteger al compañero o compañera. Eso se lo he tratado de trasmitir a todos mis niños y niñas. Si me dicen la verdad, no hay consecuencia negativa, porque hay buena voluntad para resolver el problema. También, como adulta y docente, cuando he metido la pata alguna vez lo he reconocido ante esas personas, tanto con el alumnado como con su familia. También les he transmitido a mis alumnos que el rencor hacia el otro hace daño al que lo siente y que el rencor y la venganza son malas consejeras. Es mejor dialogar, llegar a un consenso y perdonar, si así lo sienten.
-¿Y ese reconocimiento le ha funcionado?
-Sí. A mí me ha servido para ganarme el respeto de mi alumnado y de sus familias. Mis alumnos meten la pata, por supuesto, pero los maestros y las maestras también.
-¿La comisión de convivencia del «Andalucía» tiene más trabajo que en otros colegios de Sevilla?
-La nuestra se reúne con mucha frecuencia, todas las semanas, porque tratamos de prevenir los conflictos o evitar su expansión, si ya se han producido. Nuestra comisión tiene sobre todo un carácter preventivo en la resolución de conflictos y se resuelve tanto con el alumnado como con sus familias que participan en la resolución en un plano de igualdad. Lo que diga la madre o la abuela vale tanto como lo que diga la maestra. En bastantes ocasiones los conflictos se generan en el barrio y se tratan y resuelven en el colegio.
-¿En su colegio vigilan el recreo con más efectivos que otros colegios?
-En el patio es donde se suelen producir los conflictos en todos los colegios y solemos estar ocho maestros todos los días, que nos situamos en postas donde realizamos actividades para que los niños participen y evitar esos conflictos. No es una vigilancia tal cual, al uso. Lo normal quizá en otros colegios con una sola línea, con unos 130 alumnos como el nuestro, es que no sean tantos maestros en el patio, pero en el nuestro, incluso la familia participa y están en el recreo.
-¿Se ha avanzado mucho en convivencia desde el 2001, cuando usted llegó?
Sí, hemos avanzado mucho en convivencia en nuestro colegio y creo que ahora mismo es lo mejor que tenemos. En mis primeros años había agresiones a maestros, maestras e incluso inspectores. Aparecían ruedas rajadas, lunas rotas, coches rayados... Desde que las familias participan; desde que se abrieron las puertas para que trabajaran con nosotros y somos Comunidad, esto no es así. Porque se han creado vínculos de confianza y cariño. Al principio yo hacía muchas asambleas porque quería que nos conociéramos bien y saber lo que se podía hacer y no se podía hacer con el alumnado y su familia. Para saber sus inquietudes, sus necesidades, su manera de ver el mundo. Y a partir de ahí enseñar y aprender. En un quinto o un sexto de cualquier otro colegio el currículo está tan claro como la manera de darlo. En el mío las formas son diferentes para llegar al mismo currículo.
-¿Y nunca se planteó cambiar de colegio en esos primeros años de agresiones a maestros?
-No. A mí este colegio me da la vida y yo corro por el patio como si fuera una niña detrás del que sea. A veces entro triste en el colegio y salgo contenta porque nada más traspasar la puerta del centro se me quitan mis preocupaciones personales para centrarme en las de mi alumnado. Mi plaza está en el Emilio Prados, un colegio situado en el Cerro del Águila, pero estoy aquí en una especie de comisión de servicio. Es algo que se implantó hace casi dos décadas, cuando se creó el Comisionado para el Polígono Sur, y que se ideó para dar estabilidad laboral en colegios de difícil desempeño y evitar rotaciones continuas de profesores, de tal manera que el docente podía quedarse en la zona todo el tiempo que quisiera. Se llama proyecto de continuidad y así llevo 23 años. Donde he encontrado sentido a mi trabajo como docente ha sido en las Tres Mil Viviendas. Eso no quiere decir que yo no vea los problemas que tenemos. Pero yo quiero estar aquí porque aquí creo que puedo ayudar más y que mi labor puede transformar este contexto, aunque sólo sea un poquito.
-¿Cree que le puede cambiar la vida a alguno de sus alumnos a lo largo de esos años de aprendizaje en las aulas?
-Soy consciente de la realidad que tenemos en el colegio; y si no puedo cambiar la vida de mis alumnos, aspiro por lo menos, a que se cuestionen cosas y no dejen de soñar. Cada alumno toma las decisiones personales que considera convenientes y si no quieren seguir estudiando, por ellos o por presiones familiares, no podemos impedirlo, pero no quiero que dejen de perseguir sus sueños.
-¿Algún alumno suyo ha llegado a la Universidad en estos 23 años?
-Niños, ninguno. Ha llegado una niña, que es maestra. Sus padres trabajaban fuera del barrio. Tenía otros referentes. Tuvimos otra niña, que empezó Veterinaria, pero no acabó y otra que está en tercero de derecho. Y hay alguno que acabó en Bellas Artes. Algunos han llegado al bachillerato pero la mayoría se quitaban antes de acabar Secundaria. Ahora tengo tres que se han graduado en Secundaria.
-¿Hay referentes educativos en su colegio a los que los alumnos puedan agarrarse e intentar imitar?
-Ese es el problema precisamente. Y los casamientos tempranos no ayudan. Mi marido, que también ha sido profesor en las Tres Mil Viviendas, decía a los padres de sus alumnos que él estaba allí para que sus hijos, si ellos querían, se hicieran astronautas. Y casi todos le decían que se conformaban con que sus hijas acabaran de cajeras de un supermercado. Los mismos padres, tendían a unas expectativas no universitarias. Y con el Tik-Tok y el caso de Omar Montes muchos creen en el triunfo fácil. A muchos padres no se les pasa por la cabeza que sus hijos tienen capacidades y podrían llegar a donde quisieran. Por desgracia, no tienen referentes de gitanos médicos, enfermeros o maestros a su alcance. Y si surge uno así, como esos dos que le he dicho antes, no lo consideran referente y les dicen que están «apayados». El antiguo concepto de ser gitano se está perdiendo y la escuela como institución no la reconocen con la función que tiene, como pilar transformador. Puede ser porque muchos de ellos no han ido.
-¿Qué es lo más importante para poder dar clases en un colegio situado en una zona tan desfavorecida?
- Tener confianza y esperanza en que el proceso aunque sea lento, cambia. Muchas de las semillas que se siembran crecen.
-¿Qué ocurre cuando un profesor tiene que regañar a un alumno de su clase por mal comportamiento?
-Nada. Ni se regaña, ni hay mal comportamiento en sí. Cuando hay un comportamiento no adecuado, lo primero es calmar la situación. Después aclarar lo que ha ocurrido. Se reflexiona sobre el hecho en sí y qué podemos hacer para resolver esa situación para que todos nos quedemos conformes. La familia nunca nos quita la razón, al menos delante de nosotros. No sé lo que dirán por detrás. A veces incluso alguna madre me dice: ¡Maestra Reme, dile algo a mi niño!
-Eso es algo con lo que sueñan casi todos los profesores de los colegios e institutos públicos de Sevilla, que los padres se pongan de su lado y no del de sus hijos, cuando meten la pata.
-Sí, lo sé. Es como era la educación cuando nosotros éramos pequeños. Pero nos ha costado mucho conseguir esto. Mucho tiempo y mucho esfuerzo. Yo ya tengo en mi clase hijos e incluso nietos de algunos de mis primeros alumnos. He educado a tres generaciones familiares.
- Los sucesos acaecidos hace pocos días en el barrio, con dos víctimas mortales, han salido en los telediarios y en la prensa. ¿Esto no le asusta?
-A mí no me asusta. Los sucesos malos son los que venden. Pero este barrio hay que conocerlo para poder hablar. Todos los días ocurren sucesos que podrían salir en prensa por motivos positivos en educación, en sanidad, premios, labor social…pero siempre acudimos al estereotipo. Lo cual me duele.
- ¿Se puede acostumbrar un maestro a trabajar en un barrio donde se producen episodios violentos?
- Yo llevo 23 años pudiendo estar en otro centro y en otro barrio. ¿Se puede? No ocurren tantos hechos violentos como se cuentan. Yo he llegado a leer en prensa hechos que no son ciertos y que no ayudan a resolver.
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