Silvia Marsó: «Oscar Wilde hubiera sido muy feliz en Madrid por cómo es su gente»
COLONOS
La actriz viaja por la ciudad: por el Pavón, por el cheli, por la parte más creativa y menos destructiva de la Movida
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Silvia Marsó es hija del Pueblo Seco, el barrio barcelonés de Joan Manuel Serrat. Donde las coplas de Quintero, León y Quiroga se entremezclaban con Nino Bravo. Ese barrio barcelonés que tanto le recuerda a La Latina. Recibe, en una querencia ... mediterránea, en la terraza del Catalonia de la calle de Atocha, junto a unos nórdicos que chapotean en la pileta al sol inclemente de Madrid. Todo muy cerquita de sus sitios dilectos. Camina como entre nubes por la obra, remozada con un equipo que es casi una familia, que está representando en el Teatro Pavón de sus amores, 'La importancia de llamarse Ernesto', de Oscar Wilde. Un autor que, en sus palabras, sería muy dichoso en Madrid.
Conoció, y no es la primera de estas páginas, a Chicho Ibáñez Serrador. Imágenes de un recuerdo que la hizo ser la que es. Esa chica que estudiaba interpretación y hacía mimo en Playa de Aro. La misma que se sentía Núria Espert en el Teatro Griego de Barcelona, en plena montaña de Montjuich. Adora el cheli, y es capaz de imitarlo, que en los acentos hay también una parte fundamental del Arte Dramático. Que se lo pregunten a Arniches...
Marsó vive en teatro, que es una forma de habitar la ciudad y de disfrutarlo por las cuatro esquinas de la ciudad.
—Nace en el Pueblo Seco, donde Serrat. ¿Cómo era aquel barrio?
—Era un barrio popular. Recuerdo escuchar a las mujeres cantar por las ventanas al tender la ropa. Se me quedaban grabadas las canciones de copla, de Nino Bravo, de Los Tres Sudamericanos. Había mucho arte. Era una infancia muy mágica, porque tenía el teatro griego al lado. En Montjuich; subía una calle y ya llegaba. La entrada era libre. Estaba abierto, y me colocaba en el escenario, por las tardes, a imaginarme que era una actriz.
—¿A quién interpretaba?
—A Núria Espert.
—¿Algún barrio en Madrid con esa magia del Pueblo Seco?
—La Latina. La Latina tiene esa esencia del arte, de los artistas. De las escuelas de flamenco, de las tiendas de zapatos para los bailaores. La esencia de las tascas y las tabernas como muy populares y antiguas. Comparten ese aroma los dos barrios.
—Una tasca y una taberna castiza. ¿Qué ofrecen al intérprete de toda panoplia humana los queridos bares madrileños?
—Ahora todo el mundo va viendo el móvil en los transportes públicos. Cuando era jovencita, me gustaba ver cómo las personas, en esos mismos transportes públicos, conversaba. Era muy bonito ver cómo la gente se comportaba. Y ahora sólo se ve el móvil, y si hay seres humanos a los que buscarle una gestualidad, una manera de expresarse, lo tienes que hacer en los bares de Madrid.
—¿Cuál es la importancia de llamarse Madrid (sic)?
—La importancia de llamarse Madrid... A mí sorprendió, cuando llegué de Barcelona, que aquí se decía 'Madriz', con la z. Y yo decía 'Madrit', con t.
—Toda la vida en Madrid, como quien dice. ¿Se atrevería a escribir una obra de teatro con esta ciudad como protagonista?
—Bueno... Madrid tiene muchísima historia y tiene muchísimas historias. Me sorprendió mucho la Movida.
—¿Cómo fue su Movida?
—Yo era pequeña, la viví con los ojos abiertos. Observé el despliegue de arte plástico, de arte musical. De arte cinematográfico. Apenas había producción porque era muy difícil hacer cine, sólo se podía hacer en 35 milímetros, y era carísimo. Y aun así aquí se hacían cortos, cine más experimental. Fue muy interesante aterrizar en esta ciudad en plena Movida.
—El actor, la actriz, ¿dónde cura los nervios de las tablas?
—Yo iría al Retiro, lógicamente. Es precioso. Luego subiría por Las Letras. Un sitio con mucha magia es el Jardín Botánico, al que la gente de aquí no solemos ir. Los turistas sí que van. Es un sitio perfecto para estudiar, para perderse. O a la sierra. O a las bibliotecas. La del Reina Sofía, la Iván de Vargas con esos árboles plantados en la misma fecha en que se empezó a construir la Puerta de Alcalá. Hay rincones maravillosos en Madrid. Y muchos que me gustaría conocer.
—La vida que empieza cuando se terminan los aplausos. La magia de la tertulia. El 'après' que dirían en Francia...
—En la salida del Pavón, donde representamos 'La importancia de llamarse Ernesto', es alucinante el ambiente. Fuera y dentro del teatro. En todo el barrio. La gente se hace fotos, nos conocen, nos dicen cosas. Hay mucho ambiente. A veces los miembros de la compañía queremos tomarnos una caña, y está todo lleno.
—No le he preguntado por el 'Un, dos, tres...' . Le pregunto.
—Tengo recuerdos muy bonitos. Fue un aprendizaje. Una manera de iniciarme a nivel nacional en mi oficio.
MUY PERSONAL
- LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO. Barcelona, 8 de marzo de 1963.
—Julio Bravo recuerda haberle visto hacer mimo en Playa de Aro...
—La primera persona que conocí en esta profesión fue Julio Bravo. El veraneaba, de adolescente, allí, y me vio haciendo pantomima.
—¿Cuánto tiene Madrid de pantomima?
—No sé por dónde responder... La pantomima es la expresión corporal llevada a la interpretación. Y la expresión corporal en Madrid es muy auténtica.
—Ha hablado, a pluma cerrada, de su pasión por el cheli. ¿Se ve capaz de crear una obra en esa jerga?
—Escribir no, interpretarla sí. Hay profesores que me han enseñado los acentos. Esto es siempre un reto, porque trato que los personajes que interpreto sean distintos.
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—Es la primera vez que actúa en el teatro Pavón...
—Me hace mucha ilusión. Tengo una butaca de mi propiedad. Hubo una época en que un ser querido te regalaba una butaca.
—Por último, ¿qué diría ese genio del apotegma que fue Oscar Wilde de Madrid?
—Oscar Wilde hubiera sido muy feliz en Madrid. Por su gente, por como es.
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