De churrero y socorrista a librero: Una nueva generación para salvar la cuesta de Moyano
Tres casetas cerradas durante años en la única calle de venta de libros de Madrid reabren con nuevo dueño
Los 30 libreros reclaman al Área de Cultura la revitalización de la feria del libro antiguo de cara a su centenario
Carlos Castrejón ha sido muchas cosas en sus 48 años de vida. Menciona algunas: churrero, socorrista, técnico de iluminación en una productora. Pero nunca ha sido tan feliz como ahora. Es librero. De los que rescatan ejemplares manoseados y únicos. De los que aguantan el ... calor y el frío en una treintena de casetas casi tan antiguas como los puestos de los buquinistas de París a orillas del Sena. Sus dueños también envejecen y, en casi una década, nadie reemplazaba el vacío de los que se marchaban irremediablemente. Hasta este verano: la cuesta de Moyano tiene tres nuevos propietarios. Los primeros de un relevo generacional imprescindible para conservar la esencia de esta calle inclinada otros cien años.
«El libro de segunda mano tiene otra vida, no lo eliges tú, te elige un poco. Ahí tienes que hacer tu criba»
Jorge Rodríguez
Librero de la caseta 18
Carlos Castrejón pujó por la caseta 23, que cerró los postigos en 2016 y no salió a subasta pública hasta el pasado marzo. La Junta Municipal del Distrito de Retiro también ha adjudicado las casetas 7 y 18, todas iguales y azuladas, una réplica de las fachadas originales de principios del siglo XX. «Si en algún sitio se puede ser librero, por lo menos en Madrid o en España, el mejor sitio es este. Por la tradición y por la solera que tiene, y por un tema monetario: no dependemos solo de los clientes habituales sino de la gente de paso», cuenta Castrejón, que calcula que vende una media de 50 libros diarios.
La cuesta de Moyano es un bazar de las letras. Apenas 150 metros de paseo, que une la puerta suroeste del Retiro con la glorieta del Emperador Carlos V, reúnen cerca de 250.000 libros. Hay gangas de títulos tan populares que merece la pena localizar en los tableros bajo la sombra de los árboles por 2 euros. Y hay joyas de tinta y cuero y muchos años. Castrejón ojea rápido entre sus estantes abarrotados y extrae un tomo rojo, mediano, una primera edición de poemas de Rafael Alberti de 1937. El precio está escrito a lápiz en la esquina de la primera página: 250 euros. «Y este es una maravilla», añade el librero, y enseña un ejemplar mucho más grande, un «libro-arte» que recopila un encuentro de artistas en Pamplona de 1972. «Este ya no se encuentra» y puede costar entre 350 y 600 euros.
El idilio de Castrejón con la cuesta empezó en el año 2000, en la caseta 17, donde trabajó un par de años junto a su amigo Hugo Prestel. Luego se apartó durante un tiempo de los libros (al menos, del negocio), se dedicó a otras ocupaciones y volvió en 2012. Ya no se marchó. Una década más tarde ha conseguido su propia caseta, cedida por un plazo de diez años a cambio de un canon municipal de 3.208 euros anuales. Y trabaja como siempre: «Dependemos de ese azar que nos pone en contacto con la gente que quiere vender sus bibliotecas. Por eso es muy difícil especializarse, porque no tienes una entrada recurrente de un tema concreto», explica entre su miscelánea de papel.
Carlos Castrejón (sobre estas líneas) trabajó por primera vez como librero de Moyano en el año 2000, se marchó en 2002, regresó en 2012 y, diez años después, abre su propia caseta
Hacía 37 años que el Ayuntamiento de Madrid no sacaba a licitación ninguna de las casetas de Moyano, así que los números 7, 18 y 23 estuvieron vacantes durante demasiado tiempo. La búsqueda de libreros nunca fue un problema; de hecho, todos los nuevos adjudicatarios son viejos trabajadores de la cuesta. «Mi historia es como la de la mayoría de los libreros: nos gusta leer, el libro. La cuesta es el lugar de nuestra infancia. Después estuve trabajando para otros libreros, como empleado, para trabajos estacionales. Conocíamos cómo late y cuál es el pálpito de la cuesta», resume Jorge Rodríguez, de 45 años, dueño de la caseta 18 junto a sus dos socios, Carlos García y (otro) Jorge Rodríguez.
Oda al libro (usado)
A primera vista, Rodríguez y sus compañeros parecen los libreros más jóvenes de la cuesta. Y eso, como su vocación y su proyecto (Vértigo Libros, con predilección por el ensayo), es clave en este incipiente ciclo de renovación.
—¿Por qué ser librero?
—Por el vínculo con el libro, con la lectura. Estás defendiendo algo que conoces, algo en lo que crees, algo que, de algún modo, va más allá de la pura mercancía.
—Un librero de segunda mano no está pendiente de las novedades, ¿es diferente?
—La manera de relacionarte como librero no tiene absolutamente nada que ver. El libro de segunda mano tiene otra vida, no lo eliges tú, te elige un poco. Ahí tienes que hacer tu propia criba y quedarte con lo que te interesa. Son libros descatalogados, que ya no están en circulación, que cobran un nuevo valor, y ahí estás tú como librero para darle una nueva vida.
Jorge Rodríguez (en la imagen) afianza su proyecto, Vértigo Libro, con dos socios, Carlos García y (otro) Jorge Rodríguez, los nuevos vendedores de la caseta 18
Casi al principio de la calle literaria, en la caseta 7, asoman ejemplares de todos los tamaños y edades: 'La metamorfosis y otros relatos' de Kafka, 'La ciudad y los perros' de Vargas Llosa, 'La zapatera prodigiosa' de Lorca... Y, ante todo, poesía. Javier Bayo, de 47 años, recuerda una primera edición de 'Versos y oraciones del caminante', de León Felipe, que dolió un poquito vender. «Al final, no me puedo quedar con todo», dice con una sonrisa y 22 años de experiencia librera a sus espaldas.
Arqueología literaria
En ocasiones, algún cliente se encapricha con un título muy particular, y estos libreros rebuscan y preguntan a otros compañeros hasta encontrarlo. Porque lo encuentran. Es un trabajo casi de arqueólogo. Los bibliotecarios de Moyano reciben constantemente carritos enteros para inspeccionar; el mismo martes por la mañana, una pareja de avanzada edad trepaba la cuesta con un buen lote de libros a la venta. «Es la parte más bonita de mi trabajo», afirma Bayo. Sin embargo, además de los compradores veteranos y verdaderos bibliófilos, Moyano empieza a dar la bienvenida a un público nuevo. El relevo generacional, también, de la clientela.
«Los jóvenes tienen que venir a descubrir un mundo que no se esperan. Tiene algo mágico»
Javier Bayo
Librero de la caseta 7
«La gente joven tiene que venir a Moyano a descubrir un mundo que no se espera. Los madrileños no sabemos la suerte que tenemos por tener una calle así. Tiene algo mágico, siempre digo que es como el callejón Diagon de Harry Potter. Van a descubrir que se puede estar sin móvil, van a encontrar un mundo con libreros antiguos y libreros jóvenes, entre los que se forman tertulias en la calle, aquí hablas, preguntas...«, recrea Bayo. Poco después, Sanja, de 18 años, compra un libro pequeño de un autor británico, con cubierta azul y bordados dorados, por un puñado de euros. »Siempre que viajo me gusta llevar un 'souvenir', un libro, y aquí he encontrado unos pocos en inglés ¡y muy baratos!«, comenta. Ese librito británico viajará de la cuesta de Moyano a Macedonia.
Esta escena bucólica en pleno centro de Madrid tiene otras caras, la de las largas jornadas a la intemperie prácticamente todos los días del año, y la de una pelea constante por revitalizar esta feria. De eso sabe mucho Lara Sánchez, detrás de la asociación Soy de la Cuesta: «Aquí hay mucho librero por puro romanticismo», sostiene. El martes saludaba a cada uno de los vendedores atareados. A Carolina Méndez, presidenta de los libreros. A Carmen Rivas, dueña de la única caseta verdaderamente especializada, con una colección de música que en la década de los 80 y 90 era toda una referencia en la capital. Y a Lola Angulo, con un ojo excelente para la literatura de arte, que a sus 64 años se jubila. Otra caseta, la número 14, que se vacía.
Javier Bayo (arriba) es uno de los más veteranos: tras sus visitas de la infancia, cada fin de semana, la vida (y el desempleo) lo enviaron a la cuesta. Cumple ya 22 años allí
Es uno de los asuntos que la asociación puso sobre la mesa en su última reunión con la concejal de Cultura, Marta Rivera de la Cruz. ¿Cuánto tiempo tardarán en autorizar la concesión de la caseta 14? ¿Cuándo estará lista la nueva iluminación? ¿Qué hay de la promesa de una cafetería literaria? ¿Y la tubería rota que da problemas? En el anterior mandato, la entonces delegada del ramo, Andrea Levy, se comprometió a pulir la cuesta de cara a su centenario, en 2025, pero muchos de esos proyectos se quedaron en meros bocetos. Mientras tanto, los libreros pregonan sus propios tesoros. En la caseta 22, hueca desde que falleció Conchita, en 2011, hay charlas entre escritores, actividades para niños, tertulias sobre mujeres cuyos maridos se apropiaban de sus obras (continúan hasta el 15 de octubre)... y libros, muchos libros.