Oportunidades perdidas

Los chavales son igual de listos o, incluso, un poco más por aquello de que con el tiempo se sustituyen bíceps por neuronas pero se enfrentan a la terrible sociedad en la que nos ha tocado vivir no sólo a ellos sino a todos. Curso tras curso encuentras currantes natos que a base de talento o esfuerzo sacan todo adelante y a tontos, vagos y graciosillos que antes eran abroncados para ver si mejoraban pero que ahora se aferran a una malentendida igualdad de oportunidades para evitar la reprimenda. Una tergiversada igualdad que no se traduce en oportunidades sino en títulos que, al final, es lo que importa a sus padres para eludir su responsabilidad y al Estado para abrillantar sus estadísticas. Todos los chicos aprueban porque «todos» queremos aprobar sin dar palo al agua.

Los chicos ni son más listos ni más tontos, el problema está en que hemos comprado para todos el mismo crotal que nos califica como «excelentes» sin importar lo que somos de verdad. «Tamquam tabula rasa».

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Todo el mundo tiene derecho a triunfar en la vida pero cosa bien distinta es triunfar vía «Real Decreto 1/2020 de la felicidad». Cuando uno de estos tontos con un inmerecido título te tenga que operar a corazón abierto o imparta clase a tus hijos sin saber ni escribir toda la igualdad de oportunidades se habrá ido al garete porque nos habremos vedado la oportunidad de avanzar al grito de «somos iguales». Los empollones enclenques se dedicarán por decreto al levantamiento de pesas en aras de la igualdad de oportunidades y, bajo el mismo criterio, los brutos forzudos impartirán clases en Salamanca. Que nadie venga a quejarse después porque las cataratas te las operó un aizcolari y la lavadora te la reparó un tipo que sabia mucho de Aristóteles pero le dio por la fontanería.