VÍA PULCHRITUDINIS
Otoño
Aquí lo más bello, lo más duro, auténtico y esencial es ese paisano que se aferra a su ser, a su tierra
Probofol
Unos juegos excluyentes
Las noches ya no se aguantan con las ventanas abiertas porque el frío está llamando a la puerta, las portadas de las casas ya no están barridas, el viento cambia los mosquitos por una capa de polvo que huele a otoño. El mundo se ha ... ido o, como prefieran, ha vuelto a los pueblos de la meseta, a Castilla, a Campos. Los gatos y los perros ahora andan sueltos por las calles. Los animales son tan necesarios como la vida misma y todo el mundo lo sabe pero en los contenedores de basura ya no hay latas de comida para gatos. Los vendedores ambulantes reducen al mínimo sus visitas ante la falta de parroquianos y la vida vuelve a esa extraña normalidad que impresiona incluso a sus protagonistas: «Ya nos hemos quedado solos, los forasteros se han ido». Algunos aguantarán hasta el puente de los Santos y, después, ya sólo estarán «los del pueblo», los que aguantan todo el invierno.
Un invierno en el que la soledad hace pensar que los lobos te van a comer si sales a la calle. Unos meses sin discomovidas ni algarabía por las calles tras la puesta de sol. Un momento de realidad sin subterfugios ni aditamentos, colorines ni guirnaldas. Es el tiempo de quedarse o de irse, de meterse en el torrente que lleva a los estándares de la ciudad o de resistir impávido el paso del tiempo, de las estaciones que harán dar fruto a las huertas, traerán parideras y granarán las tierras.
En esa Castilla de Campos no hay arboledas suntuosas, ni riachuelos cantarines capaces de endulzar las fotos de los visitantes. Aquí lo más bello, lo más duro, auténtico y esencial es ese paisano que se aferra a su ser, a su tierra. En estos lares es donde el ecosistema que hay que estudiar es el de esos hombres y mujeres que resisten con dignidad arrolladora la tentación de su inmerecida invisibilidad para los creadores de contenido. Estos parajes no se mantienen vivos por la fauna o la flora sino que lo hacen apuntalándose en sus vecinos, en sus trabajadores, en unas gentes que desde ya y hasta el verano dejan de salir en las fotos pero que, con su existencia, nos permiten vivir a los demás. En los museos etnográficos siempre hay trillos y azadas pero a todos les falta un tipo con el ceño fruncido porque el polvo le está dando en la cara.
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