Donato, de ídolo a demandante de empleo

Hay gente que se hace querer al primer vistazo. Que desprende buenas vibraciones allá por donde va, ya sea por carisma, karma o bonhomía. Y uno de ellos es Donato Gama Da Silva (61), nacido en Río de Janeiro pero un español más desde que en 1988 cruzó el Atlántico para fichar por el Atlético de Madrid. Desde el principio se ganó el cariño de la afición colchonera, que lo alabó en los cinco años que estuvo en el Vicente Calderón y que le vio marchar al Dépor con pesar después de dejar dos Copas del Rey en la sala de trofeos del Manzanares.

Mas si su trayectoria en la capital fue brillante, mucho más resultó la que vivió en La Coruña. En sus diez años con la camiseta blanquiazul ganó una Liga, dos Copas y tres Supercopas en la etapa más brillante y recordada del Superdépor. Además, merced a su nueva nacionalidad hispana, defendió a la selección en doce ocasiones, con la que llegó a participar en la Eurocopa de Inglaterra de 1996. «Mi mejor recuerdo de futbolista, claro, fue ganar la Liga, que era mi sueño y para mí fue lo mejor. Sé que no se puede ganar ese título fácilmente y de hecho fue el único que logré».

Sin embargo, en su corazón rojigualdo guarda también un lugar especial para ese partido del 16 de noviembre de 1994, en el que se midió a Dinamarca en Sevilla. «Debutar con la selección fue increíble. Después de cuatro años nacionalizado ya pensaba que nunca iba a ser convocado, pero al final lo fui y estuvo fantástico hacerlo ante 80.000 personas. Por si fuera poco, ganamos tres a cero y, además, metí un gol. Tener a todo el estadio gritando mi nombre es algo que nunca olvidaré».

Sin embargo, de esos momentos de éxtasis al olvido hay sólo un paso. Después de retirarse a los 40 años, Donato intentó encauzar su vida hacia el mundo empresarial, pero no tuvo fortuna en los negocios. Hasta el punto de tener que regresar al terreno que conocía, el futbolístico. «Estuve trabajando con el Deportivo de La Coruña como embajador, ayudando a los jugadores y, sobre todo, ayudando a la gente, a los deportivistas. He tenido 28 años de carrera profesional y conozco bastante bien cuándo un jugador necesita apoyo, una motivación. No se trata de ir al psicólogo o hacer terapia, sino de conocer un vestuario. Los futbolistas me comentaban cosas que no les decían a sus compañeros, a su entrenador o a la directiva. Confiaban en mí. Era como un enlace entre todos y estaba muy contento, era un trabajo que me gustaba. Pero no sé lo que pasó que me vi fuera del club sin saber el motivo», se lamenta.

De modo que ahora lo que espera es que le vuelvan a llamar, porque «Coruña es una ciudad pequeña donde todo el mundo me conoce y sabe lo que puedo ofrecer al equipo. Estoy asentado allí y me gustaría formar parte del proyecto del Dépor, porque estoy seguro de que les puedo ser de gran ayuda», comenta.

Ahora, mientras espera esa llamada, pasa el tiempo disfrutando del golf. «Me hice socio de La Zapateira y me gusta mucho jugar allí. Incluso una vez me hice un hoyo en uno», reconoce con orgullo. Esta afición le llegó a través del fútbol, por Javier Clemente: «Me llevó a la selección y me transmitió el amor por este deporte, que ya me enganchó para siempre. Yo soy una persona muy competitiva, muy perfeccionista y tengo una relacíon curiosa con el golf. Por un lado es relajante, pero por otro es el deporte que más me saca de quicio. Pero lo mejor es que me permite seguir en contacto con compañeros de mi época que también juegan, como Guardiola o Sarabia», admite.