SAN ISIDRO
Hasta que llegó el tsunami de la izquierda de Talavante con un torazo de casi 700 kilos
El extremeño cortó una oreja tras una faena alejada de inteligencias artificiales, pura listeza e inspiración en una decepcionante y pesadora corrida de Juan Pedro. Morante, abroncado, abandona la plaza en medio de una lluvia de almohadillas
Viento en popa va la taquilla, que no el arte
![Alejandro Talavante, a izquierdas con Rebeco](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/05/29/alejandro-Rhd3NBFCsFylw0tGyQu3QjL-1200x840@diario_abc.jpg)
Si un vaso medio lleno costaba veinte mil euros en ARCO, ¿cuánto valía la faena completa creada por Talavante? Alejandro Magno, Alejandro el Grande, despertó a la Monumental del letargo en el que se había sumido con una corrida de Juan Pedro Domecq tan ... bien comida y cuajada que se pasó de volúmenes y no se entregó; mansota y sin fondo, geniuda a veces. Hasta que, de repente, el extremeño quitó las legañas de los repletos tendidos con un torazo que rozaba los 700 kilos y que embistió con más clase que ninguno para echar por tierra teorías conspiratorias sobre la báscula. Nadie, tan sólo el matador, intuyó que aquel pitón zurdo escondía tanto como para una faena de esa categoría. De blanco y oro relucía el vestido antes de la pieza; de sangre de toro cuando paseaba la oreja, que se frenó en una por la caída colocación del acero. «Piensa en Pedro Sánchez», le gritó un gracioso sin gracia en medio del silencio.
Tintes maestrantes había adquirido durante los minutos en los que Talavante agigantó la izquierda. De repente, como por arte de birlibirloque, tras un breve principio por alto, cogió la zocata y embarcó la ronda más natural de la tarde. Y por ahí siguió frente a Rebeco, un toro con el apellido de artista que humillaba y repetía con mucha calidad. Fue ese lado del tenedor por el que se centró, pero también probó la cuchara, intercalando una arrucina de puro valor. Talavante, tan despierto para ver el buen fondo que escondía este quinto, lo administró de maravilla, con la inteligencia de darle oxígeno antes de encajarse otra vez con él. Ahora, frente al burladero de la Policía Nacional, al desnudo, sintiéndose, cada vez más profundo. Cada vez más roto, pues hasta ese dúo de molinetes invertidos llevaba la firma de la inspiración. Era una faena contra inteligencias artificiales. Porque no hay IA que pueda simular lo que un hombre de seda y oro, Alejandro, hacía frente a un toro bravo, Rebeco. Y menos con esas tandas de naturales que hipnotizaban y estremecían, que callaban las gargantas para, enseguida, transformarlas en un tsunami de oles enronquecidos. Ningún 'prompt' podría instruir esos naturales. No había 'ChatGPT' capaz de hacer descender las musas hasta la arena para que la emoción se agolpase en los tendidos. Fue una solitaria faena en una tarde de cinco capítulos de contados detalles. Pero qué faena, tan bella y medida, en la que un torero deletreaba que la izquierda taurina está por encima de todas las artes, mal que le pese al ministro que lleva el nombre del Hemingway que recorría callejones, mal que le pese a ese presidente colombiano con nombre de la rana de 'Barrio Sésamo'.
Por abajo, rodilla en tierra, con reunión, ligazón y temple, epilogó Talavante, que dictó de nuevo una máxima: la belleza no está en la velocidad, sino en la quietud. Amanoletado el pase de pecho, con ese desdén tan personal mirando el graderío. Crecido y sabedor de que el edén de la Puerta Grande se encontraba a milímetros, pero la espada se desprendió y el triunfo, escrito está, se quedó en un trofeo.
Con el anterior, durito y geniudo, anduvo variado con el capote y declaró sus intenciones de rodillas, que se quedaron a medias cuando vio que Trinador se ponía a la defensiva. Y así fue el día –que inyectó más expectación a la corrida de Santi Domecq– en que gran parte de la afición esperaba a José Antonio y se encontró con Alejandro.
Una trinchera de látigo sembró la esperanza en el hondo y musculado Atleta, huido de salida y con mucha transmisión en la lidia por abajo de Curro Javier. Sensacional el tercio de banderillas de Joao Ferreira, el portugués del que algún sabiondo de Despeñaperros para abajo dice que es «muy malo». Jodo, con el malo. Pedazo de par prendió: de sombrerazo. Bastante que torear tenía este primero, de complicado genio, pero el que no tenía ningunas ganas de emprender una lucha de poder a poder era Morante. Madrid no quiere estajanovistas, pero no ponerse tampoco gusta. Con una ovación despidieron al juampedro y con una bronca al sevillano, que lo intentó con gotas de añeja torería y destellos de verticalidad en el cuarto, un toro que echó las manos por delante en el saludo y que no tuvo ningún ritmo. Sorprendió que esta vez no cogiera antes el acero. Y saliéndose de la suerte le dio matarile.
Antes, en el tercero, había protagonizado el quite del perdón con un trébol de verónicas y media, con el pecho ofrecido, entre la división de opiniones. El que paró el tiempo por instantes fue Pablo Aguado: lo acarició en los lances, pese al punteo de Tamborilero. Y luego cinceló dos monumentos a Chicuelo como réplica al cigarrero. Aquel río de trincheras, andándole al toro, supo a gloria bendita. Como ese molinete o el desdén. De escándalo. Pero el rajado animal se desentendía y, aunque pasaba sin maldad, así era imposible. Nada claro lo vio en la hora final. Con el guapo y hondísimo sexto tampoco pudo remontar su tarde, en la que siempre quiso hacer las cosas despacio.
Feria de San Isidro
- Monumental de las Ventas. Miércoles, 29 de mayo de 2024. Decimoséptima corrida. 'No hay billetes'. Toros de Juan Pedro Domecq, voluminosos, con mucho cuajo, sin fondo ni entrega, salvo el enclasado 5º, de estupendo pitón zurdo.
- Morante de la Puebla, de caldero y oro: pinchazo, dos hondos y descabello (bronca); pinchazo hondo y media atravesada (silencio).
- Alejandro Talavante, de blanco y oro: dos pinchazos, estocada y descabello (silencio); estocada caída (oreja).
- Pablo Aguado, de verde esmeralda y oro: dos pinchazos, estocada atravesada y dos descabellos (silencio tras aviso); pinchazo, otro hondo y descabello (silencio).
Y así se acabó la pesadora corrida –más de tres toneladas y media–, de la que se esperaba más, con la única clase y fondo de ese Rebeco, un milagro de casi 700 kilos ante el que Talavante provocó un tsunami por naturales. Con una ovación lo despidieron después de que llovieran almohadillas para Morante –la luz llegará– y se escuchase para el ganadero el clásico «pum, pum...»
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