Una Salomé feminista se quita los velos en Mérida
Belén Rueda encarna a la princesa bíblica en una versión escrita y dirigida por Magüi Mira
Belén Rueda: «Salomé utiliza el sexo porque es la única arma que tiene»

«Salomé danza / por todas las mujeres. / Y su boca sensual, / al sonreír, / escribe nuevas leyes. / Leyes de paz / que todo lo que existe / conmueven. / Eres diosa carnal, / un enigma moral / de ayer, de hoy, de siempre. / Un enigma del que siempre quedará / tu ... libertad de amar / como un torrente«.
Estos versos de Rubén Darío, pertenecientes a sus 'Cantos de vida y esperanza', son la falsilla sobre la que Magüi Mira ha dibujado su versión de 'Salomé'. Transformados en una canción de acentos pop, con ellos cierra el espectáculo que se ha estrenado en el Festival de Mérida –su última gran apuesta de esta edición–, con dirección de la propia autora y un reparto que encabezan Belén Rueda (Salomé), Pablo Puyol (Juan el Bautista), Luisa Martín (Herodías), Juan Fernández (Herodes) y Sergio Mur (Sirio).
Salomé es un personaje bíblico a quien los Evangelistas San Mateo y San Marcos mencionan sin nombrarla, refiriéndose a ella como «la hija de Herodías«. Y así comienza la historia de esta princesa idumea que Magüi Mira cuenta: »Debajo de este velo hay una mujer sin nombre... Una mujer sin rostro. Una mujer sin historia. Soy... una más, como tantas que aparecen en los libros sagrados escritos por santos varones.... Yo no tengo nombre… Las mujeres llegamos a la vida que engendramos del vientre de una mujer sin nombre... Somos del hermano, del padre, del marido, del abuelo, del hijo... Yo soy 'la hija de la Reina Herodías'«.
La historia de esta mujer, casi una niña, a quien retrató Tiziano y llevaron a escena Oscar Wilde, primero, y Richard Strauss, después, convertida en obra de teatro y ópera, respectivamente (ambas fascinantes), mezcla deseo, obsesión, despecho, capricho… Magüi Mira la ha convertido también en una historia sobre el ansia de libertad, sobre la búsqueda de un tiempo nuevo, sobre el poder del sexo –«el sexo tiene el poder de mover el mundo, amarlo y destruirlo», dice la directora–, y se convierte en muchos momentos, a través de Salomé y de su madre, Herodías, en un grito femenino exigiendo su derecho a amar y, sobre todo, a desear igual que los hombres sin recibir desprecio por ello.
Magüi Mira aleja a Salomé del estereotipo de niña caprichosa, para convertirla en una mujer que no solo se enamora (o se obsesiona) con Juan el Bautista sino que ve en él una oportunidad de escapar de la 'jaula de oro' en que se ha convertido para ella el palacio; el rechazo del Bautista le hace enloquecer y es este estado de enajenación el que le lleva a aprovechar la babosa pasión que siente Herodes por ella, utilizar su arma principal: su cuerpo y su sensualidad, y pedir la cabeza del Bautista. Pero Magüi Mira hace que sea Herodías quien lo pida, y no Salomé, una niña sometida al dominio de su madre.
El espectáculo, oscuro, enmarañado, con tendencia al grito en las escenas finales, recibió una ovación unánime en su estreno emeritense. En él, Herodes y Herodías son dos personajes guiñolescos, lo mismo que la grotesca guardia real –haciendo las veces de coro griego–; Juan el Bautista se asoma al musical con sus canciones; Sirio –personaje creado por la propia directora– es un narrador y testigo perenne de naturaleza ambigua; y Salomé, una mujer inquieta y determinada, tanto en su deseo hacia el Bautista (al que, extrañamente, consigue besar en vida) como en su rechazo a Herodes; no se aprovecha como se podría, sin embargo, el innegable poder de seducción de Belén Rueda en la siempre esperada danza de los siete velos, un momento que exige un foco mayor. Aun así, la actriz demuestra su jerarquía a lo largo de la función, lo mismo que Luisa Martín (especialmente) y Juan Fernández.
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