Cosas que aparentemente no cuentan
«Lo que allí ha ido sucediendo puede parecer casi nada y, sin embargo, ha brotado una cosecha abundante»
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El Papa ha querido colocar estos días en el foco lugares de los que apenas hemos oído hablar, o que raramente relacionaríamos con la vitalidad del catolicismo. Lugares como Yakarta, la isla indonesia de Flores, Port-Moresby o Dili. Lugares como Singapur, que nos suenan ... por su éxito económico o su pujanza tecnológica, pero no, desde luego, por una significativa presencia católica. No diré eso de que «Asia es el futuro de la Iglesia», porque cosas así también las hemos dicho de África y de América Latina. Todos los continentes pertenecen al futuro de la Iglesia y cada uno aportará algo diferentes y necesario para todos.
Lo que me llama la atención es que mientras el mundo gira a trompicones, mientras siguen las guerras y arrecia la incertidumbre en tantos ámbitos, el Papa, y con él la Iglesia, invierten tiempo y energía en cosas que no cuentan para los grandes de la tierra. Es verdad que alcanzamos a intuir que el beso del imán de Istiqlal a Francisco, tras recorrer el inusitado «túnel de la amistad» que une la catedral de Yakarta con la mayor mezquita de Asia, tiene un cierto impacto estratégico para las relaciones entre el cristianismo y el islam. Hasta ahí llegamos. Pero a casi nadie le importa, por ejemplo, lo que sucede en una pequeña ciudad del confín noroccidental de Papúa-Nueva-Guinea que se llama Vanimo. Francisco ha querido estar allí (con lo que eso supone de esfuerzo para él y para toda la organización de este mega viaje) para estar cerca de unos católicos que, aparentemente, n o cuentan gran cosa-. Allí ha recordado que desde mediados del siglo XIX la misión nunca se ha interrumpido en esas tierras, allí nunca ha cejado el anuncio de la Palabra de Dios, la educación de los más pobres y la asistencia sanitaria, allí los cristianos no han dejado de ser instrumentos «de paz y de amor» para todos. ¡Y no lo sabíamos! En realidad, así discurre la vida de la Iglesia en muchos lugares a lo largo de la historia: sin hacer ruido, aparentemente sin contar nada. Pero no es así. Claro que no es un camino de rosas. El Papa ha recordado que el trabajo misionero se enfrenta en aquellas tierras a la superstición y a la magia que pueden dominar el corazón de muchas personas; también intenta curar la violencia, la infidelidad, la explotación, el consumo del alcohol y de las drogas que aprisionan y hacen infelices a tantos hermanos y hermanas… El mundo es muy grande y diverso, pero, en cualquier lugar, la presencia del Evangelio la vida hace mejor.
Francisco les dijo a los miles de habitantes de Vanimo, que «el amor es más fuerte que todos los males, y su belleza puede sanar al mundo porque tiene sus raíces en Dios». Eso es verdad también para la Gran Manzana de Nueva York, para las favelas de Río o para el sofisticado Berlín. Pienso en los siglos de misión escondida en estas latitudes que el Papa ha querido poner en el centro del mapa. Según la contabilidad que solemos usar, también la contabilidad pastoral, lo que allí ha ido sucediendo puede parecer casi nada y, sin embargo, ha brotado una cosecha abundante. El Papa se lo recordaba a los misioneros: el crecimiento de lo que sembramos no es obra nuestra, sino del Señor que, a través de nuestros esfuerzos, «hace que su Reino venga a la tierra». Que se rían los cínicos.
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