El ejército de sij que se vuelca con Valencia: «No nos vamos a ir hasta que lo limpiemos todo»
Han repartido comida durante la pandemia y ayudado en Ucrania. Ahora medio centenar de voluntarios de la comunidad Sij del Punyab se vuelca en la limpieza de los pueblos valencianos arrasados por la DANA
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![Hay medio centenar de sij en la zona cero, de entre 20 y 70 años, dispuestos a ayudar «donde nos lo pidan»](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/11/16/sij-2-R9PbX2J2EZJPYgGuYnSZcNK-1200x840@diario_abc.jpeg)
Los cuidados turbantes -la mayoría naranja o azul marino aunque el catálogo de colores se completa con elegantes tonos verde oliva, granate o marrón- junto a las largas y acicaladas barbas que se arremolinan ante una frutería de Sedaví no dejan lugar a la ... duda: nos encontramos con la comunidad sij llegada hasta Valencia para colaborar en las tareas de limpieza. Son poco más de las once y se les encuentra inquietos, unos llaman por teléfono, alternando un español más bienintencionado que inteligible con el punyabí, su lengua de origen.
Es jueves, y la nueva alerta por DANA que reduce la movilidad en la zona más afectada el 29 de octubre parece jugar en su contra. Son una cincuentena de hombres, de los veinte a los setenta años, «dispuestos a ayudar donde nos lo pidan», pero ese día las distintas autoridades con las que están contactando no quieren asignarles un lugar de limpieza, para evitar que se desplacen, en un estricto cumplimiento del protocolo que, una vez más, se muestra absurdo. El sol luce en las calles de Sedaví y de hecho, la alerta se irá reduciendo de nivel a lo largo de la mañana hasta quedar desactivada.
«Llevamos aquí más de dos semanas, ayudando en todo lo que nos piden», nos cuenta en un precario castellano Gurmunkh Singh, que viene de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona). Tiene 70 años y, hasta hace tres regentaba una empresa de electricidad. Ahora, ya jubilado tras 37 años en España, fue de los primeros en acudir al reclamo de la comunidad sij para ayudar tras las inundaciones. «Es algo que nos dice nuestra religión, todos los hombres somos iguales, así que cuando la gente tiene un problema o lo pasan mal todos tenemos que venir aquí para ayudar», se hace entender en un rudimentario castellano en el que economiza artículos y conjunciones para centrarse en los indispensables sustantivos y verbos.
Mientras el grupo espera órdenes, Gurmunkh nos muestra la frutería de otro de sus paisanos, arrasada por la inundación, pero recompuesta los primeros días por la alegre cuadrilla de turbantes multicolor, y en la que ahora se reparte fruta y verdura fresca a todos los que se acercan hasta allí. «¿Tienes puerros? Queremos hacer cocido», le pregunta un hombre a la mujer ataviada con un pañuelo que reparte desde el improvisado mostrador elaborado por cajas ante las puertas. «No nos quedan», lamenta ella. «Bueno, pues danos algunas zanahorias y un brócoli», le responde conforme el hombre, que llena el carrito de la compra machado de barro y pasa el turno al siguiente de la cola.
«Hemos limpiado en muchos sitios, toda esta zona los primeros días y ayer esa farmacia -señala con el dedo un establecimiento cercano que ahora aparece totalmente diáfano- que estaba lleno de mierda», expresa directo, sin buscar eufemismos. «Ahora somos unos cincuenta, pero el fin de semana éramos casi 400, los que venimos de fuera dormimos en el templo, en Valencia», añade mientras seguimos esperando órdenes. Labh Singh, el responsable del templo local y vicepresidente de federación de los sij de España, concreta la labor que están haciendo: «No hay supermercados, no hay restaurantes, ¿cómo van a comer?», nos explica sobre su labor desde la frutería.
Pasan unos minutos de las 13 horas y los movimientos agitados de los turbantes parecen presagiar una buena noticia. «Ya tenemos un sitio, en Paiporta, lo ha buscado un amigo militar», me dice Prince Singh, que me invita a subir a su todoterreno para acompañarles. De apellido Singh de nuevo, pero no son hermanos ni se trata de un error. Todos los hombres sij usan 'Singh' -león en punyabí- como segundo nombre y apellido. Para las mujeres reservan 'Kaur', princesa.
Es otra de las peculiaridades de esta comunidad religiosa y étnica ubicada en la región del Punyab ubicada entre en India y Pakistán a quienes les reclaman la independencia desde la descolonización británica de la zona. Debido a la constante tensión, desde finales del XIX los sij comenzaron una diáspora que ha llevado a que un 25 por ciento de su comunidad viva fuera del Punyab. El color oscuro de su piel, las barbas y el turbante -con el que recogen y protegen el largo pelo que nunca se cortan- hacen que les confundan con hindús o musulmanes, pero en realidad profesan una religión monoteísta iniciada en el siglo XV por el Gurú Nanak como respuesta al excluyente sistema de castas.
![Imagen principal - Arriba, la frutería de Sedaví donde la comunidad sij reparte verduras y frutas gratuitas a la població. Debajo, un momento de la comida antes de comenzar el trabjao. En la última foto, Amrik Singh, el sij de Llançà (Gerona) que ha dejado sus negocios para ayudar en Valencia. Antes estuvo también en Ucrania.](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/11/16/fruta-U12620448162xPc-758x470@diario_abc.jpg)
![Imagen secundaria 1 - Arriba, la frutería de Sedaví donde la comunidad sij reparte verduras y frutas gratuitas a la població. Debajo, un momento de la comida antes de comenzar el trabjao. En la última foto, Amrik Singh, el sij de Llançà (Gerona) que ha dejado sus negocios para ayudar en Valencia. Antes estuvo también en Ucrania.](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/11/16/comida-U75876363858Xvl-464x329@diario_abc.jpg)
![Imagen secundaria 2 - Arriba, la frutería de Sedaví donde la comunidad sij reparte verduras y frutas gratuitas a la població. Debajo, un momento de la comida antes de comenzar el trabjao. En la última foto, Amrik Singh, el sij de Llançà (Gerona) que ha dejado sus negocios para ayudar en Valencia. Antes estuvo también en Ucrania.](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/11/16/influencer-U53256610638PcF-278x329@diario_abc.jpg)
India no, del Punyab
Conscientes de esa constante confusión étnico religiosa no parecen enfadarse cuando, son aclamados por los vecinos en su enérgico deambular por las calles manchadas de barro, armados con cepillos, palas y capazos. «Gracias por venir de la India a ayudar», les dice un vecino al que miran con una sonrisa y le explican, «India no, Punyab», a la par que entonan un cántico que lo ratifica.
Esta vez, el tránsito nos ha traído hasta un parque en Paiporta donde todavía más de un metro de barro cubre los bancos, los juegos infantiles y todas las plantas. Soldados del Ejército están limpiando, mientras con una pequeña retroexcavadora sacan el resto del barro. «No quieren que limpiemos ahí por si se encuentra algún muerto», nos dice Prince.
Un nuevo contratiempo en su lucha desesperada por ayudar que deciden resolver de forma proactiva. Dada la hora, deciden que es mejor comer antes y rápidamente se ubican en una fila, sentados en el suelo con la espalda contra la pared. La comida es rápida, apenas 20 minutos, y, en ese tiempo, los encargados han encontrado un tajo donde poder ayudar. Está a unos centenares de metros de metros, justo a la otra parte del barranco del Poyo, el causante de esta tragedia. Hacia allí nos dirigimos a pie, en fila ordenada y rápida, en una marcha casi militar. Nada más llegar reparten sus efectivos entre el bajo de un piso de dos plantas y un callejón, ambos taponados e intransitables con más de un metro de barro y restos de cañas de las que arrastró el barranco desde kilómetros más arriba.
La máquina punyabí
Distribuidos para la faena, justo antes de comenzarla, Prince entona una breve oración que a la que responden con un grito de ánimo el resto. Comienzan el trabajo y en apenas unos minutos el fango mientras la montaña de fango crece en la calle -de donde una grúa lo retirará más tarde-, el suelo del bajo y de la calle vuelve a vislumbrarse tras más de quince días cubierto de barro, «¡La máquina punyabí!», nos dice orgulloso Prince, que también ejerce de improvisado capataz mientras vacía con una rápida cadencia rítmica los capazos que le llegan por la cadena organizada por sus compañeros. No sorprende, las ganas de trabajar eran grandes y las manos numerosas, por lo que la faena evoluciona con presteza.
Entre el grupo se hace notar Amrik Singh quien aprovecha los momentos de descanso de sacar barro con la pala para grabar con su teléfono móvil. Es el 'influencer'. Por TikTok circula un vídeo viral en el que explica a los ciudadanos que les aclaman que «vosotros nos habéis dado de comer y nosotros queremos ayudar, es nuestro trabajo». «No sólo para papeles, en lo malo y en lo bueno estamos aquí, y hemos cerrado nuestros negocios en Girona para ayudar y no nos vamos a ir hasta que limpiemos todo», añade entre aclamaciones y aplausos.
![Prince (en primer plano y con turbante azul) coordina la cuadrilla de voluntarios](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/11/16/sij-U56220488157xfR-760x427@diario_abc.jpeg)
Amrik vive en Llançà (Gerona), donde tiene un supermercado. También abrió un restaurante de cocina india en Figueras. Unos negocios que no le impiden realizar la labor humanitaria con la comunidad sij allí donde le necesitan. «Comencé en la pandemia, repartiendo comida de nuestros supermercados, llevándola gratis a los ancianos que no podían salir de casa. Luego estuve seis meses en Ucrania», cuenta a ABC. También, según relata, está pendiente de denunciar la trata de mujeres que, desde India, son llevadas a Serbia y Grecia para obligarlas a ejercer la prostitución.
«Cuando tengo que salir mi mujer y mi hija se encargan de los negocios, pero alguno lo tenemos que cerrar. Por estar aquí, he perdido el 70 por cien de mi negocio, pero esto es una obligación», nos comenta. «Cuando firmas para recoger el pasaporte español, tú te comprometes en lo malo y en lo bueno y ahora tengo que cumplir con mi país, España. Vamos a estar aquí hasta que se necesite», añade.
«Es lo que aprendemos desde pequeños»
Tras la pausa en nuestra conversación, Amrik vuelve al grupo y coge de nuevo la pala. El trabajo de «la máquina punyabí» sigue firme, entre gritos y cánticos de ánimo. Ya está despejado más de medio callejón cuando decidimos dejarles a media tarde, antes de que el anochecer haga más complejo transitar a pie por la zona cero. Un rato después, Amrik se encargará de mostrar en redes sociales cómo han rematado el trabajo.
@amrik.singh.spain #valnciadana #sikh #danavelencia #velenciaespaña🇪🇦 ♬ waheguru simran (Acoustic) - Robby Shine
Al salir del callejón, nos encontramos a Prince pegado al teléfono. No quiere ser rehén de nuevo de la desorganización de ese día. «Estoy buscando un lugar para mañana, a las 8 queremos estar ya trabajando», nos dice. «Sólo queremos que nos den una zona, diez calles para limpiar todo y nosotros nos haremos cargo», añade. Es la petición desesperada de un engrasado ejército de voluntarios que sólo quiere ayudar, sin recibir nada a cambio. «Es lo que aprendemos de pequeños», sentencia Prince.
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