El centro de menores de los horrores: «Ojalá sea hoy nuestro último día aquí»
La institución para niños conflictivos de Ateca quebró la tranquilidad del pueblo: «A los trabajadores les venía grande su labor»
Ahora los pequeños quieren huir del pueblo, al igual que los vecinos, tras un pasado lleno de violencia: «Quemaban cosas y llegaron a romperle el brazo a una mujer»
Los niños presentaban quemaduras de cigarros en la piel, golpes e incluso se produjo la violación a una menor interna
![Uno de los menores internados en el centro se asoma a la ventana para hablar con ABC](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/08/02/reportaje-R7lJVkhiWmT3JX4UZ71pflI-1200x840@diario_abc.jpg)
En la plaza de Jesús y con vistas a la Iglesia de Santa María. El destino quiso que se ubicara en un entorno muy religioso. Quizás con la intención de que fuera positivo para unos niños conflictivos. Pero no surtió. En Ateca, un pueblo de algo más de 1.700 habitantes, las conversaciones solo giran entorno a la detención de cinco trabajadores del centro de menores (entre ellos el director) por presuntamente torturar a dos adolescente de la institución.
Cuando ABC pregunta a los vecinos sobre cómo era la convivencia y la situación de los niños en el pueblo, todos coinciden en una cosa: desde que se abrió el centro de menores con chavales conflictivos el ambiente en las calles se volvió hostil. «Vivían más tiempo fuera que en el propio centro», expresa un anciano, vecino de los menores.
Cuenta que desde el inicio -sus puertas abrieron en mayo de 2017- tuvieron libertad absoluta para rondar por el pueblo, con la única condición de pasar la noche en el edificio, y que no se alejaran más allá de las piscinas que se encuentran a las afueras. «A los trabajadores les venía grande su labor y a la vista está». «Salían a las tres de la mañana a quemar cosas, a pegarse entre ellos, fumar marihuana, robaban alcohol en los bares… era un desastre y quebró por completo la vida tranquila de Ateca. Esto era lo más pacífico de Zaragoza», lamenta otro señor, quien tuvo varios enfrentamiento verbales, porque la azotea de su vivienda da a una de las habitaciones del centro.
El punto de no retorno ocurrió hace cinco años, en 2019, cuando uno de estos menores le rompió el brazo a una anciana empujándola contra una pared, con la intención de robarle el bolso. «Mi prima, además del susto y de estar una temporada sin salir de casa por miedo, tuvo que pasar por tres operaciones», explica un familiar de la agredida.
«Quemaban cosas, se pegaban, robaban... Una monita lloraba pidiendo que dejaran de tirar cosas por la ventana»
En total no son más de 30 jóvenes los que llenas las habitaciones del centro, adolescentes en su mayoría y todos ellos extranjeros. El problema, cuentan los vecinos, es que no se relacionaban con nadie más del pueblo y vivían en una burbuja que retroalimentaba su conducta agresiva y daba rienda suelta a seguir con sus andadas. «Una noche llegué a escuchar cómo lloraba desesperada una trabajadora pidiendo que por favor pararan de tirar cosas por las ventanas y se fueran a dormir. Me partió el alma», comenta otro vecino del pueblo.
Niños silenciados
Lo que cuentan los chicos es otra cosa. Al acercarse los periodistas al edificio, saludaban tras los barrotes de las ventanas (ayer no les dejaron salir a la calle), con cierto aire de malestar. No querían estar ahí. Antes de que se les preguntara, chillaron: «¡No nos dejan decir nada!», exclamó uno de ellos, seguido de los gritos de otro joven que se encontraba dentro de la habitación: «¡Subid la música, que nos nos oigan!», en lo que parecía un intento de no querer llamar la atención de los monitores.
«Fueron unos diablillos y seguro que siguen dando problemas a los trabajadores, pero creo que no se merecían algo así»
En los escasos segundos que tuvo este redactor para hablar con ellos, preguntó por su estado de salud y de los dos compañeros que denunciaron al director y a los trabajadores. Justo antes de que llegara una monitora y cerrara la cortina, la única chica del grupo que se había asomado expresa: «Ojalá sea nuestro último día aquí».
Cambio radical en un día
Por algún motivo que afirman desconocer los vecinos, la conducta agresiva y problemática de los menores cambió hace tres años. «Fue de la noche al día», comenta una vecina. «Ahora salen siempre acompañados de un monitor, saludan al resto de vecinos e incluso hacen labores sociales, como limpiar las calles o el río que hay aquí cerca». Cuando se le pregunta sobre las supuestas agresiones, su opinión difiere de la del resto de vecinos: «Fueron unos diablillos y seguro que siguen dando problemas a los trabajadores, pero creo que no se merecían algo así».
«Es mentira que a esos niños les hayan torturado», defiende la pareja de esta vecina. «Si hace años no le pusieron la mano encima, porque lo iban a hacer ahora que llevaban una temporada muy larga comportándose como personas civilizadas».
ABC pudo hablar con uno de los trabajadores del centro. Al preguntarle sobre cómo estaban los niños, esta fue su fugaz respuesta: «Estamos jodidos. Saquen sus propias conclusiones».
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