entrevista
Ana, médica de Dos Hermanas desde hace 40 años: «El enganche de la gente a los tranquilizantes es brutal»
La doctora Ana López, que ha sabido conectar con miles de pacientes gracias «al don que me dio Dios para escuchar», alerta contra la medicalización de la sociedad y reclama una medicina más social que ponga más énfasis en la prevención
«Quizá no sea una médica brillante pero Dios me ha dado el don de saber escuchar»
«La gente ha perdido el sentido común y usa los centros de salud como cajeros automáticos»
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En la ciudad de Dos Hermanas se dice que «no hay mejor medicina que una charla con la doctora Ana López» porque esta médica de familia de 64 años tiene tanta experiencia que sabe tratar y reconfortar a sus pacientes. «Dios me dio el don ... de escuchar», confiesa esta nieta de albañil e hija de costurera que fue la primera de su familia que fue a la universidad. Lleva casi cuarenta años ejerciendo la medicina y cuenta que se relaja haciendo macramé y leyendo libros de historia.
-España está a la cabeza del mundo en consumo de benzodiacepinas. ¿Hay alguna explicación?
-No lo sé pero veo a mucha gente enganchada a los tranquilizantes. Cada vez más. Es un enganche bestial. Como médico de familia, sigo haciendo cursos y una de las cosas que se me quedó de uno de ellos es que «la mejor manera de combatir el abuso de las benzodiacepinas es no recetarlas». Porque a partir de la primera que se toma, el enganche suele ser brutal.
-¿No las receta en su consulta?
-Procuro no recetarlas por el bien de mis pacientes, incluso se ha demostrado una relación entre su consumo y la aparición de la demencia. Sólo las receto en casos muy especiales, o cuando vea que esa persona va a ser capaz de dejar de tomarlas cuando acabe el tratamiento. El problema que tenemos es con los pacientes que llevan ya veinte años tomándolas.
-¿Qué le dice la gente para que se las recete?
-Me dicen que se despiertan a las cuatro de la mañana y ya no pueden volver a dormirse. Pero eso son cosas normales con la edad y hay que acudir a cosas menos adictivas como la valeriana o la melatonina. Y tener hábitos de vida más saludables.
-¿También hay una epidemia de fibromialgias?
-Hay mucha gente con esta enfermedad que no se cura con pastillas. Yo recomiendo el ejercicio físico, es lo que resulta más eficaz. La fibromialgia y la menopausia siempre me han interesado mucho.
-¿Usted hace mucho ejercicio físico?
-La verdad es que no. Me gustaría andar más pero estoy mucho tiempo aquí sentada con mis pacientes. Mi novio tiene parkinson y cuenta con un entrenador personal para hacer ejercicios y últimamente repito esos ejercicios en casa.
-Le gusta mucho la Historia y leer. ¿Qué está leyendo ahora mismo?
-Un libro de una paciente de 84 años titulado «Tierra de mujeres» que aprendió a leer ya mayor en la escuela de adultos.
-¿Todavía hay personas en Dos Hermanas que aprenden a leer en una escuela de adultos?
-Sí, sobre todo, gente del campo. Y también tenemos una escuela de la memoria, que es ideal para las personas mayores.
-¿Qué le aconsejaría a una persona para tener una buena vejez, dentro de lo que cabe?
-Lo primero, aprender a vivir sin el trabajo. A veces estás tan centrado en tu trabajo que te olvidas de que eso también acabará y que es preciso buscarse otras actividades. Igual que nos preparamos para trabajar, hay que prepararse para dejar de trabajar. Hay que buscarse proyectos e ilusiones nuevas. Por supuesto, una buena alimentación y tener una vida social. Hablar con alguien a diario es importante.
-¿Cuáles son sus pacientes más problemáticos: los mayores o los jóvenes?
-Los jóvenes. Los mayores ya han pasado por el filtro de la vida y han aprendido a distinguir lo importante de lo que no lo es, de lo que merece la pena preocuparse y de lo que no. Creo que estamos criando a una generación que se está mirando siempre el ombligo. Hemos querido tanto a los hijos que los hemos estropeado. Los hemos malcriado y lo hemos convertido en egoístas. Y me preocupa qué pasará en el futuro porque la historia nos enseña que las grandes civilizaciones de la humanidad acabaron cayendo por una degradación moral de sus habitantes.
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