Víctor Erice: «Si admito que 'Cerrar los ojos' es testamentaria, no tengo más horizonte que la jubilación o el cementerio»
El cineasta recogerá este viernes el premio Donostia en el Festival de San Sebastián, coincidiendo con el estreno de su última película, 'Cerrar los ojos'
Crítica de 'Cerrar los ojos' (*****), por Oti R. Marchante
![Víctor Erice, este viernes en San Sebastián, donde ha presentado 'Cerrar los ojos' y donde recogerá el premio Donostia](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/play/2023/09/29/1472064423-RkqdsWRZJQh0LrDWWHRrUMN-1200x840@abc.jpg)
Hasta tres veces rompió a llorar Víctor Erice durante su encuentro con los periodistas. No era fácil para un cineasta que a sus 83 años mide sus actos sociales al milímetro y cuya vida es algo así como un misterio del que nadie quiere romper el velo de la incertidumbre. Pese a que no todos los daban por hecho, Erice se presentó a la rueda de prensa por el premio Donostia que este viernes, coincidiendo con el estreno de su última película, 'Cerrar los ojos', recogerá en el Festival de San Sebastián. Lo hizo ataviado con una camiseta negra de los hermanos Lumière y pronto dejó una frase rotunda sobre la situación actual del cine: «Del proyecto original de los Lumière solo queda hoy la sala cinematográfica. Las películas se realizan, producen y distribuyen de manera distinta. Solo quedan las salas, y prácticamente como residuo. Una verdadera película reclama como medio natural la sala cinematográfica», explicó el cineasta.
Bajo unas estilosas gafas de sol y su poblada cabellera, Erice lloró por primera vez al recordar al escultor Jorge Oteiza. Estaba hablando sobre el arte como elemento de sanación, que es un tema que aparece en 'Cerrar los ojos'. «Es una de las cualidades de lo que se dio en llamar el arte en general. Está en los libros, los cuadros, las músicas o las películas que irrumpen en nuestras vidas y nos modifican. Después de pasar por esa experiencia de algún modo nos sentimos distintos», dijo. Y habló de Oteiza como «alguien más que un artista» porque para el también poeta, el arte, además de esa función, debe servir para que el artista «ingresara en la sociedad y se dedicara a la enseñanza». «El arte debe morir para que el arte viva», citó Erice, que pidió perdón por «revestirse» de la «la protección de grandes maestros» a los que, dice, «no llego ni a la suela de los zapatos».
Víctor Erice alabó también el cine por encima de todas las cosas. Y viajó a su infancia, a una España en la que, recuerda, el proyector servía como vía de escape. «A través de las películas por unas horas fuimos ciudadanos del mundo. Nos permitió elegir a nuestros maestros, cineastas repartidos por todo el mundo que no tenían el estatuto de artista y eso era extraordinario». Y ahí desarrolló otro de esos puntos dentro de su imaginario: «Creo mucho en la creatividad de un cineasta que no tiene la conciencia de hacer arte. Nunca he pretendido hacer arte como motivo de mis proyectos. Eso surge o no surge. Esa es la aventura de la creación», ratificó.
Además de su imaginario, otro elemento vertebra la figura de Víctor Erice: su leyenda. Esa que lo sitúa como un genio del cine alejado y apartado de la industria, perfeccionista y genial, un hombre de otro tiempo que, además, parece haberse perdido durante los últimos años. Su último largometraje, el documental con Antonio López 'El sol del membrillo', es de 1992, y su última ficción, 'El sur', de 1983. «Me van a perdonar lo que voy a decir. No quiero ofender a nadie. Desconfío de la leyenda épica alrededor de mi persona como cineasta, en ese relato épico se cuentan las cosas de una manera en la que no me reconozco», aseguró. Y citó a John Ford en 'El hombre que mató a Liberty Valance': «Lo que hay que imprimir es la leyenda». «La leyenda épica está muy bien como elemento publicitario. Cuenta con sugerir que hace 30 años que no hago una película, cuando hice una videoinstalación en Bilbao, están mis cortos… Fuera del marco audiovisual donde solo se contabilizan los largometrajes hay vida, verdadera vida. La mayor vitalidad de lo que pueda quedar del cine se da en la periferia del sistema», remató, y dejó después otra frase categórica: «Combato toda esa retórica que se difunde de que esta película es testamentaria. Si admito eso, mi único horizonte vital es la jubilación o el cementerio. Comprenderán ustedes que me resista», sentenció, con buena parte del público riendo.
Sin nostalgia
Precisamente, Víctor Erice recogerá esta noche el premio Donostia en el Teatro Victoria Eugenia, el mismo lugar en el que hace cincuenta años ganó la primera Concha de oro del cine español por 'El espíritu de la colmena'. «Recuerdo de aquella noche que subimos a recogerla Elías Querejeta y yo, que éramos amigos, y recuerdo que la mitad del cine pateaba y la otra aplaudía. Era un índice de la vitalidad del cine. También un índice de que era una película a contratiempo, o contra el tiempo para lo que eran las convenciones del cine de ese momento», celebró Erice, que, sin embargo, adujo que ni él ni su última película son nostálgicas. «No es para nada una película de nostalgia de los proyectores o de las viejas salas porque eso se ha ido con el siglo y lo acepto como servidumbre del tiempo. La película sí tiene, y es que lo vi al final sobrevolar, el ángel de la melancolía, porque es el ángel de la historia del que habló Walter Benjamin», explicó el cineasta que sentenció, pese a la sorpresa de todos, no tener «ninguna concepción fetichista ni del cine ni de la tecnología». Un hombre que, citando a Antonio Gramsci, se define como pesimista de la inteligencia y optimista de la voluntad.
El segundo amago de desborde de emoción, que terminó en lágrimas y en cerrada ovación, fue al citar a Manolo Solo, ausente de la ceremonia por motivos personales. Lo hizo para hablar del azar que recorre sus películas y de la forma de trabajar, porque Erice, defiende que, pese a su fama de «perfeccionista», él muchas veces no sabe a dónde quiere llegar. Y por ahí simuló después una especie de petición de perdón a José Coronado, el otro protagonista de 'Cerrar los ojos', por no haberle dado instrucciones más certeras durante el rodaje. «A medida que crece el presupuesto la libertad pueda ser menguada y que la intervención del azar no sea admitida por la estrategia de rodaje. He tenido la suerte, a pesar de la reputación de cineasta perfeccionista, de tener que improvisar en todas mis películas», remató. .
La tercera vez que lloró fue por algo más personal. Víctor Erice se puso a hablar de lo que para él es el cine. «Para mi el cine es una experiencia vital y me lanzo a la aventura. Solo puedo hablar desde la experiencia del cine donde hay dos caras: a veces digo que es una experiencia patética porque quizá, quizá, no he salido de una sala de cine en toda mi vida». Y volvió a desbordarse antes de rematar la idea, que dejó volando en el aire para siempre.
Remató con un desafío a los jóvenes: «Tienen que enfrentarse al desafío de crear imágenes en un mundo presidido por una gran polución de la imagen. Lo tienen más difícil ahora que en el tiempo en el que yo era un joven aprendiz de cineasta».
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