Crítica de 'Cerrar los ojos' (*****): Víctor y el tiempo, Shanghái, el Sur… Víctor y Ana
Son excepcionales todas las entradas 'en campo Erice' del personaje que interpreta Mario Pardo, que es todo lo que ya no queda
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Cuando se presentó en el Festival de Cannes con nocturnidad hubo que escribir de ella con esa misma nocturnidad e impresionado emocionalmente por lo inmediato de su onda expansiva; han pasado varios meses, algún otro visionado y el efecto no permanece sino que es aún mayor tras la asimilación y reflexión de aquel primer golpe. Es la obra maestra de la filmografía de un hombre que ya había hecho dos, no más. Dando por leído aquello, se intenta ahora completar con algunos detalles que vienen a sugerir lo que tiene de confesión, de testamento, de reconocimiento de sus alrededores, de recuperación de sus ideales de cine, vida, invisibilidad, tiempos y espacios, además de un tratamiento humano, digno, de la idea de fracaso, o frustración o aceptación de que uno no siempre puede evitar extraviarse tras el rastro evidente de su enorme talento.
¿De qué habla Víctor Erice en 'Cerrar los ojos?, de un director inacabado, Miguel Garay, que no pudo terminar su primera película y abandonó la trinchera, de un actor esfumado, de un amor que terminó casi sin haber empezado, de una idea del cine que ilumina la pantalla y es el principio, causa y efecto de todo en esta película, de la necesidad de encontrar esa última mirada, de que el recuerdo y el olvido tienen la misma música, y de que el lejano Oriente y el Sur son su Ítaca, los lugares a los que ha tardado una vida en llegar.
La película empieza en otra película, la que el director Miguel Garay no pudo terminar; un magnífico arranque en el que Josep Maria Pou y José Coronado interpretan para Garay, no para Erice, pero dejan la impresión de que esa historia sobre una búsqueda en Shanghái era una obra que querríamos haber visto. Luego habrá otra secuencia en ese escenario y esa película en la que se expresa con enorme profundidad la necesidad de un padre de verse mirado en su último aliento por los ojos de su hija, de su obra.
Algo que sería solo melodramático si no notáramos en tantísimos momentos de 'Cierra los ojos' la necesidad de Víctor Erice de verse mirado, él o su película, por los ojos de Ana Torrent, por encontrar en ellos la memoria que le falta a Julio Arenas (Coronado), el actor desaparecido en su búsqueda de Shanghái y su tropiezo con el Sur. Los momentos de Manolo Solo (Garay) y Ana Torrent, o de José Coronado con ella al lado en una sala de cine, son completamente 'espirituales', un órdago a la chica, al tiempo y la memoria.
Son excepcionales todas las entradas 'en campo Erice' del personaje que interpreta Mario Pardo, que es todo lo que ya no queda, eso que las nuevas generaciones apenas podrán ya olisquear en 'youtube', un modo de ser, estar y hacer que consigue que te rías mientras asoma una lágrima, un responso por el cine viejo, grande, que no encontrará premio, ni Goya, a la altura de lo que Mario Pardo nos regala. O lo que implica, lo que arranca, lo que deja ese elogio musical a 'Río Bravo' por el que Manolo Solo ya siempre nos tendrá junto a él.
'Cerrar los ojos'
![Imagen - 'Cerrar los ojos'](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/play/2023/09/28/cerrar_los_ojos-560967080-large-U30271411350Bkn-224x330@abc.jpg)
- Director: Víctor Erice
- Reparto Manolo Solo, José Coronado, Ana Torrent, María León, Soledad Villamil, Petra Martínez, Mario Pardo
- Dirección de fotografía: Valentín Álvarez
Y es una secuencia mayor, a la altura de la más grande de este director, esa que un hombre vencido le pide también esa última mirada a la mujer que amó siempre. Qué gran momento de Soledad Villamil, cuánto nos cuenta el semblante sin posible vuelta de Manolo Solo. Y habría que hacerle sitio a José Coronado, tan negro en la película de Garay y tan blanco, tan puro, en la de Erice. Qué actor, y cómo sabe llenar lo vacío de su personaje.
Una película en la que todo son finales, la amistad, el amor, el cine, la memoria, salvo justamente el último, que no es final sino principio, anuncio de algo que ya no vemos, ni sabemos, pero sentimos que las imágenes de la pantalla dejan todo el universo en orden.
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