la huella sonora
Aute: morir sin dar la nota
Fue alguien muy especial, un artista de una sutileza exquisita y con una clase reservada a los privilegiados
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![Luis Eduardo Aute](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/opinion/2024/04/05/aute_20240405174850-RNubMMf4VPZEBMCkil7EYuK-350x624@diario_abc.jpg)
Aute murió el 4 de abril de 2020 pero ustedes no se acuerdan porque estábamos muy ocupados encerrados en casa. A las ocho de la tarde aplaudíamos a Koldo, fumigaban las calles como si sospecharan que fuéramos a lamerlas y, mientras Aute moría, nosotros ... cantábamos 'Sobreviviré' con entusiasmo de faquires, entusiasmo de esclavos. Entusiasmo de cadáveres. Supongo que estábamos tan centrados en tirarnos las curvas de incidencia a la cabeza que se nos olvidó que Aute estaba yendo. Se fue en silencio y ese silencio se nos ha ido de las manos, como una sucesión infinita de puntos suspensivos que acaban en una de esas nubes que les salen de la cabeza a los personajes de los cómics cuando se despiertan y sueñan con Aute. Desde entonces Manila sigue de luto, duele el Hafa Café, llora Fuente del Berro. Y cuatro años después no puedo evitar convivir con un sentimiento de culpa: España no le ha rendido el homenaje que merece.
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Visto lo visto, podría parecer que Aute fue uno más, uno del montón, uno de tantos cantautores comprometidos de trujas, gafas para la presbicia y 'Cahiers du cinema' bajo el brazo. Que, en realidad, nos daba un poco igual y que su muerte fueron solo gajes del oficio, cosas que pasan, el fútbol es así. Pero nada de eso. El fútbol no es así y Aute tampoco. Fue alguien muy especial, un artista de una sutileza exquisita y con una clase reservada a los privilegiados. Alcanzó la fama con la música, pero en realidad fue cineasta, pintor, escultor, poeta y lo que le pusieran por delante si le servía para expresarse. Porque la obra, en realidad, son los cien últimos metros de un maratón que comienza antes. La obra es el efecto. La causa, la verdadera causa, suele permanecer oculta. Y cuando eso sucede, el efecto toma la forma que desea, una forma que trasciende la capacidad del continente, aunque el continente sea Luis Eduardo Aute. Pero acaba saliendo. Y lo hace en todas las direcciones, como el champán de la botella. Te cala hasta los huesos y ya da igual pluma que pincel porque todo, en realidad, forma parte del mismo grito.
Aute fue un talento creador y un hombre alejado del histrionismo de las vedettes de su tiempo. Me temo que también fue una excelente persona. Y se le echa de menos. Desde que se fue hay una especie de oquedad en Madrid, una burbuja translúcida que se mueve a su voluntad y que aparece cuando menos te lo esperas para recordarnos ni está ni volverá a estar; que todo era verdad, que se acabó, que estamos huérfanos y que nos han dejado solos en medio de esta vulgaridad de trazos gruesos.
Cuando murió, Fernando Iñíguez dijo en un gran texto en 'El País' que a Aute no le pegaba que le gustaran los toros. A mí me parece que a un tipo de la talla intelectual y de la sensibilidad de Aute lo que no le pegaba era que no le gustaran. Pero ya da igual. Fue un yonki de la belleza en todas sus formas y con su silencio envolvió su gran legado: la maravilla de cantar sin dar el cante y morir sin dar la nota.
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