la huella sonora
Fiebre del sábado noche
El domingo tiene, al menos, el puyazo de la realidad, la amenaza que nos acecha, unas gotas de amargura después de tanto empalago
El bar
Historias de un hámster
![De adulto, el sábado deja de ser el mejor día de la semana](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/opinion/2024/03/02/discoteca_20240302190429-RuU1paP2uA98Tnfq5DXGXdJ-350x624@diario_abc.jpg)
La pérdida más importante de la edad adulta es la del ideal del amor, del amor literario y absoluto y su metamorfosis en otra cosa, en algo como picudo, quizá en tolerancia, quizá en tratado de paz o quizá solo en amor real, que ... es una crisálida que muere cada veinticuatro horas dejando un caparazón seco, varios focos de neurosis y ese sabor a sangre en la boca. Puede que la segunda pérdida sea aun peor. Es la percepción del sábado como mejor día de la semana.
El sábado no es más que un agosto cada siete días, una gotera de vulgaridad en el cráneo que viene a recordarnos que la vida sin obligaciones sería un infierno de chanclas, paellas multitudinarias y hombres bebiendo cerveza a morro.
MÁS 'HUELLAS SONORAS'
Mucho se habla de los 'domingueros' pero peor son los 'sabaderos'. El domingo tiene, al menos, el puyazo de la realidad, la amenaza que nos acecha, unas gotas de amargura después de tanto empalago. Pero el sábado es una mujer sin piedad. Trae una rutina feroz como la del lunes, más obligaciones que un jueves y la puerta abierta a todas las frustraciones y todos los hechos diferenciales. Nos recuerda todo lo que seríamos si no fuéramos lo que en realidad somos. Y luego queda la sonrisa sin ganas, las agujetas en las mejillas y la bronca por haber sido demasiado duro o demasiado blando, por hablar demasiado o demasiado poco. Por no saber divertirte o por hacerlo demasiado.
Gracias a Dios el sábado y el amor acaban. Y llega el lunes: blanco, frío, masculino. Y con él el silencio, la cola del pan y la tercera pérdida, que es la más importante porque es la de la expectativa, la de la novedad como bandera, la del turismo como vocación. Yo ya no quiero viajar, yo odio viajar, me repugna pasear por calles hechas para gente como yo, para turistas que fingen no serlo, para salvajes con mapa y tarjeta. Ya no soporto los bares para turistas, la comida para turistas, las experiencias para turistas. Yo no quiero experiencias, no quiero fotos y no quiero volver a comer en mi vida; solo quiero lanzar mi conexión de datos al fondo del río, pasear sabiéndome perdido y mirar a la cara de la gente para encontrarme en mis propios recuerdos. No quiero escuchar música nueva ni ver nuevas series, solo quiero ver una y otra vez 'The Wire', que es, por supuesto, lo que voy a hacer en cuanto entregue este texto. Eso y escuchar Aerosmith en bucle, evitando esas baladas cursis que no hay quien las aguante. Y con 'The Wire' y 'Aerosmith' ver pasar la vida como quien ve pasar un tren de mercancías. Entre actitudes que conozco, narrativas familiares y esa horterada de la cosmovisión.
La única experiencia real es la de ser, la de ser entre otros que también son, mirando fuera para encontrarse dentro y rezando por la salud de Steven Tyler, por la conversión de los curas tuiteros y por un profesor de inglés que acabe de una vez por todas con este acento de Baltimore que se le está poniendo a la vida.
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