Hay que cuidarse

Yo mismo lo he emprendido dos veces: una buena y una mala. La primera, la mala, se confundían los colores, las emociones y los sonidos superpuestos en planos conectados como si viviera en el órgano de una iglesia. En mi fantasía, había tenido un accidente, se habían herido los niños y todo me había sucedido porque no tenía conmigo mi medalla de San Fermín y había perdido su protección física y moral. Al despertarme, me acordé de que Montero Glez se comió un tripi en Las Ventas para entender a Rafael de Paula, pero ni así logré comprender cómo la gente pagaba por meterse esa mierda. La segunda vez, el medicamento me sentó bien y fui más comprensivo con el drogadicto.

Lo peor de sobrevivir a los accidentes cuando uno tiene una cierta edad es la pelmada que te dan con que hay que cuidarse. Y la risilla. Yo es que no he venido a este mundo a hacer recados ni a que me digan que hay que cuidarse. Si no fuera por el disgusto que se llevarían mis amigos, creo que a veces es mejor matarse a que te den la turra con que a tu edad ya hay que cuidarse. Mi padre no vio crecer a sus nietos, pero al menos se evitó el rollo de que hay que cuidarse. Mejor hacer caso al alpinista fallecido en la montaña Alex McIntyre, cuando dijo: «Prefiero vivir un día como un tigre que cien años como un cordero».

Siempre hay que cuidarse, pero cuando eres joven, no te lo dicen. Esto resulta paradójico, pues tiene más sentido protegerse cuando uno tiene pocos años que cuando tiene muchos y ya ha consumido una mayor parte de su vida. Pero lo de que 'hay que cuidarse' nos lo dicen a los puretas. En realidad, tiene más sentido que un toro me parta a mí la madre que a un pibe de veinte años con la vida por delante. Yo ya lo he hecho todo, hasta jugarme la vida en broma.

Hace unos días no salí al campo en un partido de rugby porque no quería lesionarme antes del encierro. Estaba siendo un prudente inverso. Me quitarán de la Cuesta de Santo Domingo la perspectiva de la lesión, la recuperación, las curas, el 'hay que cuidarse' y todo ese monumental coñazo, no tanto la herida en sí. La vejez es la pereza del dolor que ya nos está venciendo.