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Don Juan Carlos, Rey de todos La historia del último siglo y medio había sido, hasta entonces, la historia de media España contra la otra media. Aquel día Don Juan Carlos hablaba de un futuro distinto y ofrecía un horizonte de concordia y reconciliación ALMUDENA MARTÍNEZ-FORNÉS «Que salgan, que salgan». El reloj estaba a punto de marcar la una de la tarde del jueves 27 de noviembre de 1975 y la multitud que se había reunido en la plaza de Oriente pedía que los Reyes salieran al balcón del Palacio. En apenas dos horas y media, hasta seis veces tuvieron que asomarse Sus Majestades para saludar al numeroso público congregado con motivo de la ceremonia ante la presencia de las delegaciones extranjeras. Cinco días antes, Don Juan Carlos había sido proclamado Rey de España y, tal y como afirmó entonces, en su primer mensaje dirigido a los españoles, aquella jornada comenzó «una nueva etapa de la Historia de España». Hasta entonces, al menos durante el último siglo y medio y salvo algún corto paréntesis, la historia de nuestro país había sido la historia de media España contra la otra media. Aquel día Don Juan Carlos hablaba de un futuro distinto al afirmar, con toda rotundidad, que quería ser el Rey de todos los españoles, por encima de las diferencias y de los partidos políticos. La Corona ofrecía un horizonte de concordia y reconciliación a una España que había abandonado el subdesarrollo, pero que afrontaba su futuro con una mezcla de esperanza y temor. La alegría popular que se respiraba en las calles al paso de la Familia Real _que asistió a una solemne misa en la Iglesia de los Jerónimos y después a un almuerzo ofrecido a 140 invitados en el Palacio Real_ estaba empañada por el escepticismo y la preocupación ante un futuro que, por entonces, nadie sabía qué depararía porque para la mayoría de los españoles Don Juan Carlos era un enigma. Otros, que nunca imaginaron que su Reinado cumpliría los seis meses _ya no treinta años_ no dudaron en calificarle de «Juan Carlos el Breve». Las palabras de Tarancón En el lado del Evangelio, junto a los Reyes y sentados en unos escabeles tapizados en terciopelo rojo, tres niños acaparaban en bastantes momentos la atención de los asistentes y de la cámara de televisión: Don Felipe, Heredero de la Corona desde la proclamación de su padre, que hacía gala de su seria compostura a pesar de sus sólo siete años, y las Infantas Doña Elena, de once, y Doña Cristina, de diez.
Pronto, la Corona demostró con hechos sus palabras y el Rey se fue despojando de los poderes heredados con el fin de dejar de gobernar y convertirse en un Rey constitucional. El 15 de junio de 1977 se celebraron las primeras elecciones libres y, una vez devuelta al pueblo la soberanía nacional, el primer objetivo fue dotarle de una Constitución en la que todos los españoles se sintieran integrados. El texto, aprobado en referéndum el 6 de diciembre de 1978, fue sancionado por el Rey unas semanas después. En su discurso ante las Cortes, Don Juan Carlos pronunció unas palabras que todavía conservan toda su vigencia: «Si los españoles sin excepción sabemos sacrificar lo que sea preciso de nuestras opiniones para armonizarlas con las de los otros; si acertamos a combinar el ejercicio de nuestros derechos con los derechos que a los demás corresponde ejercer; si postergamos nuestros egoísmos y personalismos a la consecución del bien común, conseguiremos desterrar para siempre las divergencias irreconciliables, el rencor, el odio y la violencia, y lograremos una España unida en sus deseos de paz y de armonía». Los hechos se sucedían a un ritmo frenético. Y también las dificultades. En un solo mes, febrero de 1981, Don Juan Carlos tuvo que hacer frente a los incidentes de Guernica, durante el viaje de los Reyes al País Vasco, y al intento de golpe de Estado. El discurso televisado de Don Juan Carlos en la madrugada del 23 al 24 de febrero despejó cualquier duda y acabó con los fantasmas del pasado. Pero España también avanzaba a pasos de gigante. En apenas diez años, el país se había adherido a la OTAN, había ingresado oficialmente en la CEE, se produjo la alternancia política y la victoria socialista con toda normalidad democrática y el Rey se convirtió en una figura respetada en todo el mundo y de gran influencia internacional. A partir de ese momento, la política española entra en la rutina democrática, con sus aciertos y sus errores, y con problemas similares a los países de su entorno, sólo amenazada por el terrorismo etarra, que trataba de destruir un sistema de libertades que dejaba a los terroristas sin el sofisma de luchar contra una dictadura.
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