Los historiadores desmontan el mayor mito de ETA: «El asesinato de Carrero tuvo efecto cero en la Transición»

El almirante era menos reformista que Arias Navarro, pero su cercanía con Torcuato Fernández-Miranda y con Don Juan Carlos hubieran facilitado más probablemente el cambio de régimen

Carrero Blanco, un magnicidio bajo sospecha

Infografía | Operación Ogro: el atentado contra Carrero Blanco nunca explicado del todo

Don Juan Carlos estrecha la mano a Carrero Blanco. ABC | vídeo: abc

Los magnicidios generan un shock en la sociedad, una huella enorme en el imaginario al ver desplomarse reyes, presidentes y grandes hombres que parecían intocables, pero eso no significa que la historia hubiera sido muy distinta a cómo realmente fue sin ellos. Julio César fue asesinado cuando la República Romana estaba rota y el imperio era inevitable; la muerte de Calvo Sotelo adelantó unos días la contienda en España, aunque los planes de un golpe militar ya existían desde hace meses, y desde luego John F. Kennedy, idealizado solo tras su caída, nadaba en unos EE.UU. que iban a resistirse con uñas y dientes a los cambios sociales indiferentemente de quién los gobernara.

Lo mismo se puede decir en el caso de Luis Carrero Blanco, cuya muerte sigue cantando ETA y sus propagandistas como el desencadenante de una perturbación en el régimen que lo cambió todo de cara a la Transición, un periodo que algunos historiadores consideran que empezó ese mismo día con la desaparición del hombre fuerte del Franquismo y el único capaz de impedir la llegada de la Democracia.

El historiador Guillermo Gortázar niega la mayor y también la menor: «ETA tuvo un efecto cero con el asesinato en la Transición. Por la sencilla razón de que la clave de la Transición estuvo en el nombramiento del presidente del Congreso y de las Cortes después del cese de Rodríguez Valcárcel, que no fue otro que Torcuato Fernández Miranda, un hombre de la máxima confianza de Carrero. Con toda seguridad, el almirante no habría puesto ninguna objeción en este movimiento y podemos decir que tratar con Arias Navarro fue más difícil para el Rey».

Carrero Blanco era un político muy discreto, pocas estridencias políticas y menos afán de protagonismo. Un representa de la corriente de tecnócratas que estaban en clara retirada en ese momento y que aceptaba, como el propio Franco, que el régimen había llegado a su fin. «En rigor, la 'muerte' clave para el inicio de la Transición fue la de Franco porque, con él, muere el régimen, una dictadura personal que es sustituida de inmediato por una Monarquía limitada que, en apenas un año, con la Ley de Reforma Política, se convierte ya en una Monarquía parlamentaria y democrática», explica Roberto Villa, historiador y profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, que considera también a Carrero clave para la sucesión monárquica.

«Se incide mucho en la personalidad de Carrero y en los rasgos más retardatarios de sus ideas. Sin embargo, también era un hombre pragmático y fue el artífice de la evolución del franquismo hacia un autoritarismo tecnocrático y desarrollista», opina este historiador especilizado en crisis, quiebras y transiciones de las democracias.

«Arias Navarro, a diferencia de Carrero, no sintonizaba con el Príncipe, que tenía clarísimo cuál era el futuro de España después de la muerte de Franco»

Si bien su sustituto, Carlos Arias Navarro, era un hombre que tenía una visión más política y menos tecnocrática, Carrero, quien el día que le asesinaron iba a proceder a la tramitación de la ley de reforma de las asociaciones políticas, estaba mucho más apegado al Rey, a Torcuato Fernández-Miranda y a los planes de sucesión. «Arias Navarro, a diferencia de Carrero, no sintonizaba con el Príncipe, que tenía clarísimo cuál era el futuro de España después de la muerte de Franco. Para el nuevo presidente, era una especie de joven al que había que manejar y marcarle los tiempos, cosa que con Carrero habría sido distinto», sostiene Gortázar.

Distinta cara, igual desenlace

El hombre que anunciaría con ojos vidriosos a toda España la muerte de Franco puso en práctica un tímido proyecto reformista, con apuestas aperturistas como el nombramiento de Pío Cabanillas como ministro de Información y Turismo y otras maniobras que le ocasionaron no pocas dificultades tanto con el Franquismo como el propio Juan Carlos, que imaginaba otra hoja de ruta y otro capitán para el futuro de España. «Ambos sabían que iba haber cambios políticos y que el futuro del régimen era una Monarquía parlamentaria. Estoy convencido de que Carrero, al igual que Arias, habría dimitió a los seis meses porque no estaban ni en la intensidad ni en la velocidad que pretendía el Rey. Ninguno de los dos podía aceptar ni dirigir una intensa reforma, aunque supieran que era inevitable», asegura el historiador vasco.

Alberto Reig Tapia, en cambio, defiende que el almirante Carrero, al que sitúa tan de la línea dura como Arias Navarro, habría intentado maniobrar o enfrentarse a las circunstancias con tanta fuerza y tan poco éxito como el resto de los inmovilistas, de modo que hubiera acabado fracasando y aislado como los más fieles a Franco. «Por mucho que acatase la voluntad del Rey, su fidelidad no podía ser como la de Carrero con Franco que era ciega y absoluta. Por aquel entonces se decía que si Franco le ordenaba que se tirase por la ventana, se subiría al alfeizar sin rechistar y al grito de ¡Viva Franco, Arriba España! saltaría sin pestañear… ¿Habría servido a Juan Carlos cómo hizo con Franco?», se pregunta el catedrático de la Universidad Rovira i Virgili.

Jura del almirante Luis Carrero Blanco como presidente del Gobierno. ABC

También es un mito que EE.UU. tuviera algún interés en que Carrero desapareciera del mapa político: «Muy por el contrario, era, dentro del régimen de Franco, de los más convencidos de lo indispensable del mantenimiento de la alianza de España con Estados Unidos. Podía apostar por revisar los tratados y negociar duro para buscar un mejor trato para España, pero se mostró en contra de llegar a la ruptura, frente a otros ministros más atrevidos. En Washington conocían perfectamente que Carrero y su equipo representaban el sector más pro-americano del franquismo. La implicación de la CIA en su asesinato carece de fundamento hasta como teoría de la conspiración», afirma Villa, para quien la supuesta ayuda que recibió ETA entra más bien dentro de las tácticas de desinformación soviéticas que se usaban en la Guerra Fría para desviar siempre la atención negativa en dirección a los estadounidenses.

Reig Tapia coincide en que faltan pruebas para sostener esta 'historieta': «Todavía no se ha aclarado la famosa entrevista en el hotel Mindanao entre un miembro de ETA perteneciente al comando que asesinó a Carrero y que posteriormente fue ejecutado de la misma forma que el almirante, con un personaje desconocido y sobre la cual se ha montado la supuesta intervención de Kissinger. Hecha esta salvedad, no hay absolutamente nada que avale esa teoría conspiranoica. Las relaciones EE.UU-España en ese momento eran excelentes. ¿Por qué Kissinger iba a implicarse en una operación de tan alto riesgo? No lo necesitaba».

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