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Rubén Ochandiano: «Tengo ganas de vivir una pasión que me arrastre»

El actor, con película y un 'reality' entre lo más visto de las plataformas, repasa su infancia, su vida ordenada y de su deseo de desordenarla

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El actor Rubén Ochandiano gtres

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Rubén Ochandiano es un volcán dormido: «Soy muy estructurado, tengo todo organizado, parezco japonés o alemán». Pero es un volcán con deseos de entrar en erupción: «La verdad es que, después de ocho años soltero, tengo ganas de vivir una pasión que me arrastre». Ahora vive un momento dulce: arrasa en Netflix con 'Lobo feroz' y en HBO Max con 'Traitors España', su primer 'reality' como concursante: «Soy muy jugón, muy disfrutón. Es un formato que requiere una estrategia que tiene mucho de interpretación porque hay que engañar a los otros. Cuando me lo ofrecieron lo rechacé, pero luego me di cuenta que era un prejuicio, que me pongo un poco 'snob' intentando proteger mi prestigio cuando hace 20 años que no me nominan al Goya. Puedo hacer cine de autor y un programa de entretenimiento, no es incompatible».

Rubén vuelve a coquetear con el mal en una película con sorpresa final: «Yo juego con estados mentales. Cuanto más peligrosos son los límites, más estimulante es el trabajo». Pero reconoce que no soporta trabajar con gente mala: «Uno florece cuando se siente a salvo en un rodaje».

Su fascinación por el mal le ha permitido crear sus mejores personajes. Nos preguntamos si hay muchos 'lobos feroces' en su mundo: «Tal vez sea un poco cliché eso de que está lleno de trepas, creo que el arribismo es un fenómeno generalizado en nuestra sociedad. Ahora se llega por otros caminos, con las redes sociales, con nuevos criterios de selección, y a veces se confunde el deseo de ser actor con el exhibicionismo. Si no hay vocación solo hay narcisismo, un ansia de fama». Rubén conoció la popularidad a los 17 años gracias a la televisión: «Pero yo no he sido muy adicto a la fama». Es algo que le despierta cierto rechazo: «Detrás de ser actor hay una tara, un deseo de validación constante».

Un tipo cuadriculado

Rubén odia los veranos y disfruta con el placer de la comida. Es madrugador y es de los que apuesta por un buen desayuno. Durante un tiempo presumía de su súper zumo matinal: naranja, limón, apio, zanahoria y manzana, «pero voy cambiando, ahora me ha dado por la fruta». Luego se pone a estudiar el guion que le toque, a escribir, y se guarda su tiempo para el deporte: «Lo practico porque no queda otra. Antes hacía natación, también corro, pero me gusta el boxeo, es terapéutico, salgo suave después de cada sesión soltando endorfinas. Yo soy muy mental, vivo en la cabeza, pero así siento más mi cuerpo».

Lo tiene todo bien atado, «para compensar el caos de las temporadas de rodaje. Trato de ser cuadriculado». Ese equilibrio le llega después de muchos años de terapia para conocerse mejor: «Soy un tipo aburrido, hasta en mis hobbies. Soy un 'friki' del cine, el teatro, la danza. Lo veo todo». Y como miembro de la Academia de Hollywood, se toma muy en serio lo de votar en los Oscar habiendo hecho los deberes. No se pierde nada, salvo en el amor: «Estoy bien solo, soy feliz con mi día a día, pero estoy abierto y receptivo a tener una relación aunque me da mucha pereza. Estoy en Tinder y uso las aplicaciones para ligar, pero no tengo tiempo para tragar con tonterías, odio invertir horas de mi tiempo para echar un polvo, necesito que me estimulen. Y mira que yo soy fácil, porque soy extremadamente sensible a la belleza. Soy capaz de hacer el ridículo por un chico guapo, pierdo los papeles. Pero estoy chapado a la antigua: empecé a follar en los 90, soy de conocer, de tener una relación, de quedar otra vez y ver cómo va». Ya en su momento cometió la locura de enamorarse en una semana, casarse, dejar su casa y mudarse a Buenos Aires. Se divorció y sentó la cabeza. Pero parece que su corazón le pide ahora una sacudida.

El niño gordo al que acosaban

El primer recuerdo que le viene a Rubén a la cabeza deja bien claro cómo vivió su infancia: «Era gordo.» Una apendicitis complicada desencadenó ese proceso que, con el descubrimiento de su sexualidad, lo convirtió en carne de acoso escolar: «Gordo y marica, lo tenía todo para no encajar y convertirme en un ser marginal. Todo aquello dejó en mí la impronta de la vergüenza y la culpa, que he trabajo mucho en terapia para llegar a ser libre. Es cierto que, reconducido, te puede hacer desarrollar una sensibilidad especial, pero la herida que deja te hace estar siempre alerta».

Rubén Ochandiano en su triciclo d.r.

En alguna entrevista ha dejado bien claro aquel infierno: «En el colegio me daban ostias como panes». Pero Rubén era también «un niño inconsciente, enmadrado, juguetón». Aquí, en la foto, se le ve feliz con su bicicleta. Luego le cambió el metabolismo y su cuerpo vivió una nueva transformación. Descubrió el teatro desde bien pequeño, acompañando a los ensayos a su tía, la actriz Amalia Ochandiano: «Vivir esa experiencia entre cajas te hace entender la diferencia entre la realidad y la creación. No sé si eso despertó la vocación o sencillamente la legitimó, pero no me recuerdo queriendo ser otra cosa. Lo que recuerdo es la fascinación que me producía».

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