López Vázquez, el talento en día laborable
Con todo su carrerón diverso, inventó, o reinventó, el español cualquiera, el peatón hispano, el tipo común, triste y un poco salidillo que va a la oficina, ve pasar los trenes, y no se come nunca una rosca
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La muerte de Jaime de Armiñán incluye la resurrección de algunos actores mitológicos de entonces, que van de Paco Rabal a Fernán Gómez, con José Luis López Vázquez en la copa. López Vázquez hizo 'Mi querida señorita', acaso la mejor película del gran Armiñán, ... una película donde López Vázquez es Adela Castro, una solterona de provincias que se afeita. La osadía es de 1972, y parece que ahora quieren levantar su propia versión Los Javis. Más allá, o más acá, de esa película asombrosa, donde José Luis se mira al espejo y se ve mujer solitaria, López Vázquez es el señor eterno de Mingote.
Con todo su carrerón diverso, inventó, o reinventó, el español cualquiera, el peatón hispano, el tipo común, triste y un poco salidillo que va a la oficina, ve pasar los trenes, y no se come nunca una rosca. Tiene, muy a menudo, el ademán de haberse equivocado de fiesta, y un susto sentimental en los ojos de estar mirando a una alemana de monumento que pasaba por allí. No es que López Vázquez se pareciera a sus numerosos papeles de tipo corriente, sino que de algún modo siempre llevaba al cine, o al teatro, su temperatura de hombre cualquiera, y su calvicie interior de vecino que se pone nervioso porque le salen las ilusiones, o porque no le salen.
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Fernán Gómez y Paco Rabal le escoltan a veces, en las cosas de Armiñán, y en otras. Fernando, muy aupado de su genio, con algo de pícaro de frac, y algo de la amargura de los gigantes. Rabal, como un torero de sus talentos primitivos y leídos. Diría alguien que estamos entre varios cómicos comparables, pero no hay comparación. Entre otras cosas, porque Fernán Gómez tocó con pulso maestro la escritura, y tuvo cátedra de libertario en todo o casi todo, desde el guión al poema, desde el whisky a la tertulia. Y Paco fue un virtuoso de la dorada golfemia, un torero del mar, o de la noche, si es que fueran misterio distinto.
López Vázquez está muy bien, pero como que no termina nunca de soltarse, haciendo de la mediocridad virtud. Lo que pasa es que apenas lo ves, pero siempre está ahí el tío con gracia que pretende no tenerla. Lleva por dentro un día laborable. Y se le nota. Yo creo que tanto él, como Fernando, habrían logrado una obra teatral con sólo salir a escena, sin guión. López Vázquez está siempre como de más, y esta impresión define a fondo al actor, al hombre, que siempre estaba un poco de sobra, en todo, pero nunca se acababa de ir. Ha acuñado como nadie al calvo españolísimo, al tristón de semáforo o cabina de teléfono, al vecino sin nombre del tercero que sale a echar a tiempo su quinielita y, de paso, les mira las minifaldas de pasamontañas a las turistas, entre el susto y el deleite. Le dio eternidad al español cualquiera, que es como decir que no es cualquier actor, sino todo lo contrario.
El revés directo de López Vázquez lo veo yo en Fernán Gómez, que tiene apostura de Cyrano de Madrid. Les hermana el cabreo, aunque no lo parezca, un cabreo que cada uno lleva a su manera. Son, en general, dos profesionales del cabreo, sólo que López Vázquez lleva el cabreo interior, y Fernán Gómez lo lleva por fuera, muy desabrochado de ira ante los periodistas alegres o bien frente a todo, o casi todo, el reparto de la película que toque. José Luis López Vázquez es ese señor que parece querer irse antes de haber llegado, con el pitillito aún a medio, con el whisky de vaso tímido de los que siempre se quedan solos al final de la juerga.
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