Esther Cañadas, una extranjera de aquí
dorada tribu
Ha resultado lo más internacional, quizá, que hemos aportado entre las alicias incontables del país de las maravillas de las modelos. Ahora está de regreso, desde el tamaño póster o desde un anuncio
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![Eshter Cañadas, hace tres años en Ibiza](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/gente/2024/03/28/esther-canadas-RbM77SBNQL5iSC3DoufbwhP-1200x840@diario_abc.jpg)
Esther Cañadas es una valquiria de La Mancha, una dorada sirena de Albacete, que es donde algunos señalan su nacimiento según avala el deneí. Pero, en rigor, Esther es una extranjera de todas partes, y de cuna en el llano, con la adolescencia de Alicante. ... Una extranjera de aquí, diríamos. Porque Esther ha resultado lo más internacional, quizá, que hemos aportado entre las alicias incontables del país de las maravillas de las modelos. Ahora está de regreso en nuestra vida, desde el tamaño póster, o desde un anuncio, que es como las rubias planetarias como ella se asoman a nuestro calendario. La habíamos dado por perdida, casi, aunque no tanto.
A finales de los noventa se remató su apoteosis, cuando daba láminas de topmodel española, porque la topmodel ya la había inventado en el extranjero Claudia Schiffer. Fue Esther una rara belleza mágica, con ojos embrujados, y la mandíbula de eslava, entre otras deslumbrantes de su generación, como Nieves Alvarez, o Helena Barquilla. Llevaba el pelo en vendaval parado, los ojos de marítima mirada, y una delgadez de salvaje muchacha que se hubiera alimentado sólo de peces.
MÁS miembros de la dorada tribu
De entre los recuerdos de oro que uno tiene, por militancia larga en el cronismo de ninfas, está la tarde, ya remota, en que conocí a Esther Cañadas. Resulta que una agencia de guapas me había convocado para hacerle un reportaje a la Miss Europa del momento, pero la Miss no se presentó, y sí una jovencísima debutante de recambio, que aquella agencia convocante nos ofrecía al fotógrafo y a mí, para que no perdiéramos el rato. Era la primera vez que una tal Esther Cañadas se paraba ante una sesión de fotos en condiciones. Estábamos, el fotógrafo y yo, ante una chica de joven belleza alabeada, como de violín sexual, que miraba desde el misterio. Tenía 18 años, vivía en Barcelona, y principiaba en los trajines de modelo. Yo intuí que había en ella otra Judith Mascó, pero en más efébica, atigrada y lírica.
Codearse con los mejores
Triunfó, triunfó enseguida. Era el año 94, rato arriba, rato abajo, que ya ha llovido, y Esther me contó que se presentó a un concurso de belleza del gremio por contentar a su madre, de nombre Blancanieves. O sea, por callar a su madre un rato. Pero de contentar a una madre salió de pronto una carrera que fue carrerón de guapa que tendría rápido mucho catálogo del oficio.
La han fotografiado los mejores, desde Newton a Peter Lindbergh. Portadas las ha cumplido todas. En paralelo, Esther fue transitando a veces los álbumes de la prensa sentimental, donde luce con algo de rubia guadiana que nunca está demasiado a gusto en el papel. En síntesis, consta que se casó con Marc Vanderloo, un guapo de su gremio, y que luego del divorcio sostuvo relaciones con Sete Gibernau y Vikram Chatwal, un célebre empresario hotelero neoyorkino. Todo eso duró lo que duró. Más tarde, Esther nos presentaba a su hija, en la puerta de la Clínica Ruber de Madrid, casi por sorpresa. Hubo fotógrafos, pero no hubo padre para la estampa memorable, según voluntad convencida y sostenida de la propia protagonista. No dio declaraciones al respecto. Hasta hoy. Ha sido fija del relajo en los veranos de Ibiza o Formentera, como la mejor hippie del 'Vogue'.
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