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Los trucos de una profesora de Harvard para que tu hijo te cuente sus cosas

Rebeca Rolland, terapeuta del habla y madre, ofrece herramientas para ayudarnos a mantener diálogos significativos con niños de todas las edades

«Que un niño sepa hablar en público es un trampolín para su vida laboral y personal»

'El arte de hablar con niños', de Rebeca Rolland, ofrece consejos prácticos para mejorar la conversación con tu hijo ABC
Carlota Fominaya

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«No me cuenta nada». Este es el lamento de muchas familias que, en el intento de intercambiar pareceres con sus hijos, acaban en el conflicto e, incluso, en la pelea casi sin darse cuenta. Algo tan sencillo como pueda parecer «hablar» con un niño  no es, a la postre, tan fácil como parece.

De hecho, demasiado a menudo acabamos perdidos en interacciones triviales, mecanizadas o, directamente, en un callejón sin salida... Situaciones comunes a este y al otro lado del charco que, según Rebeca Rolland, profesora de Harvard, terapeuta del habla y madre, se deben evitar, porque no hay nada más beneficioso que una buena conversación para lograr entenderse y conocerse mejor.

Para ello ha escrito el libro «El arte de hablar con niños» (Planeta), donde ofrece eficaces consejos prácticos que te ayudarán a que la conversación con tu hijo no se reduzca solo a monosílabos o a un intercambio de órdenes del día.

-¿Cuáles son los principales beneficios de mejorar las habilidades lingúisticas de un niño?

-Las conversaciones más significativas conllevan una doble promesa. La primera es que, en ese momento, padres e hijos se sienten más unidos. Se divierten más y llegan a entenderse mejor. Esta conexión contribuye en gran medida a prevenir problemas de comportamiento y a reducir el estrés, la ansiedad y la depresión de padres e hijos. La segunda promesa es que, a largo plazo, estas conversaciones significativas se acumulan para desarrollar habilidades en los niños. Al hablar en voz alta sobre sus pensamientos y emociones, los niños desarrollan más empatía, confianza, creatividad y conciencia de sí mismos. Puede que no lo veamos en el momento, pero estas habilidades se desarrollan cada vez que tenemos una conversación más significativa.

 -¿Cuál es o debe ser el papel de un padre/madre en las conversaciones con su hijo?

-Piense en ser un compañero de conversación o un guía. En lugar de actuar como un experto u «oráculo», intentando responder a todas las preguntas del niño, considere la posibilidad de seguir la línea de la curiosidad del niño y emprender con él un viaje de aprendizaje o exploración. Por ejemplo, si un niño se pregunta en voz alta cuántas estrellas hay, en lugar de decir «no lo sé», piense en voz alta con él sobre lo que sabe y lo que no sabe y cómo podría encontrar esa información. Del mismo modo, si un niño tiene un problema con un amigo, considere la posibilidad de pedirle que comente con usted sus ideas sobre cómo resolverlo. Si quieren su consejo, opine cuál de sus ideas cree que funcionará mejor, pero intente no resolver el problema por ellos. De este modo, fomentará su independencia y su capacidad para resolver problemas por sí mismos en el futuro, cuando estén solos.

 -¿Cómo podemos influir en la calidad de las conversaciones, cuál es el mejor método?

-Para mejorar las conversaciones, piense en el «ABC»: en primer lugar, adáptese al estado de ánimo, temperamento y preferencias de su hijo en cuanto a cuándo y dónde mantener conversaciones. Quizá la salida del colegio no sea un momento en el que su hijo tienda a abrirse, pero hable mucho más fácilmente cuando da un paseo después de cenar. No fuerce a su hijo a hablar en momentos no preferidos, sino céntrese en los que le resulten más fáciles. En segundo lugar, tenga en mente un enfoque bidireccional o de ida y vuelta. Intente equilibrar la cantidad de conversación que usted mantiene con la que mantiene su hijo. Incluso con un niño pequeño, haga pausas y preguntas abiertas como «¿Puedes decirme más?» para animarle a hablar más. Por último, mantenga conversaciones orientadas al niño, centradas en lo que tiene en mente, ya sea positivo, neutro o negativo. Permita que su hijo explore lo que le interesa o le fascina, y dedique tiempo a que hable de lo que le preocupa. De este modo, su hijo entenderá que a usted le importa lo que le pasa por la cabeza y que quiere animarle y guiarle.

-Muchas veces se dice: «el niño es pequeño, ya hablará». Pero estamos ante un problema del lenguaje. ¿Cuándo deberíamos preocuparnos?

-Confíe en su intuición. Si cree que su hijo no habla todo lo bien que debería, o si es evidente que va por detrás de sus amigos de la misma edad, consulte a su pediatra. Puede que su hijo sea más lento para hablar. El desarrollo del lenguaje varía mucho de un niño a otro y puede que no haya motivo para preocuparse. Aun así, siempre es más fácil trabajar con un problema de lenguaje cuando los niños son más pequeños, así que lo mejor es que al menos lo compruebe si le preocupa.

-¿Hasta cuándo se puede mejorar en la interacción hablada con un niño, si como padres nos damos cuenta tarde de que hay un trastorno del lenguaje? 

-Los cerebros de los niños -y de los adultos- son plásticos y cambian constantemente. No hay edad en la que sea demasiado tarde para mejorar una interacción hablada, incluso cuando los niños ya son adultos. Dicho esto, los cerebros de los niños son más plásticos en los primeros años, especialmente en los tres primeros años de vida. Además, cuanto antes intervengamos en un trastorno del lenguaje, menos probable será que el niño experimente frustración por no poder hablar. A menudo, vemos que los niños con problemas de lenguaje no tratados tienen problemas de comportamiento, ya que no pueden comunicar bien sus necesidades y deseos a través de las palabras. Por eso, siempre animo a los padres a que empiecen en cuanto detecten un problema, pero que tengan en cuenta que nunca es demasiado tarde.

 -¿Por qué cuándo son pequeños los niños hablan por los codos y cuando son mayores dejan de hacerlo? ¿Matamos su curiosidad, cerramos o taponamos las conversaciones con ellos? 

-Los niños son como todos nosotros: tienen muchas ganas de relacionarse, de expresar sus ideas, de pertenecer a algo y de comunicarse. Cuando son pequeños, sobre todo, se emocionan mucho con el mundo, porque todo es nuevo para ellos y muchas cosas ocurren por primera vez. Por ejemplo, pensemos en un niño que acaba de ver la nieve por primera vez, o que acaba de sentir las alas de una mariposa posándose sobre él. Tienen una excitación y una curiosidad naturales debidas a estas experiencias, y una gran creatividad que surge al intentar dar sentido al mundo. Imaginan que los árboles pueden ser morados, por ejemplo, o que las personas pueden envejecer y rejuvenecer. ¿Por qué se detienen? A menudo, en nuestro bienintencionado interés por ayudarles a tener éxito, centramos su atención en cómo «nosotros» vemos las cosas, en el mundo de los adultos. Les decimos cómo «deberían» ser las cosas, es decir, que los árboles no pueden ser morados y que nunca rejuvenecemos (¡desgraciadamente!). Aunque todo esto es cierto, podemos bloquear su curiosidad natural haciendo demasiado hincapié en «tener razón» y no dejando suficiente tiempo y espacio para el pensamiento creativo. Con niños de todas las edades, debemos centrarnos no sólo en lo que «es», sino también en lo que podría ser. Esto no es sólo por diversión, sino que les ayuda a ser más creativos e inventivos a largo plazo, lo que puede dar lugar a grandes descubrimientos.

 -No hablar con nuestros hijos, dar las cosas por sentado... ¿Puede ser el principal error en nuestra forma de comunicarnos con ellos? 

-Sí, a menudo tenemos en mente objetivos a largo plazo para nuestros hijos. Por ejemplo, queremos que triunfen en los deportes o que vayan a buenos colegios o universidades, pero no nos centramos en la calidad de nuestras vidas y conversaciones cotidianas. Irónicamente, mantener conversaciones más significativas les proporcionará las habilidades que necesitan para triunfar a largo plazo, como la empatía y la creatividad. Pero es más difícil ver cómo se desarrollan esas habilidades, así que a menudo nos centramos en lo que podemos ver, como los resultados deportivos o las notas.

 -Dice usted que no hay que esperar a un momento especial para tener una «conversación» de calidad. 

-Sí, podemos tener una conversación de calidad en cualquier momento del día, y realmente sobre cualquier cosa. Si nos centramos en ese ABC, podemos mantener una conversación sobre una piedra en el suelo o un charco, o sobre un conflicto que haya ocurrido de camino a casa. No necesitamos un gran tema ni mucho tiempo. En lugar de eso, podemos centarnos en los pequeños momentos y en hacer preguntas que ayuden a los niños a ampliar su pensamiento. Pensemos en preguntas del tipo «cómo» y «por qué» que despierten la autoconciencia de los niños: «¿Cómo ha funcionado eso?» o «¿Por qué crees que ha pasado eso?». O centrarnos en el pensamiento crítico cuando las cosas no hayan ido bien. Por ejemplo: «¿Por qué crees que no ha ido tan bien?» y «¿Qué crees que podrías intentar de forma diferente la próxima vez?».

 -En su libro afirma que «los grandes conversadores no hacen, se hacen». ¿Cuáles son las herramientas principales que debemos conocer los padres para ayudarnos a mantener conversaciones productivas?

-Necesitamos ante todo curiosidad, recordar que nuestros hijos tienen grandes ideas y que pueden sorprendernos. Necesitamos preguntarnos qué hay en la mente de nuestros hijos en lugar de dar por sentado que lo sabemos. Tenemos que ser humildes y darnos cuenta de que lo que pensamos o sentimos sobre las cosas puede no ser en absoluto lo que piensan o sienten nuestros hijos. Y debemos tener compasión de nosotros mismos y de nuestros hijos, para ayudarnos a reparar cuando las cosas van mal. Como me gusta decir, es mucho más importante saber disculparse que hacer las cosas bien a la primera.

 -¿Qué es importante a la hora de hablar con ellos y no solemos valorar en su justa medida? ¿El tono, la forma en la que hablamos?

-A menudo no tenemos en cuenta que hablamos rápido y no dejamos espacio para las preguntas con los niños. Muchas veces, los niños quieren contarnos algo, pero creen que no tienen tiempo para hacerlo o que no les estamos prestando toda la atención que merecen. Podemos hacer muchas preguntas seguidas sin prestar atención a las respuestas. También es muy importante el tono, para que los niños sepan que sentimos verdadera curiosidad por cómo se sienten y que no nos interesa juzgarlos ni avergonzarlos. Por último, cuando queremos mantener una conversación significativa, es importante que nos sentemos con ellos o caminemos juntos con toda nuestra atención. A menudo, eso significa dejar el teléfono. Cuando hacemos esto, aunque sea en pequeños momentos, nuestros hijos se sienten más vistos y escuchados y nuestras conversaciones pueden ser mucho más enriquecedoras.

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