Diálogos de familia
Así ayuda la disciplina positiva a dejar de actuar como padres bomberos ante un mal comportamiento
Angélica Joya, psicóloga clínica, ayuda a las familias a implementar esta técnica de educación en sus hogares
Los gritos, el «porque yo lo digo y punto»... «¿Te gustaría que un adulto te hablara como tú lo haces con tus hijos?
![La disciplina positiva, explica Joya, «apuesta por educar sin gritos, sin sermones, sin premios»](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/familia/2023/09/18/angelica-joya-RjWS7D1jglPW1szStAOmu3M-1200x840@abc.jpg)
En los tiempos que corren... ¿es posible educar desde la calma, el respeto mutuo y la conexión emocional? Angélica Joya, psicóloga clínica y una de las mayores expertas en disciplina positiva de nuestro país, sostiene que sí.
Ella misma explica cómo hacerlo en su ... último libro, 'Educar sin desesperar', donde comparte una serie de técnicas y herramientas que lo hacen posible.
Joya es, además, fundadora de Impliquo, un espacio donde ofrece charlas y terapia grupal a familias, docentes, y cualquier persona interesada en todo lo que hay alrededor de esta novedosa y atractiva forma de educar.
Hay mucha controversia en torno a la disciplina positiva. Creo que hay confusión entre lo que es educar sin gritos, sin sermones, sin premios, y lo que es obediencia y sumisión. ¿Puedes aclarar un poco en qué consiste este término para empezar a hablar?
La disciplina positiva es un término, obviamente, pero también es un movimiento. Básicamente creo que la confusión radica en que creemos que si no usamos los gritos o las amenazas o incluso los castigos, entonces estamos siendo permisivos. Parece que no hay punto intermedio.
Pero realmente lo que dice la disciplina positiva es que todos merecemos ser tratados con la misma dignidad y el mismo respeto, incluso los niños, y que lo que no harías a un adulto, pues no deberías hacérselo a un niño. A partir de ese punto, vamos construyendo una relación con el menor en la que le ayudo y acompaño en su crecimiento y suelto tanto el control como las ganas de manipularlo a mi antojo. Le ayudo a empoderarse y aprender de la vida.
Si queremos hacer tabla rasa, porque en casa gritamos, premiamos o castigamos y deseamos empezar a educar de otra forma, pasarnos a la disciplina positiva y dejar ese 'lado oscuro'. ¿Por dónde empezamos a cambiar? A parte de formarnos, de leer… Realmente, ¿en qué debería consistir el cambio de chip que hay que hacer para hacerlo de otra forma? ¿Empieza por cada uno de nosotros?
-Un poco combinado con lo que dije antes: «en lugar de pensar que mi labor como padre es controlar o diseñar a mi hijo como si fuese un ingeniero o donde soy responsable de que salga de esta manera o de otra. En lugar de eso, cambiar un poco la mirada. Es decir, pensar que soy más como un pastor y que mi hijo es una oveja que tiene muchas otras influencias, no sólo las mías. Lo máximo que puedo hacer es llevarlo a un prado que sea suficientemente bueno y él o ella tendrá que decidir si comer o no comer.
Ese cambio de chip inicial, al menos a mí me ayudó mucho. Lo llamo el 'duelo' que hice: De pensar que tenía y debía diseñar, controlar y ayudar a que mi hijo no se saliera de esa idea que tenía a pasar más bien a observar y ver qué planta me ha tocado y cómo puedo ayudar a esa planta a crecer.
Digamos que se trataría no tanto de tener más paciencia, que también puede haber una confusión ahí, sino de acompañarle, escucharle, que se sienta visto, etc, etc.
Sí, creo que ese es un punto de partida, el más importante. En el libro propongo verlo como que fueses un pastor. ¿A qué prado vas a llevar a tu hijo? Para eso entonces tienes que definir qué nutrientes quieres, que te gustaría que tuviese ese prado. Ahí es cuando hacemos un ejercicio de valores y sugiero elegir al menos máximo seis valores que quieres promover en el ambiente familiar, centrarse en ellos y dejarse todos los otros detrás. Porque si propongo que las familias piensen más valores normalmente salen veinte y queremos a los veinte a toda horas. Ahí es cuando nos desesperamos. Entonces prioriza cuatro y ve por ellos.
La disciplina positiva también nos da el 'cómo', las herramientas más prácticas que ayudan a construir el camino. Se trata, entonces, de definir el fin hacia donde quiero ir y desde qué mirada, que no es el control, sino la influencia y el cómo. Es ahí cuando entra la disciplina positiva y donde esta te ayuda con herramientas más prácticas para el día a día, para las situaciones más retadoras.
«Es que no me escucha»
¿Cuáles son esas herramientas? Porque situaciones retadoras se dan todos los días en todos los hogares.
En disciplina positiva contamos con cincuenta y dos herramientas, un juego de cartas... Normalmente, cuando un padre, una madre o un docente se acerca y me dice, por ejemplo: «Es que no me escucha». Les pregunto: «¿Desde donde estás hablando con tu hijo? Entonces, aunque sea muy básico y parezca muy tonto, hay que reflexionar. Cuando tú realmente quieres hablarle a una persona de algo importante, por ejemplo, en el trabajo, no le mandas un WhatsApp, ni un email. Si realmente es algo urgente, te acercas o, al menos, le llamas. Entonces haz lo mismo con tu hijo. Acércate, mírale. En lugar de decirle algo diez veces desde la distancia, aproxímate y haz contacto visual. Tócale y dile: «Hola».
Cuando lo haces así a la primera es más fácil que el mensaje le llegue y no se tuerza, porque claro, si tú lo dices diez veces y luego vuelves a decirlo, él seguramente habrá escuchado al menos cinco. Y piensa: «Uy, mi mamá viene y yo la he ignorado». Este es un tip muy básico, pero que es importante:Si vas a decirle algo, mirarlo y díselo.
Otra cosa que ayuda en ese tema es equiparar el momento con nuestra relación en el trabajo. Por ejemplo: Tienes que decir algo importante a un compañero que quizás sabe que tiene que hacer algo desde el jueves pero llega el lunes y no lo ha hecho. ¿Qué vas a hacer? Es lunes. lo primero es un: «Hola, ¿qué tal? ¿cómo fue el fin de semana?». Con eso rompes el hielo. No te acercas en plan: «Oye, no me has enviado esto». Entonces, hagamos lo mismo aplicado al niño. No llegas y le pides algo. Mucho mejor decirle primero: «Oye, ¿qué haces?». Se trata de estar dos microsegundos hablando con él y luego ya le pides algo. ¿Por qué? Básicamente, porque casi todos, grandes y pequeños, independientemente de la edad, están sumergidos totalmente en lo que hacen. Un niño pequeño cuando juega, está absorto y un adolescente igual. Entonces, mejor si, incluso, nos acercamos a su habitación y entramos un poquito en su mundo. Si no, es como hablarle a una persona cuando está nadando. Es difícil que te ponga atención y entonces, te vas. Piensas: «Pero si yo me acerqué, igualmente no me escucha».
El segundo paso, por ejemplo, que te puede ayudar cuando tu hijo no escucha también creo que es bastante fácil de poner en práctica. Digamos que perdemos un poco el sentido de la edad, de que son diferentes. Tengamos en cuenta que son niños y que no tienen las mismas características que un adulto, pero les estamos tratando igual. O incluso peor porque al compañero de trabajo no le gritas desde el otro lado de la oficina. Te le acercas y le dices: «¿qué haces? Se ha pedido esto veinte veces». O sea que el consejo es incidir en la comunicación. Estos son ejemplos de estas herramientas.
Lo que quiero transmitir en el libro es que, aunque cojamos por capítulos y trabajemos por separado cada una de las preguntas más comunes, las que yo me encuentro en consulta y también en casa, en el fondo, muchas veces todo se reduce a poder ver que esa persona tiene dos necesidades básicas.
Por un lado, la conexión, el sentirse visto, seguro, a salvo. Y por otro, la contribución, que va de la mano con sentirse capaz, sentir que influye en nuestra vida, en la que decide algo, porque es mínimamente soberano y también que es necesario. Serían las dos patas que definen a esa persona.
Lo ideal es ser capaz de ver esto cuando hay un mal comportamiento y no quedarse solo en la punta del iceberg, que es lo que sería la conducta, sino que digo: «venga, aunque no sepa muy bien qué pasa, ¿qué tal si miro de qué pata está cojeando?». Es difícil a veces verlo.
Esta técnica casi siempre es como un antídoto. No sabes muy bien qué pasó, qué lo causó, pero al menos trabajo eso y esto ayuda a que ese niño o ese adolescente se sienta mejor y entonces se porte mejor.
Porque lo que vemos los padres, en lo que nos fijamos normalmente, es el comportamiento. nos quedamos en la superficie. Entonces lo que hay que ver es qué hay detrás del comportamiento y no quedarse solo con «el niño ha sacado el pie del tiesto».
Sí, sí. A veces somos capaces de verlo en ese momento y a veces necesitamos parar, tomarnos un café, que el niño se duerma y luego decir: «Venga, esto es lo que está pasando».
Sobre todo no reaccionar inmediatamente.
No de primeras.
Lo que dice usted en el libro es que muchas veces, la mayoría, actuamos como si fuera un incendio.
A veces sobre reaccionamos ante los malos comportamientos o ante las emociones de ellos como padres bombero. Pero no hay prácticamente nada en educación que no pueda esperar un poco. Es más, muchas veces, al contrario. Cuando reaccionamos como un incendio, terminamos reforzando esos comportamientos.
Para educar en positivo, digamos que también hace falta una tranquilidad personal. En tu libro, de hecho, mencionas pasar antes por un 'taller de padres». Es decir, que el cambio empieza por los adultos.
Sí, creo que antes hay que pasar por un proceso, que cada uno lo hace como puede y como le vaya mejor. Lo que sí que comparto es que en lo que a mi respecta no me considero una persona paciente, sino más bien acelerada, con mucha energía. Pero como madre, incorporar la disciplina positiva me ha ayudado mucho a ganar conciencia.
Cuando gano conciencia es como si me hubiese comprado unas gafas a través de las cuales veo ese comportamiento de mi hijo o de mi hija y soy capaz de decir: «Ah, esto no es personal. Y entonces parar a darnos cuenta de que no es urgente y lo que necesita es esto».
Aparentemente, desde fuera parezco super paciente. A veces sí necesito tirar de paciencia, pero a veces ni siquiera porque no llego a estar irritada por ese comportamiento que igual a otro le irrita, porque ya no lo interpreto igual. Creo que ese es el gran cambio, el que a mí me ha ayudado. Es decir, no se necesita tanto paciencia, sino más trabajar en esa conciencia de la que hablábamos antes.
Además de esa toma de conciencia de que estamos tratando con un niño, hablas también de que los padres tienen que recargar baterías para afrontar el día a día.
Yo creo que es una necesidad que no la tenemos en cuenta y por eso, al final, los conflictos se enconan y se convierten en situaciones que a lo mejor terminarían bien. Si hay un mal comportamiento, lo primero que hay que hacer es mirar si están suplidas las necesidades básicas: Hambre, sueño, cansancio... Todo esto pasa igual con el adulto. «He gritado». Vale pero, ¿cómo estás? ¿Cómo has dormido? A veces entramos en este ciclo de juzgarnos con mucha dureza. Y pasamos a otra situación: Animamos y alentamos al niño pero nosotros nos tratamos fatal. Eso también explota tarde o temprano.
Si te está costando tener paciencia o estás perdiendo mucho los nervios, además de, obviamente, realizar autocuidados (procur dormir, alimentarte bien, o mil cosas que puedo proponer), párate a pensar en cómo te estás hablando a ti mismo, cómo te estás tratando, si eres o no compasiva contigo, si te estás machacando… Eso creo que es peor aún que no dormir ocho horas. Me parece muy, muy relevante.
Cuando estás en consulta, ¿qué cosas, problemas, o situaciones ves que comparten la mayoría de las familias que acuden a ti?
Lo que más me estoy encontrando últimamente son familias que vienen preocupadas por diferentes tipos de comportamientos, pero que de base lo que tienen en realidad son dificultades con esas dos patas de la educación de las que hablaba: la conexión y la contribución.
Niños que van muy cojos de contribución. Menores que se sienten vistos, muy seguros, muy atendidos y están muy conectados, pero no se sienten necesarios. No les dejan experimentar que son capaces, no les dejan contribuir. Eso provoca muchos malos comportamientos que reflejan esa necesidad incumplida.
También me encuentro con problemas de control del sueño, de la comida… que tienen que ver con no sentir que pueden ser soberanos. Sin embargo, como eso sí lo controlan rápidamente, nadie les puede obligar a comer y etcétera. tiran por ahí. No conscientemente, obviamente, pero ellos usan ese comportamiento y están dando una señal. El comportamiento es la solución que el niño encuentra ante un problema que los adultos no vemos. Hay que aprender a ver ese problema.
Un aspecto relevante es que la disciplina positiva sirve también para los adolescentes.
Sí, claro, porque parece que estamos hablando de que la disciplina positiva sólo sirve para los más pequeñitos, pero realmente es una gran opción con los mayores. De hecho, muchas personas pueden sobrevivir a la infancia con premios y castigos… Pero en la adolescencia es bastante complicado.
Es más, creo que utilizar la disciplina positiva en esta etapa es necesario y puede ayudar muchísimo. Es un momento donde el padre puede hacer ese cambio y decir: «ya no soy la persona, aunque lo fuera hasta ahora, que tiene que controlar el comportamiento de mi hijo. Es su vida. Como máximo, puedo influir«. ¿Y cómo voy a influir? Acompañando, fortaleciendo la relación. Esto último es importante porque cuando no te sientes conectado con alguien, no cooperas, ni siquiera la escuchas.
Una duda: la disciplina positiva parece más complicada de aplicar en niños con dificultades o trastornos con necesidades educativas especiales. ¿Qué opina?
Cada vez se aplica más y de hecho, en Estados Unidos, que es donde nació, hay dos personas que han trabajado y trabajan muchísimo en este aspecto. Lo que pasa es que si tu coges literalmente las herramientas de disciplina positiva, sobre, por ejemplo, hacer contacto visual, pues obviamente que no va a funcionar con un TEA pero si coges el fondo, sí. Eso es un gran reto que tenemos en la sociedad y sobre todo en la parte de la psicología. Es decir, estos niños también pueden trabajar sin premios y sin castigos. Pueden crecer y merecen ser tratados igual que el resto adaptando ciertas cosas. No tengo que manipular su comportamiento. Es un reto que plantea la disciplina positiva y obviamente ayuda a resolver. Pero sí que es verdad que falta muchísima divulgación y que los profesionales que nos dedicamos trabajemos con este tipo de niños y de familias.
Al final las familias están muy desorientadas. Somos la generación más leída y más informada de la historia y los que más complicado parece tenerlo.
Ser padre y educar es difícil. Siempre ha sido difícil y siempre lo será porque te remueve cosas. Tú aprendiste a ser padre cuando no eras consciente de que estabas aprendiendo porque eras pequeño. Antes, además, la información no era tan abundante y estábamos menos confundidos. También educábamos más en tribu. Había más adultos que eran referencia. No se cargaba tanto a los padres con esa responsabilidad y ese sentimiento de culpa. Creo que eso también es algo que estamos viviendo, que no somos conscientes y estamos pagando un precio por eso, porque cada vez educamos más como la familia nuclear donde nadie opina.
Eso creo que ha ido en contra, porque tenemos más presión, más culpa.
Mencionas a la tribu… ¿Qué ocurre si la pareja no va en la línea, que es algo que suele ocurrir? Al final siempre uno tira más del otro. ¿Qué recomendarías?
Escribí un capítulo del libro específicamente sobre eso y, básicamente, lo que recomiendo es respetar. Primero, porque a veces caemos en un: «Yo quiero educar en el respeto mutuo». Pero ocurre que, entonces, el otro que no opina como tú y lo quieres imponer. Entonces le estás faltando el respeto, ¿no? O sea, lo que tú quieres que el otro haga con el niño no lo haces con el adulto. Entonces, así como educamos con el ejemplo al niño, creo que primero que todo tenemos que respetar al otro. O sea, si tú quieres que el otro respete a tu hijo, respétalo tú primero. Aliéntalo tú primero Y cuando esa persona se sienta bien, quizás se deje influir. Ya será su decisión. En este sentido creo que es muy importante centrarte en tu propio proceso de aprendizaje porque no es fácil. No te desgastes. ¿Y si sientes que no avanzas? Entonces espérate a 'conducir' bien y estar disfrutando y recogiendo resultados para quizás poder influir después. Si no, te vas a desgastar, vas a desgastar la relación y vas a desalentar también a tu pareja y eso no tiene sentido.
Claro, pero ¿puede estar uno haciendo disciplina positiva y el otro no?.
Obviamente que cada uno vaya por su camino no es lo ideal. Pero lo ideal a veces es enemigo de lo posible. Es algo difícil, a veces ese proceso es duro y entonces tienes una excusa perfecta para dejar la disciplina positiva pero creo que es preferible que tu hijo reciba el 50 o el 30 por ciento de este tipo de educación. El 30 por ciento de algo que tú crees realmente que es bueno para él al 100 por 100 de nada.
Además, los niños saben perfectamente leer a las personas y en el mundo no va a ser todo disciplina positiva. Al contrario. A veces lo veo como una oportunidad para que ese niño pueda ser capaz de discernir qué quiere, qué le gusta, cómo le gusta que lo traten y pueda aprender a poner límites también. Es interesante saber esto porque muchas veces no vamos a la par, que sería lo ideal. Pero creo que es mucho más importante poder darle algo que nada.
Una última recomendación o consejo para todas las personas que nos vean sobre cómo dar este paso.
Es difícil elegir uno, pero ahora mismo hablando aquí he pensado en este: el poder centrarte en el día a día y saber que te vas a equivocar. Es decir, no evitar el conflicto ni evitar la equivocación. Saber qué es lo que va a pasar, y cuando no estés con tus hijos reflexionar sobre qué podría hacer si me vuelvo a encontrar en esa misma situación. Incluso hacer como hacen los deportistas y visualizar literalmente el momento: «La próxima vez voy a hacer esto y esto otro». Ya hay más probabilidad de que hagas algo diferente cuando te enfocas en esa parte positiva que quieres cambiar, que cuando te machacas pensando: «No tenía que haber gritado, «ni tenía que haber hecho esto otro ni haber dicho aquello». Podrás pensar con anticipación.
MÁS INFORMACIÓN
- La fórmula del psicólogo Rafa Guerrero para reducir la frecuencia, intensidad y duración una rabieta infantil
- Esto es lo que le pasa a tu hijo cuando le sobreproteges
- Los que sí (y lo que no) debes hacer ante las malas notas de tu hijo
- Las malas notas de fin de curso nunca deberían ser una sorpresa para los padres
- «A la consulta llegan cada vez más familias que no saben manejar a sus hijos de 5 años»
- ¿Demasiado obediente? Lo que oculta la obediencia excesiva en los niños
Contar con que va a haber conflicto, que van a surgir equivocaciones pero que lo importante es levantarse y saber cómo hacerlo. Creo que ahí el libro ayuda un montón a que cuando se de el conflicto, la familia se pare a pensar: «¿qué podría hacer? No tenemos ni idea pero vamos a mirar este capítulo, a ver si algo nos ayuda».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete