Sánchez se abraza a la amnistía para superar el caso Koldo y las gallegas

Paradojas de la convulsa política española, que parece condenada en los últimos años a vivir sucesos vertiginosos, y las dos últimas semanas de Pedro Sánchez no han sido una excepción. El pasado 21 de febrero el presidente del Gobierno se subía al avión presidencial en la base aérea de Torrejón para una visita de un día a Marruecos, donde fue recibido en audiencia por el Rey Mohamed VI. Sólo tres días antes se había producido el batacazo electoral del PSOE en Galicia, donde el popular Alfonso Rueda revalidó la mayoría absoluta que heredó de Alberto Núñez Feijóo. Hace sólo dieciocho días, pero parece haber pasado una eternidad. Ya a bordo, y mientras los motores del aparato iban calentando, Sánchez departió con los periodistas empotrados en el viaje -entre ellos el enviado de ABC- sobre los que en ese momento eran los asuntos candentes de la actualidad: el viaje al país vecino, el resultado de las elecciones gallegas y la amnistía. Ninguno de los dos últimos era un terreno que pudiera entonces pisar con comodidad.

En una conversación que los periodistas pueden citar, aunque no quede registro grabado de la misma, se mostró convencido de sacar adelante la norma negociada con Carles Puigdemont y restó importancia al resultado en Galicia, resaltando la pujanza de los socialistas a nivel municipal en esa comunidad. Aunque quizás su mente ya estaba en lo que poco después, antes incluso de que el vuelo tomase tierra en Rabat, iba a trascender públicamente, sacudiendo como nunca antes a su Gobierno desde que llegó a La Moncloa en 2018. La detención por parte de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil de Koldo García y otra veintena de personas, entre ellas la mujer y el hermano del asesor del exministro y anterior número 3 del PSOE, José Luis Ábalos, le obligaba a dar varias respuestas sobre la misma en la rueda de prensa en el Palacio de Huéspedes del Rey marroquí, donde contestaba que «rotundamente no» a si esa trama era lo que había motivado la defenestración de Ábalos en el año 2021.

En aquel momento, y junto a los primeros detalles de la investigación, empezaban a circular tanto los elogios dedicados en su día por Sánchez en las redes sociales al personaje central de la trama («el último aizkolari socialista» decía de él Sánchez, haciendo alusión a la pasión por el hacha de Koldo) como el pasaje del primer libro de memorias del líder socialista, 'Manual de Resistencia', editado por Península, en el que relataba cómo el hombre ahora acusado de haberse enriquecido con contratos de mascarillas, firmados con gobiernos socialistas en lo peor de la pandemia, había sido en las primarias del PSOE en 2017 el fiel guardián durante una noche entera de los avales que le permitieron volver a ser secretario general. De pocos párrafos como de ese se habrá arrepentido Sánchez y su colaboradora Irene Lozano, con la que escribe sus libros. Porque en una obra así no se cita a cualquiera, como corrobora otra dirigente socialista que tuvo asiento en su día en el Consejo de Ministros: «A mí no me ha citado en ninguno de los dos libros, desde luego», asevera en referencia también al publicado el año pasado, 'Tierra Firme'.

A partir de ese día las cosas no hicieron sino empeorar, y más aún cuando Ábalos, uno de los mayores, más antiguos y más leales sanchistas -una nómina que casi se puede contar con los dedos de una mano en el partido- decidió rebelarse y no renunciar a su escaño, pasando al Grupo Mixto, en un conflicto sin precedentes dentro del PSOE. La tormenta, con el constante riego de informaciones de todo tipo, detalles escabrosos incluidos, que suelen dejar los sumarios judiciales en este tipo de casos, no ha amainado en ningún momento. Y ya se ha llevado por delante a un alto cargo del Ministerio de Transportes, el ya ex secretario general de Puertos del Estado, Álvaro Sánchez Manzanares, que además de tramitar uno de los contratos millonarios de la trama, aparece en una conversación con Koldo en la que comenzaba diciendo «siempre me pillas con tías».

La marea ha llegado, incluso, hasta la mujer de Sánchez, Begoña Gómez, tras destapar 'El Confidencial' sus contactos con el comisionista de la trama, Víctor de Aldama, y con el CEO de Globalia, Javier Hidalgo, con el que se reunió en la sede de la compañía, el holding propietario de Air Europa, en 2020, al mismo tiempo que el Gobierno de su marido negociaba con la aerolínea el millonario rescate que recibió como consecuencia del brutal descenso del tráfico aéreo durante la pandemia.

La crisis del caso Koldo tiene también que ver con una cierta fatiga de materiales del proyecto de Sánchez. Por supuesto porque afecta a alguien tan cercano a él en su día como Ábalos, con el que hasta este mismo año ha mantenido una fluida relación a pesar de su abrupta salida del Gobierno y de la Secretaría de Organización en 2021. Y también porque evidencia que entre quienes promovieron un proyecto político que se presentó con el marchamo de la regeneración política, tras la moción de censura que derrocó a Mariano Rajoy alegando la corrupción de la trama Gürtel, se coló sin más bagaje que su fidelidad al partido un tosco individuo que en muy poco tiempo pasó de chófer en Ferraz a sentarse en el consejo de una empresa pública, mientras era el hombre para todo del ministro. Ábalos y su sucesor en la Secretaría de Organización, Santos Cerdán, le auparon allí, y lo hicieron sabiendo la simpatía que le provocaba el personaje a su jefe máximo, como quedó reflejado tanto en las redes como en sus memorias.

El exministro, más desencorsetado que nunca en la gira mediática que realizó tras atrincherarse en su asiento en el Congreso, dejó claro que a Koldo se lo recomendó Cerdán y que sólo llegó a asesorarle y acompañarle, y a sentar sus reales en todo un consejo de administración de una empresa pública, porque era alguien «de confianza», y porque tenía una disponibilidad horaria total, al contrario, explicaba con franca transparencia Ábalos, que los funcionarios. Toda una filosofía de contratación.

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Abrazado a la amnistía, sobre todo por lo que significa una ley que permite desbloquear la legislatura, el camino no deja de tener nubarrones para Sánchez. Pese al acuerdo alcanzado, es difícil encontrar a alguien en el PSOE o de su órbita que no desconfíe de Junts. «Es un partido que está en construcción, que todavía no saben lo que quieren ser. Es una incógnita», señala un veterano socialista, mientras que un dirigente actual, que ocupa un elevado cargo institucional, afirma incluso que los de Puigdemont «tienen una visión de las cosas casi religiosa, después de la experiencia que han vivido en 2017».

Por lo demás, tan pronto como el 21 de abril próximo habrá otro examen con las urnas, apenas dos meses después del vivido en Galicia, con los resultados conocidos. Será en el País Vasco, donde lo socialistas presentan a un nuevo candidato, Eneko Andueza, que aspira a mantener su condición de tercera fuerza en el Parlamento de Vitoria, y que muy difícilmente se librará de tener que elegir después de los comicios entre seguir respaldando como hasta ahora al PNV -en cuyo gobierno están integrados en coalición los socialistas vascos y con el que controlan instituciones importantes como el Ayuntamiento de Vitoria- o inclinarse por EH Bildu. Esto último el propio Andueza lo ha negado, pero el acercamiento a los de Arnaldo Otegi ha continuado en el último año, como evidencia la alcaldía de Pamplona, entregada por el Partido Socialista de Navarra al abertzale Joseba Asirón tras no haber impedido en mayo pasado que el bastón de mando siguiese en manos de Unión del Pueblo Navarro (UPN), en este caso en las de Cristina Ibarrola.

Y el 9 de junio, casi un año después de las generales del 23J, llegará una nueva cita con urnas abiertas en toda España, con las elecciones europeas. El último barómetro de GAD3 vaticina una victoria del PP con mayor ventaja aún sobre el PSOE.

Ninguno de los dos grandes partidos tiene aún candidato. Ferraz ha barajado a la vicepresidenta tercera y ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, pero en un contexto europeo marcado por la revuelta de los tractores no parece la mejor idea situar como cabeza de cartel a alguien que representa hasta el paroxismo buena parte de las políticas verdes que tienen al campo en pie de guerra. Ha llegado a sonar el nombre del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, algo que parece completamente inviable, y de descarte en descarte se llega al único nombre que parece viable, y que no es otro del que ya fue candidato en 2019, Josep Borrell, ahora Alto Representante de la Comisión Europea.

Pese a su avanzada edad (en abril cumplirá 77 años, por lo que terminaría la legislatura europea octogenario) cumple varios requisitos para ser candidato, incluida su gran proximidad a Sánchez, del que fue su primer ministro de Exteriores, o su postura beligerante contra Israel en el conflicto de Gaza, una baza discursiva que los socialistas utilizarán. Pero aunque guarde silencio en la actualidad, su papel de azote intelectual del independentismo en el pasado le puede enfrentar a contradicciones. En unas elecciones donde entre otros tendrá que competir con el mismísimo Carles Puigdemont, ya confirmado como candidato de Junts.